스물 여덟

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Un toquecito más sobre el rostro, dejando brillo y color. Mueve la cabeza hacia un lado, luego hacia el otro, estudia sus ojos, que se encuentren similares entre sí los juegos de sombras que le adornaban, cuidando el labial color rojo pétalo aplicado sobre la cara.
    Analiza por doceava vez en una hora el vestido gris perlado, que parecería una sosa enorme camisa de vestir si no estuviese meticulosamente entallado a la cintura de Gea, las solapas tenían bordados del mismo color del vestido, también en las mangas y el dobladillo.
    Se trenza el cabello con devoción, dejando la mitad inferior de este suelto. Una vez las tiene bien sujetadas al cráneo se calza de unas sandalias de tacón grueso negras. Se observa al espejo y estudia su propia anatomía cuidadosamente. Ella lucía preciosa, pero algo no está en su lugar esa noche.
    Le encantaría presumir sus mariposas en el estómago por la emoción, decir que le sudan las manos y que preve que será la mejor noche en toda su estadía en Corea del Sur, pero no lo haría, a Gea no le gustan las mentiras.
     HaSup le informa de su pronta llegada. Seguidamente la muchacha se asegura de no haber pasado ningún detalle por alto, toma el abrigo, apaga la luz de la habitación y va en búsqueda de la bendición de su madre. Salma Saavedra le besa la frente con delicadeza y la persigna, halaga su atuendo y la deja ir.
    El brillo de la pantalla del móvil delata su mueca de nerviosismo en la oscuridad del auto que los lleva al restaurante. Relee el nombre de Namjoon una y otra vez en la conversación de KakaoTalk. Y le provoca más daño ver que los últimos mensajes eran recientes, porque Namjoon ponía todo su empeño y cariño en lograr contestarle los mensajes a pesar de su atollada agenda.

    «Oppa, esta noche no podré ir a visitarlos». Teclea.
    Lo borra.
    «No estoy en casa esta noche, por si salías a buscarme por el condominio jaja»
    ¿JAJA?
    Elimina el texto otra vez.
    ¿Era tan necesario avisarle a Namjoon? Tal vez el moreno ni siquiera tenía planes de verla esa noche.
    Escribe un par de líneas más, sin embargo no envía ninguna. Bloquea el teléfono y toma la mano de HaSup al otro lado de los asientos traseros.
    Le devuelve una sonrisa cerrada, aún con su interior hecho un desastre.
    Cenan acompañados de luz tenue amarilla, un vino seleccionado por Gea, lo suficientemente suave como para poder acompañarse con salmón durante el plato fuerte.
    El ambiente del restaurante le traía recuerdos de cenas con su familia, y le mareaba menos recordarse a sí misma hace un par de años en un escenario muy similar, con Valentín Saavedra explicándole a ella y a sus hermanos sobre cortes de carne y cómo se servía un buen vino añejado.
    Estaba anclada a la silla de forma indiscutible, sus pupilas descansan en HaSup, quien le sonríe y le conversa a como siempre lo ha hecho. Gea se encontraba presente en físico, y vaya que llamaban la atención del resto de comensales esos ángulos ovalados y ojos redondos, esa boquita de labios proporcionados y un poco extensos, que para rematar, iban pintados exquisitamente esa noche. La tela del vestido parecía haber sido escogida para ella, para su piel y su exótica belleza en medio de Asia, se veía preciosa, como la legítima niña rica que le tocó ser en esa vida. Pese a esto, no deja de ser una suposición casi verídica que Domenico Dolce y Stefano Gabbana estarían muy decepcionados de Gea Saavedra en caso de poder verla ahí, regalándole su imponente belleza a alguien a quien no le correspondía apreciarla.
    El Sous Chef del restaurante también le miraría con desaprobación al conocer el contexto en el que se encontraba. Incluso puede escuchar a la botella de Concha y Toro sobre la mesa reprocharle en acento chileno por sus estúpidas decisiones. Cenan y beben, conversan y se toman de las manos.
    Pero Gea Saavedra no se encuentra ahí. Aprieta el mantel entre los dedos. Tampoco entiende el porqué.

 Tampoco entiende el porqué

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𝗦[𝗘]𝗢𝗨𝗟𝗘𝗗 | Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora