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La primer semana de Gea en la YISS se dio por concluida el viernes a las 3:10pm, la extranjera caminaba junto a BaDa por las calles del costoso Hannam-dong, el lugar era ciertamente estético, había museos cerca y bonitas cafeterías, tenía una energía de calma persistente, debido a que se veían pocos peatones, la jornada laboral todavía no concluía en Seúl, entonces tampoco se veía abundante cantidad de autos.
Ambas chicas entran a una cafetería, cerca del Hill, ordenan simples cafés con leche, Gea vestía una camisa polo color rojo, esta apenas lograba lucirse, la chica recientemente había comprado una de las chaquetas oficiales de su centro educativo, la abultada bumper jacket con diseños alegóricos a los guardianes cubría el delgado cuerpo de la chica, lucía cómoda y cálida, también usaba un pantalón beige y los Kickers café.
BaDa desde su primer año en la YISS había establecido como su uniforme pantalones grises y prendas superiores de todo tipo, la única especificación era que debían ser de color rojo, también acostumbraba a llevar Vans.
El rechazo de Gea hacia su nuevo país seguía ahí, sin embargo, empezaba a permitirse el salir y conocerlo, incluso se había encontrado con la vanidad en la noche anterior, había desempacado todas las cremas y jabones, acomodó todo de una forma estética en su baño, este paso había significado para ella un paso gigante para la formación de costumbres lejos de su verdadero hogar, sin embargo, quedaban por llegar muchas otras partes de la personalidad que construyó en su país natal, solo quedaba esperar por encontrarlos, se imaginó en repetidas ocasiones sus rasgos deambulando por el puente de Hannam, intentando encontrarla y ella debatiéndose si huir de estos o acudir a su encuentro, era una situación desesperante y devastadora.

—¿Qué piensas de los chicos de la Yongsan? Digo, hay chicos lindos, tampoco creo que seas tan despistada como para no notar las miradas y cuchicheos durante los descansos y el almuerzo, tres nuevos hermanos provenientes de Latinoamérica no pasan desapercibidos, menos a mitad del año escolar.

—Algunos chicos de junior me parecen lindos, pero todavía no iré por ahí.

—¿No tendrás alguna clase de racismo interiorizado o algo por el estilo?—encuentra burla en su tono, para el poco tiempo de conocerse que tenían, BaDa percibía a Gea como una de las chicas más abiertas de mente que acudían actualmente a la prestigiosa institución.

—No lo creo, llevo toda la vida estudiando con extranjeros,—empieza a decir ella relajada—de hecho, podría decir que siento más atracción por chicos foráneos, no hispanohablantes.

—Qué suerte para tus pretendientes, en ese caso.

—¿Sabes que sí sería de mi agrado?—Gea recibe un gesto de parte de BaDa, invitándole a continuar—Me gustaría conocer a alguien de mi edad en The Hill, el lugar me agrada estéticamente, tiene locaciones lindas que no puedo compartir con nadie.

—Me hago una idea de con quiénes podrías pasar la tarde y divertirte.

Gea no logra entender, asume que tiene de vecinos a algunas personas conocidas de BaDa, incluso sospechó que sería gente fuera de su agrado, su mente se va a los extraños chicos del auto negro, no volvió a cruzarse con ellos desde el miércoles en la mañana.
La tarde junto a su nueva amiga transcurre de forma ligera, se agradaban de forma recíproca y genuina, el chofer de la residencia Choi recogió a la chica afuera del café en el que invirtieron su viernes, la latina tenía una noción de cómo llegar al condominio, caminó en silencio. Algo que caracterizaba a la muchacha, era esa energía de contacto y conexión con la riqueza natural del lugar del que provenía, aún en medio de la capital de Corea del Sur, con el uniforme del colegio, ella daba la impresión de estar volviendo de un día en la playa, esa era su esencia.
Llegó al complejo para eso de las seis, había triunfado en la tarea de desplazarse sola por Seúl, a pesar de ser Hannam todavía, ese había sido el avance del día para ella, no puede evitar sentirse orgullosa por ello.
Respirando el viento que le otorgaban los estratégicos árboles del condo, observa los edificios a su alrededor, la mayoría de los balcones cerrados, no encontraba ruido en algún apartamento, incluso detectaba cierto abandono en algunas de las fachadas de vidrio. En The Hill, la vida era demasiado íntima, las personas no cruzaban los límites de la educación y la cordialidad, no tenían pinta de reunirse entre vecinos para beber un café o tertuliar en un jardín cuando el sol empezaba a bajar, no faltaban los buenos días, las reverencias eran algo terminantemente obligatorio, se tenía verdadero respeto entre personas de una edad y otra, pero para Gea esto no era más que algo de carácter separativo, incluso absurdo, pues ante sus ojos la edad no siempre determinaba la madurez o sabiduría de una persona, ella misma notaba que era más madura que algunas de las chicas de último año del instituto, pero al parecer a Corea del Sur los meses y años le interesaban más que otros factores más válidos para determinar el trato hacia la gente, dejándole como única e inquebrantable opción el dirigirse a esas tontas chicas como "Unnie" o "Sunbae"
Era ahí donde la latinoamericana se preguntaba si algún día esa cultura formaría parte de ella, por el momento intentaba andar de la forma más informada, hacía reverencias cuando la situación lo ameritaba, no porque la gente mayor fuera digna de tales grados de veneración, se inclinaba más por el temor a quedar como prepotente o ignorante frente a alguien.
La bruma regresa a ella, América Latina estaba adherida a su alma, esto sería así siempre, porque así lo quería, porque tampoco podía ir en contra de eso, lo que estaba intentando ahora era acomodar las cosas dentro de sí de forma en la que pueda hacer un espacio para su nuevo continente dentro de su cuerpo físico y energético.
Esa noche, la castaña aprovechó que era viernes para escabullirse nuevamente por las calles y relieves del aclamado residencial en Hannam-dong, se desplazó con la sensación de haber retrocedido en sus avances por acoplarse a su nuevo hogar, quiere gritarse a sí misma, pero no era momento para eso.
Gea era entregada a las cosas que hacía, las buenas las ejecutaba de forma impecable y pulcra, para las malas, lo eran todavía más, porque poseía un exquisito e innato talento para destruir. La impulsividad brota lentamente entre sus poros, llega al final de su calle, mirando hacia la derecha, estaba la cuesta que llevaba al edificio de aquellos misteriosos varones que deambulaban de forma inusual por el complejo, sus pies descalzos caminan en dirección a este como si la piel desnuda fuera el cuero de un animal en unas costosas botas militares, el camino no lo siente, esta noche Gea es insensible, porque era ella la viva prueba de que los lugares también eran capaces de romper corazones. Arriba la zona verde del majestuoso edificio, mira la recepción, cuida de no ser vista por algún guarda de seguridad, no planeaba ir de puerta en puerta hasta localizar esos ojos transmisores de mil emociones ni esa mano tatuada, de hecho, solo buscaría un lugar en el qué tomar asiento, para dejarse maltratar por Seúl.
Localiza unas bancas de piedra, la altura le permite contemplar el Río Han, la contaminación ese día decidió portarse bien, la gruesa nube oscura era hoy más ligera, permitiéndole ver luces de otros puntos más bajos de la capital coreana, tal vez serían otros complejos residenciales, bares o clubes, quizá solo era gente que no quería dormir todavía, la castaña les envidió, porque ella anhelaba dormir, sin embargo, aquel lejano continente le arrebató el sueño.
Cuando las lágrimas empiezan a correr, Gea se pregunta cuántos parquecitos y bancas de piedra de The Hill habían atestiguado ese acto hasta el momento, ¿cuántos rincones del lugar le quedarán por rociar de su tristeza?
Pasados unos minutos, escucha ruidos a sus espaldas, un guardia, piensa inmediatamente, se visualiza siendo escoltada hasta la puerta de su casa, siente las desaprobatorias miradas de sus padres sobre sus pestañas, formula en su mente las palabras de explicación para su madre, siente pánico.
Pero se esfuma esa terrible imagen de su mente, porque un muchacho entra en su campo de visión, toma asiento en una mesa unos metros en diagonal derecha a ella, su silueta resplandece en un tono bronceado, porta una camisa blanca, su espalda luce viril, no logra determinar mucho más.
El silencio se conserva por unos pocos minutos, hasta que habla, casi perturbando hasta la mismísima oscuridad de la noche seulés, Gea en ningún momento lo imaginó dirigiéndose a ella, lo daba como un simple vecino con problemas de sueño, quizá jet lag.

—¿No ha buscado una forma de arreglar eso?

Su voz suena como la de un auténtico hombre con varias décadas encima, cicatrices gruesas e historias de huesos rotos, pero realmente no luce de más de 25 años.

—¿Arreglar qué?—articula de forma clara, cuida de mantenerse en una entonación respetuosa y cordial.

—Sus problemas de sueño.

Es eso lo único que necesita para entender que ese chico era parte de ese extraño grupo que viajaba en camionetas de vidrios polarizados, siente un tanto de vergüenza, le habían captado en sus mayores estados de melancolía y también en los de menor glamour, se relame los labios, reflexiona qué tan bueno sería compartirle un pedacito de su adolorida mente a ese joven desconocido, pero como ya se mencionó, Gea cometía estupideces de forma impecable, habla, sin filtros ni penas:—Son más o menos las cinco en mi hogar, aún no es momento de dormir.

—Seúl canta canciones de cuna para quienes están dispuestos a escuchar.

Alza una ceja, su comentario había sido un tanto literario, pero el mayor le ha comprendido, incluso ha seguido con el juego de las frases pretenciosas, tirándole esa oración que en otra paleta cromática le harían embelesar.

—Mi sentido de la audición todavía no llega a Asia, no podré escuchar a Seúl cantar hasta nuevo aviso.

—Seúl también conoce la lengua de señas, abra los ojos.

La situación se bambolea entre lo extraño y lo poético, se declaró impresionada por ese desconocido hombre varios segundos atrás, no sentía miedo, había dejado de llorar, porque comenzó a hablar por primera vez en casi dos semanas de vida en Corea del Sur, contempló la posibilidad de verlo nuevamente y sentir pena por sus palabras, pero no iba a desaprovechar esa oportunidad de comunicarse de forma tan romántica, hasta el momento se llevaban compartidas pocas palabras, pero dentro de Gea, se han dejado ir ensayos y obras de teatro.
Toma el control de la situación el silencio, la chica intenta mirar disimuladamente al joven, guardar dentro de ella la mayor cantidad de información posible de su aspecto, observa una argolla en su oreja, el cabello es color blanco.
Gea teme del siguiente movimiento que pueda ejecutar el muchacho, se levanta lentamente, suspirando y arrastrando sus pies descalzos.

𝗦[𝗘]𝗢𝗨𝗟𝗘𝗗 | Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora