마흔 하나

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Octagon, segunda parte.

—Si alguien se lo encontrara solo aquí llamaría a una funeraria y no a la policía—la pelinegra miraba con las manos en las rodillas a Hoseok inconsciente en un tobogán.

—Ni a MunSang le da así, cae como si le dieran xánax—dijo HaeRim.

—Qué oscuras—las miró Jimin riéndose.

    La espera transcurría en un parquecito incoloro y en una zona cercana al Octagon que era especialmente solitaria en las madrugadas. Tomar los taxis directamente del club no parecía conveniente, entonces caminaron hasta allí y Seokjin no encontró mejor lugar para dejar a Hoseok que un tobogán de plástico.
Darían tregua a sus cuerpos cansados en las banquetas, a Jungkook, quien cargaría a Hoseok dormido sobre su hombro por todo el Hill, aunque se le veía tranquilo conversando con BaDa sentada en una banquita frente a él.
Gea echó una exhalación y se recostó en el hombro de Namjoon, escuchando a los demás conversar a volumen bajito y recibiendo en aroma de Min Yoongi a sus espaldas. Un vehículo color negro se aproximó, era el primero de los tres taxis. Taehyung descruzó los brazos para acercarse a Hoseok en el tobogán y echárselo en el hombro como un costal de harina.

—¡Yo te ayudo!—exclamó Jimin levantándose y tomando la mano de HaeRim. Encaró su expresión confundida y le sonrió—:¿Vienes con nosotros?

En lo que se acercaban al primer auto resplandeció una vez más sobre sus rostros y trajes las luces de otros dos.

—Ahí están los otros dos.

Jungkook se levantó e hizo el mejor esfuerzo por esconder a BaDa con su cuerpo al ambos entrar a una de las camionetas vacías. Seokjin se montó en el copiloto, disimulando su preocupación por dejar a los dos menores solos. Gea miró hacia ambos lados sin ubicar a Yoongi, hasta que le encontró en el copiloto del tercer auto. Namjoon le tocó la espalda baja como forma de hacerla entrar lo más rápidamente a los asientos de pasajero, donde una vez cerrada la puerta de la última camioneta negra: todo se volvió euforia y ganas de dormir.


   El azul oscuro comenzaba a desteñir para ese momento, donde se le sumaba el cansancio, la brisa y la velocidad. Exhausta y con recuerdos frescos de esa salida nocturna, junto a sus más queridas amistades en Corea del Sur.
   Contrasta de forma armoniosa el brillo de los locales perennes de Seúl con el cielo que cada vez era más pálido, a Gea se le enreda el cabello en la velocidad, mientras también recibe un leve aroma a hombre y a desvelo, Min Yoongi iba delante de ella en el vehículo.
   El Río Han pasa por debajo de ellos y aquello se convierte en una de esas ocasiones en los que se tiene contacto con el genuino sabor de la juventud.
   Dos asiáticos viviendo su sueño de ser músicos, en la más gloriosa etapa de su vida, donde cada minuto es precioso y formará parte de una historia imperdible en el tiempo. Una latinoamericana que venía terminando de aprender a entregarse a la ciudad que la amparaba y mientras lo hace tiene otras almas tan jóvenes y libres como ella cuidándola.
   Conservan silencio durante todo el viaje, le arden los ojos y el cuerpo le pesa, sin embargo, sigue sintiéndose como el espíritu desencadenante que era.
Hannam The Hill llega a su campo de visión y Gea comienza a darle gracias a Dios por haber llegado a casa ese día. Termina aquel celestial recorrido bajo el naciente amanecer seulense, se baja del auto y se topa con el gran portón de aquel condominio que era considerado el Monte Olimpo de la capital surcoreana. Llega a donde estaban el resto de Bangtan Sonyeondan y sus dos amigas.
   La intersección de caminos les hace despedirse, estaban llegando al final de la noche de fiesta en Gangnam-gu.

—Fue un placer conocerlas, chicas—les dice un risueño Park Jimin.

—El placer fue nuestro—le corresponde BaDa.

𝗦[𝗘]𝗢𝗨𝗟𝗘𝗗 | Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora