Capítulo 35

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«Crudeza y verdades contadas a la cara»

Ross

Joder.

Sabía que a Alynne le ocurría algo. Había sido capaz de notarlo en algunas acciones que ella llevaba a cabo, pero... jamás imaginé que la persona que se había convertido en mi fuente de felicidad estuviera tan destrozada internamente. Y me jodía muchísimo no poder haber estado allí para ella cuando todo había ocurrido. No poder abrazarla y tenerla entre mis brazos hasta que, al menos, se sintiera un poco más calmada tras un acontecimiento tan traumático.

Al final la había acompañado a casa tras prometerle que estaría allí para ella siempre que me necesitara. Ella había asentido con la cabeza mientras la abrazaba antes de que, ya cerca de nuestras casas, cada uno tomara su destino.

Abrí la puerta y me detuve en seco a un palmo de esta en cuanto escuché la voz de mi padre.

—No vamos a volver a hablar de esto.

—Es tu hijo, Luke, haz el favor —le dijo Liz con tono cansado—. Tienes que quererle un poco.

—¿Insinúas que no quiero a mi hijo?

—Exacto. Por Dios, ¿cuándo fue la última vez que le diste un abrazo? ¿cuándo fue la última vez que le dijiste que le querías o que estabas orgulloso de él?

Supe que mi padre iba a inventarse una de sus excusas de mierda diciendo que él nunca se había comportado de esa forma cuando tanto mamá como yo sabíamos que no era verdad. Y es que Liz tenía toda la razón del mundo. La última vez que recordaba que mi padre me hubiese dicho algo bonito había sido ya hace algunos años. Bastantes años. Los suficientes para que nuestra relación comenzara a romperse.

Decidí entrar. Escuché que mi padre se callaba pese a querer decir algo y vi que dirigía la mirada hacia mí.

—¿Llegas tan pronto? —dijo entonces con expresión amable. Falsa, claro.

—¿Te molesto aquí?

—Claro que no. ¿Cómo ibas a molestarme, hijo?

Hijo. Y una mierda. Solo se dirigía a mí de esa forma tan dulce para fingir que no ocurría nada entre nosotros y que nuestra relación no estaba rota. A mi padre le encantaba mentir. Quizás por eso yo había desarrollado la habilidad para esconder mis propios problemas desde lo más hondo. Quizás me lo había inculcado él.

—¿Quieres comer algo, Ross? —preguntó mamá desde el otro lado—. Tendrás hambre.

—Está bien —le contesté con un tono dulce, acercándome a ella. Le volví a dirigir la mirada a mi padre—. ¿Comes con nosotros o prefieres quedarte solo?

Él inclinó un poco la cabeza, pero no dijo nada. Momentos después ya se había sentado en la silla al lado de mi madre y yo estaba al lado de ella. Los tres nos habíamos servido la comida y solo hubo silencio hasta que yo intervine:

—Le he dicho a Alynne que podríamos tener una cena en familia.

Mis padres intercambiaron miradas.

—Sería estupendo, Ross —aludió Liz con una sonrisa—. Estoy segura de que es una chica muy buena. Me siento feliz de que estés con ella, hijo. ¿No es así, Luke?

—¿Quieres que te sea sincero, Ross? No veo a esa chica como una buena influencia.

Me paralicé. Dejé los cubiertos sobre el plato que todavía estaba casi lleno y observé a mi padre con una expresión adolorida. Él, en cambio, se mostró impasible como si no le importara mínimamente la insinuación que acababa de hacer sobre Alynne.

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