Capítulo 3

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«¿Quién tiene la culpa realmente?»

Ross

—¿Y esa sonrisa?

Lo primero que logré captar fue la voz de Vivian preguntando aquello. Había decidido pasar por su casa para recoger cosas mías, ya que sabía que se encontraría allí para dejarme pasar.

—No es nada, Viv.

—Viv —repitió el apodo que había salido de mis labios—. Nunca me habías puesto un apodo.

Odiaba decirlo, pero se veía extrañamente adorable cuando hablaba de esa forma. 

—Quizá ya iba siendo hora de hacerlo.

—Eres un cursi, Ross —Sin que yo pudiera evitarlo, colocó los brazos alrededor mi cuello y dio dos pasos hacia donde yo me encontraba parado. 

Sin embargo, yo no la toqué. No puse las manos en su cintura como solía hacer antes, no me acerqué a ella, ni le di intenciones de querer nada de ese tipo. Solamente me quedé allí, casi estático, observando su rostro e intentando llegar a algo más profundo a través de sus ojos oscuros. Tampoco pude decir nada antes de que su dedo índice fuera hacia la superficie de mis labios, incitándome a que disfrutara y me mantuviera en silencio.

En el preciso instante en el cual acercó su rostro al mío, me separé de ella con rapidez. Tal vez Vivian quisiera eso, pero yo no. Yo no quería volver al mismo jodido círculo y perderme en él de nuevo.

—No, Viv.

—¿Qué pasa contigo? 

—Que no estoy para estas mierdas —espeté de la manera más directa que pude—. Y tú deberías entenderlo.

—¿Para estas mierdas? —repitió, soltando una risa—. ¿Es en serio, Ross? Ha pasado un año.

—Precisamente por eso —contesté, tratando de aparentar que no me importaba—. Todo lo que pasó entre tú y yo fue hace doce meses, o incluso más. No quiero volver a lo mismo. Y tampoco quiero intentarlo.

—Entonces, ¿qué significó para ti?

Me iba a obligar a decir todo lo que en su momento no le dije y, honestamente, no quería. Más que hacerle daño a ella, me estaba haciendo daño a mí, y lo último que deseaba era volver a ser el mismo chico de piedra que todos los de mi alrededor conocían tan malditamente bien. Ni siquiera sabía cuándo me había vuelto así.

—No estoy de humor, Vivian.

—¡Nunca estás de humor! —replicó, alzando la voz—. ¡Cada vez que intento hablar de esto, lo que haces tú es huir de la situación como si no te importara!

—Tengo que recoger mis cosas de tu habitación.

Caminé hacia la habitación mencionada antes de que su voz impactara rápidamente en el espacio que abarcábamos.

—¡Haces esto cada maldita vez, Ross! ¡Vienes, finges que nada ha pasado y te largas!

En un momento, sentí que mi corazón bombeaba sangre con más rapidez e intensidad, que fue lo único que necesité para darme cuenta de que estaba entrando en un estado de nerviosismo. Quizá ella tuviera razón en algo: en que huía cada vez que las cosas se ponían jodidas a mi alrededor. Quizá solo fuera un cobarde más que se comportara orgulloso y distante con las únicas personas a las que quería sólo por no saber expresar demasiado bien sus sentimientos.

—Me da igual —mencioné, tomando una prenda de ropa mía que ella tenía guardada.

—¡Te da igual! —repitió, soltando una risa sarcástica y dolida.

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