Capítulo 17

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«A lo mejor es que contigo no tengo que fingir»

Ross

Repetí las últimas palabras de Alynne varias veces, sintiendo como su mirada todavía estaba puesta encima de mí. Se había acercado hacia mí, aún más todavía que antes.

—Bueno, tú tienes que ir a arreglar las cosas con tu amigo —solté sin tapujos—. Ya podremos hablar de eso después.

—Claro —mencionó—. Solo quería decírtelo.

Dio algunos pasos hacia atrás, rompiendo así la conexión que habíamos sentido momentos antes. Era evidente que, cuando quedábamos a tan escasa distancia de separación, ocurría algo. Algo jodidamente indescriptible, tanto que llegaba a parecer irreal.

La figura de Alynne se desvaneció de mi campo de visión totalmente cuando entró en otra de las habitaciones, a la que había ido su amigo.

Yo, en cambio, me acerqué a Harry, quien estaba apoyado en la pared con un cigarro sin encender entre los labios.

—Estás colado por ella —me dijo, sonriendo.

—No estoy colado por nadie.

—A lo mejor es que te da miedo admitirlo después de lo de Vivian, pero...

—No hablemos de ella —le interumpí.

No quería oír el nombre de Vivian justo en ese momento. No quería revivir toda esa mierda otra vez. Apenas estaba empezando a recuperarme, o eso creía, así que no podía fallar de nuevo. No podía permitirme caer al vacío por segunda vez. Ya había sido cobarde durante mucho tiempo, y seguía siéndolo; la diferencia era que ahora sabía cómo pretender que no.

—Yo soy el primero que se preocupó por ti cuando todo ocurrió, y lo sabes.

Me acerqué a él de forma brusca.

—No hablemos de ella.

Ya, la jodida realidad se trataba de que me daba miedo volver a vivir todo lo que viví, todo el dolor, igual que las cosas buenas. Por eso me encerraba en varias cosas como el piano o el dibujar, porque, al menos, eso me hacía olvidarlo todo durante un periodo indefinido de tiempo.

Mi teléfono móvil vibró. Lo cogí y observé la pantalla. Tenía tres llamadas perdidas de mi padre.

Mierda. Ahora sí que estaba asustado.

No me quedó otra opción que llamarle, así que marqué su número y coloqué el teléfono en mi oreja después de que él lo cogiera. Había caminado lo suficientemente lejos como para que ninguno de los presentes fuera tras de mí.

—Lo siento, yo...

Su voz fue un grito:

—¿Tú te crees que puedes desaparecer así como así durante días sin decirme una puta palabra? —cuestionó—. ¡No dormiste aquí, Ross! ¡Y ni siquiera haces nada para intentar enmendar el hecho de que te hayan despedido del trabajo!

—Mira, lo intento, pero...

—¿Lo intentas? —soltó una risa sarcástica—. Desde que te crié, no te he visto luchar por nada. ¿Y ahora debería creerme que lo estás intentando cuando en tu vida has podido mover un dedo sin que yo te ayudase?

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