Capítulo 15

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«Soy un mal mentiroso, lo admito»

Ross

Estaba esperando que Alynne tocara el violín, pero no lo hizo. Se frenó en un punto y parecía que no era capaz de avanzar hacia delante con la procesión de notas que, de hecho, ni siquiera había empezado.

Bueno, se habría quedado sin inspiración, ¿no? A mí también me pasaba. No siempre tenía inspiración para tocar el piano. O me sentía demasiado afligido y triste como para hacerlo, o simplemente me sentía desganado.

Y estaba seguro de que a ella le ocurría lo mismo. Aún así, no pude evitar preguntarle:

—¿Todo bien?

Alynne, aunque intentara salir del vacío en el que era notable que se encontraba, no pudo conseguirlo. Dejó el violín apoyado en el mismo lugar del cual lo había cogido y dio un paso hacia atrás consecuentemente.

—Lo siento —mencionó, algo entristecida—. Joder, Ross.

—Oye, a mí también me ocurre. Falta de motivación o de inspiración incluso. Es normal —Sonreí un poco para que ella se sintiera apoyada—. No te tortures por eso. Me lo enseñarás otro día, Juliette.

Sí, también adoraba llamarla así.

—No es eso —soltó una risa apenada—. No se trata de nada de eso. Y desearía contártelo, en serio, pero no puedo... joder, ¿podrías abrazarme y pretender que me conoces de toda la vida aunque no sea así?

Me acerqué a ella y, tal y como me había pedido, la rodeé con los brazos. Descansó la cabeza en mi pecho sin subirla del todo a mi hombro, como si no pudiera observar más allá. Ni siquiera me pareció extraño lo último que había dicho. Me parecía normal; necesitaba apoyo. Y cariño.

Y yo podía darle dicho cariño aunque las mariposas de mi interior estuvieran quemándose.

—No tenemos que pretender nada si tú no quieres que sea así.

—Es que no sé lo quiero, Ross —me dijo. Mantuvo la mirada fija en mí.

—Yo tampoco lo sé. Y está bien.

—No, no está bien.

—No soy el más indicado para hablar de sentimientos, pero sé que ocultarlos no está bien.

«Vaya. Casualmente lo que llevas haciendo tú toda la vida.»

Ya, mi conciencia interior era un poco molesta.

—No los oculto, pero...

—Te mientes a ti misma —acabé por ella—. Te obligas a pensar que tus problemas no son tan importantes, así que los anulas directamente para fingir que no están en el interior de tu cabeza.

Se quedó callada. Muda. Parecía que mis palabras habían provocado algún tipo de efecto en ella, y no supe si era del buen tipo o del malo. De hecho, llegué incluso a preocuparme.

«Bien, campeón. Ya hasta te preocupas por ella.»

Y, repitiendo las mismas palabras en el interior de mi mente una y otra vez, en un bucle constante, me sentí la persona más cruel del mundo. Ahora la entendía. Por eso había insistido tanto en saber lo que me preocupaba a mí... porque, de alguna forma, sabía que yo haría lo mismo por ella. O al menos se lo esperaba.

Y, claro, ¿qué había hecho yo? Joderlo todo. Otra vez.

—Ross... —musitó mi nombre en voz baja.

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