Capítulo 1

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«El destino puede jugar malas pasadas, pero también logra hacer cosas buenas»

Ross

A veces las cosas más bonitas llegan a tu vida sin ningún tipo de aviso. Tan solo llegan. Ocurren. Una especie de efecto mariposa constante. O una canción que lo cambia todo.

Estaba pensando en ello mientras intentaba dibujar algo. Lo que fuera. Había estado paseando de un lado a otro en casa con la esperanza de que la iluminación llegara a mí, pero no conseguía más que hacer algunos trazos aleatorios sin forma. Me sentía un poco frustrado. Dejé de intentarlo por dicho instante y dirigí la mirada hacia el frente. Un paisaje otoñal adornaba el exterior de mi casa.

—¿En qué piensas, Ross? —oí la voz de mi madre detrás de mí.

—En nada.

Mentir se me daba realmente bien.

—En nada —ella repitió mis palabras mencionadas, colocándose delante de mi posición y mirándome a los ojos—. ¿Seguro?

—Sí, mamá.

—Sé que estás mintiendo.

Vale, quizá no se me diera tan bien.

—¿Cómo eres capaz de saberlo tan rápido? —Sonreí, aún sin querer hacerlo—. Vale, es solo que no me siento bien, ¿de acuerdo? Toda la situación de papá me sobrepasa.

—Ross, ya hemos hablado de esto.

—Da igual, mamá —dije, tratando de quitarle seriedad al asunto. No me apetecía mantener una conversación sobre mi padre con ella, todavía menos sabiendo que le dolía igual o aún más que a mí—. Voy a salir.

—¿Dónde vas? Me preocupo por ti.

—No pienso alejarme mucho de casa, te lo prometo. Estaré por aquí cerca.

—Está bien —ella accedió, finalmente. Colocó las manos en la parte superior de mi cabeza y revolvió mínimamente mi cabello—. Cuídate, Ross.

—Siempre lo hago —respondí, paseándome por mi habitación en busca de algunas cosas. Liz se marchó de la misma y yo cogí la libreta de garabatos que reposaba sobre mi mesa y un lápiz antes de salir.

Caminé rápidamente hacia la puerta y me marché de casa, intentando concentrarme en algo, en cualquier cosa... pero no pude. No tenía concentración para nada últimamente porque, aún dadas las circunstancias, seguía pensando en lo que había ocurrido hace un puto año. El mismo en el que tan mal me había sentido y parecía que el resto de mi entorno igual. Ese en el que varias personas me hicieron creer que la culpa de que la situación se desmoronase era mía.

Siempre fue culpa mía.

Intenté hacer trazos aleatorios, pero nada me terminaba de convencer lo suficiente como para poder llamarlo «obra de arte». Absolutamente nada.

Hasta que la vi a ella.

Una muchacha que aparentaba rondar por los veinte años, de piel blanquecina y cabello castaño, ligeramente ondulado, que observaba al lado contrario al mío ya que estaba de espaldas. De momento, no podía ver sus facciones, por lo que me limité a colocar el grafito sobre el bloc de notas y hacer el inicio de un trazo que se definía con la forma de su figura.

Casi no me di cuenta de que se había girado y me había visto cuando, acercándose a donde yo estaba, preguntó:

—¿Qué estás dibujando?

Joder. Su bendita voz era como un hilo fino y dorado. Tenía esa textura ligera, extremadamente delicada y suave.

—Nada, nada —mencioné yo, rápidamente—. Solo estaba haciendo un borrador con tu figura.

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