Capítulo tres.

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Colomba;
Doy clases en el Trinity Laban conservatoire of music and dance de Londres, y sí, es un nombre larguísimo y sí, si me lo consultabas, no tengo idea de cómo llegué ahí. Es un conservatorio de prestigio, Matthew Bourne era egresado de ahí, Cassie Kinoshi, Lea Anderson, y yo no tenía la carrera profesional de coreógrafa o bailarina.

Sí, sinceramente no tenía explicación. Desde pequeña practicaba danza, y siempre me consideré "buena" para hacerlo, desde los 5 a los 13 años bailé fijo contemporánea, representé en varias ocasiones la región y país en Chile, y de a poco fui inclinándome por ese lado artístico. De vez en cuando me pongo a pensar y llego a la conclusión de que aprendí muchas cosas de pequeña que quizá no eran necesarias, por encajar. Y lo seguí haciendo por años porque para el resto era la niña perfecta, era la comparación con los demás niños de mi edad y el motivo de conversación de las madres del barrio y escuela, todos querían que sus hijos fueran como yo.

Te podría decir que lo hice con gusto, y muchos sí, pero al no ser todos, varios me frustraron y me crearon leves traumas que manejo a diario, como el estrés acumulativo y el miedo al fallo.

4 años, violín.
5 años, cello, piano, guitarra, arpa y flauta.

El violín es el único instrumento de cuerda que me interesó aprender junto con el cello, y agradezco que fueran mi primera experiencia con la música. El piano solo me gustaba escucharlo, la guitarra no me interesaba, el sonido de la flauta me estresada y el arpa, era una guitarra más. Siempre que alguien la toca me quedo embobada viendo, porque cada cuerda trasmite notas de paz, pero no la pondría nunca en mi vida y entre mis piernas para hacerla cantar.

A esos mismos 5 años, aprendí a bailar cueca, baile originario de Chile. Rápido lo entendí y fui perfeccionándolo, por lo que se me enseñaron los distintos tipos de escobillados, zapateos, vueltas y movimientos de manos junto con la cadera en seducción. La gente se asombra y por el colegio me inscribían en campeonatos, 5 años y todo lo que quería, no era bailar como un adulto. Pero a mis papás le fascinaba, era fascinante para cualquiera. Y a mí me encantaba fascinar.

6 años, intenté aprender inglés, pero rápido me cayó la teja de que no me interesaba. Así que lo cambié por el francés.

7 años, bailaba en mi colegio, en estadios, en escuelas de danza, en academias, cueca, clásica, contemporánea y danza académica, no las dominaba todas a la perfección, pero lo intentaba.

A los 7 años, no se me había subido el ego a la cabeza, pero sí había aprendido a vivir con los cumplidos y expectativas del resto, eran como agua. Las necesitaba y cuando sentía que a la gente ya no le hacía gracia, comenzaba por algo nuevo impresionándolos otra vez.

8 años, leía a la velocidad de un escritor promedio del vanguardismo.

9 años, participaba en literatura por un teatro.

12 años, hacía natación.

14 años, equitación.

15 años, ya en Londres me llamaban de Chile para concursos, academias, juegos, apuestas, nominaciones, inscripciones y sugerencias en grandes conservatorios de danza y arte. Pero no iba a volver y eso me estaba generando pánico.

18 años, montaba un Shire. No son rápidos por su tamaño, pero lo que no tienen en velocidad, lo tienen en fuerza y resistencia. Los caballos son extremadamente sensibles y parecen esponja de nervios e inseguridad; galopaba por una colina y giró bruscamente la cabeza para ir contra el viento y se encontró de sopetón con su sombra, es como absurdo, pero la fuente de la mayoría de sus temores. Y levantó las dos patas traseras tirándome hacia atrás sin medir la fuerza. Claro, es un animal.

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