Capítulo once.

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Adele;
Me mantuve ocupada viendo los papeles que tenía en mi mano mientras Colomba y Pía hablaban, la cuenta de banco de Marta tenía seguro y eso la ayudaba bastante, no cubría el 100%, pero el 75 era mejor que nada. Debía asegurarme de que estuvieran en orden las últimas fechas de cotizaciones y sus registros mensuales de los últimos años, revisaba las carpetas para adelantar el trámite en silencio y rasqué mi frente cuando la puerta se cerró.

No había hablado con Colomba, ni la había mirado con extrema detención porque evitaba la incomodidad por parte de ambas, aparte de que no me encontraba con mi mejor humor, anoche de camino a casa entré en una intensa conversación recriminatoria conmigo misma, por mi manera de actuar y traje a la mente los recuerdos de mis enseñanza cuando adolescente, que parecían haberse disipadas.

Las faltas de respeto como las demostraciones de cariño fuera de una relación amistosa, amorosa o familiar, estaban prohibidas. Aún más cuando no se consultaban y eran desprevenidas, las insinuaciones de tensión sexual de igual manera, más que prohibidas, eran aborrecidas junto a cualquier actitud derivada. No estaba permitida la mezcla de servidumbre con empleador o de clase media baja, con la élite, era motivo de vergüenza y grave error. Lo que estaba haciendo, independiente hacia dónde se inclinara y deparara, no era lo correcto y debía de darlo por terminado ya, no estaba en edad de jugar a la casita con gente menor y me obligaba a buscar en mi cabeza el control completo de mis acciones.

Volvía definitivamente a mi personalidad clasista y a mi boca suelta haciéndoselo notar a los demás sin sentir la empatía o respeto en la lengua. Miré a Pía que se mordía las uñas y alzó sus pestañas para mirarme, pero volvió su vista a la puerta y la seguí, no había nadie pero suponía que era preocupación por la menor.

— ¿Qué te preocupa?

— Que acepte cualquier trabajo por mantener esos caballos, Colomba prefiere dejar de estudiar con tal de no perderlos. Con Arthur no tenemos buena experiencia en cuanto a trabajos por necesidad y no quiero que ella... La situación de mis papás tampoco ayuda.

No tenía idea qué hacía Arthur, pero Colomba iba en peor camino. Si no sabía que hacía por esos lugares, era de esperar que no fuese bueno. Menos si llevaba un arma y corría el riesgo de ser atrapada por la policía.

— Es mayor, sabe lo que hace o deberían confiar en que lo sabe — le pasé un papel y lo miró —. Necesito que tu mamá firme para dar por terminado el trámite. Luego se encarga el banco y el seguro.

Se puso de pie camino a la habitación y cuando me vi en silencio, me puse a pensar en los caballos, ¿qué tan importante tenían que ser dos animales como para que te hicieran llorar? Lo más probable es que los vendieran, en efecto, porque dudaba que pudiera hacerse cargo de ellos. Dejé de un lado mis ideas y ordené la carpeta para ya irme a casa, cuando ella volvió, les entregué una copia, me despedí y salí de ahí. Manejé en silencio y me recibió Angelo con un papel en su mano, de atrás apareció Laura con una sonrisa y un dinosaurio de goma en su mano, saludándolos, comenzaron a hablar.

— Quiero aclararte primero que todo, amiga mía, que esto no fue idea mía — la miré y me sequé las manos con una toalla de papel.

— ¿A qué te refieres?

— ¿Mami, puedo tomar clases de natación?

— No, quizá cuando las temperaturas cambien y cumplas los nueve — todos los años le iba aplazando las clases — . No es clima. Te vas a congelar en esas aguas.

No era relevancia, lo sabía. Y era estúpido porque el agua era temperada, pero frente a su poco conocimiento, él me creía.

— ¿Puedo tener un caballo, entonces?

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