Capítulo veintidos.

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La rabia,
arde al rojo vivo y es feroz
como el fuego.

Colomba;
— ¿Dónde estás, Colomba? — mamá había llegado — Te espero en la sala, ahora. No quiero volver a alzar la voz para llamarte, no eres sorda — y estaba enojada.

Suspiré sobando mis manos en mis piernas por el sudor, tragué despacio y me quejé frustrada mirando hacia arriba. No había ruido, solo silencio y sabía que en teoría ella no volvería a llamarme, pero que no lo hiciera no era buena señal. Abrí mi puerta sin ninguna idea clara y bajé las escaleras con un nudo en la garganta, mis manos estaban frías; la encontré mirando por la ventana afirmada con una muñeca en el mueble que sostenía varias copas y algunas vasos junto a envases de licor y alcohol.

— Mamá — alzó su cabeza enderezando sus hombros y se giró para mirarme, soltó el vaso en el mueble y su rostro estaba serio, la posición de sus cejas era de indiferencia y la frialdad de sus ojos me hizo apartar la mirada hacia el suelo.

— Creo que las preguntas están de más, así que te escucho, Colomba.

Me escuchaba.

Papá, por favor. ¿Qué hago? 
Miré hacia arriba y cerré mis ojos encontrando la respuesta. Yo sabía lo que tenía que hacer, tenía mi única opción marcada; nunca les había mentido, en lo mínimo había ocultado hechos que no afectaban a nadie, actos superficiales. Siempre les conté todo, no los dejaba afuera porque deposité mi confianza en ambos, mi núcleo seguro era mi familia. Hoy sentía todo el peso encima de meses de engaño; aunque nadie lo sabía, desde el momento en el que decidí callar una parte de nuestra confianza plena se había quebrantado y ahora, era consciente de que después de esto las cosas no volverían a ser lo mismo con facilidad.

Te tocaba hablar, Colomba. Te tocaba volver a la sinceridad y confiar en ellos antes de que la idea del rechazo y la crítica te invada por completo. Eres, ya eres y nada puede cambiar.

— Lo que dijo aquella mujer, todo lo que dijo aquella mujer, es verdad — alzó leve su cabeza cerrando despacio sus ojos, de inmediato me volvió a mirar y frunció sus cejas pidiéndome que continuara —. Esto comenzó cuando me quedé sin trabajo en el hotel. Lo sé, son meses, mamá. Me encontré en un bar con Tish, estaba ebria y tuvimos una conversación que no recordaba al día siguiente, pero existía — resumí esa parte, pero tomando en cuenta cada hecho importante, si iba a ser sincera, debía serlo al 100% con ella —. En una de esas tantas entregas, llegué a un bar. Un bar que de noche tiene otro ambiente porque ofrece el servicio sexual en diversas habitaciones.

Y volví a resumir, no di detalles porque eso formaba parte de la privacidad de ambas; mientras ella iba cambiando sus expresiones, tuve el impulso de callarme en varias ocasiones, podía ver su molestia, su rabia, su desilusión y el dolor.

— De esa manera pude pagar lo de papá, me pude hacer cargo de mis caballos, con eso cancelo mi universidad, cambié de moto y compré esta casa.

— Con tu papá nunca te pedimos nada, Colomba. Ni una mensualidad de tu universidad, ni el aporte en la casa, mucho menos los costos de tu padre en la clínica o los implementos que utilizó una vez con nosotras. ¡Nunca te pedimos nada!

La quedé mirando y moví leve mi cabeza hacia atrás dolida. Lo sabía, yo sabía que ellos nunca me habían pedido nada, pero los gestos por amor se hacían involuntariamente. No siempre te sientas a esperar que la otra persona salga a flote sola; y yo sabía todo eso, solo que no esperaba que ella me lo recriminara.

Incliné mi cabeza tragando la saliva que se me había acumulado en la boca, caminé hasta un sitial al costado del sofá y me senté con mis piernas recogidas.

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