Capítulo quince.

1.1K 60 111
                                    

Adele;
Iba manejando hacia casa, Angelo ya estaba ahí y golpeaba el manubrio con templanza disfrazada porque aún estaba molesta y no quería verle la cara de "perdón" o sufrimiento. No quería hablarle, solo esperaba que estuviera en su habitación y permaneciera ahí. Me estacioné, tomé mis cosas, bajé y entré. Subí de inmediato a mi cuarto, miré a mi alrededor y solté el aire sintiendo el silencio, me quité el abrigo y llamé a la academia; no daba amenazas sin cumplirlas, por lo que me tocaba sellar. Me atendió la directora y sin darle el preámbulo para que creara preguntas, saqué a Angelo de sus clases con Colomba. Me metí a la ducha con el agua fría cayendo con fuerza sobre mi nuca, cerré los ojos hasta que terminé de lavarme y salí envuelta en mi bata, me acomodé para trabajar y encerrada estuve hasta que la noche cayó y la oscuridad de mi habitación me hizo encender las luces y cerrar las cortinas, movía mis dedos con cuidado sobre las teclas sin distraerme, cuando la puerta sonó y levanté mis lentes mirando con extrañeza hacia la madera, dudé unos segundos porque nunca tenía visitas, ni siquiera de mis cercanos ahí. No tenía permitido el ingreso de terceros a mi habitación, no mientras la puerta estuviera cerrada, pasaba lo mismo en mi oficina en casa o en el trabajo, no me gustaba la presencia sin el aviso previo. No me agradaba la interrupción, menos cuando estaba trabajando, pero el cuerpo pequeño de Angelo tras mi "pase" me hizo dejar de pensar en quién se atrevía, para concentrarme en él con mi ceño fruncido, mirando por sobre los lentes.

— Mamá, tengo hambre — puse mi atención en la pantalla de vuelta y hablé sin la mayor expresión.

— Nunca te he cocinado, Angelo. Cada vez que tienes hambre, bajas y pides que te preparen algo de comer. ¿Cuál es la diferencia ahora? — hubo silencio y lo miré en busca de la respuesta, pero al sólo recibir su cabeza inclinada y una mueca de duda, alcé una ceja quitándome los anteojos —. Ven acá, Angelo.

Dudoso me hizo caso, tenía la nariz roja y sus ojos tristes calmaron la furia con la que pensaba hablarle nuevamente. Se paró a mi lado y dejé mis lentes sobre las teclas, me giré en la silla para verlo de frente y mi rostro quedó serio.

— ¿Qué te he dicho de las desobediencias?

— Que no te gustan— alcé mi mentón y cayó en cuenta de mi nueva molestia — Que no te gustan, mamá.

— ¿Y por qué lo haces?

— Yo solo le hice caso, porque tú no habías ido por mi y dijo que me quedaría con ella. Perdón.

— ¿Perdón, qué?

— Perdón por desobedecer, mamá. No debí de haberme subido a la moto, ni tomar el caballo, ni tampoco debí de comer el dulce.

Asentí y él retrocedió hasta mi cama, se sentó en los bordes con sus pies colgando y teclée nuevamente en la pantalla, todo era silencio, un silencio que no era bueno y mis ojos se desviaban de un lado a otro tratando de averiguar qué hacía o quería decir.

— Habla de una vez.

— Yo le dije que te molestarías conmigo, pero ella dijo que no estabas ahí y si no estabas, daba lo mismo, porque no le importaba lo que tú dijeras — alcé mis ojos hacia la pared detrás y traje a Colomba como recuerdo a la mente, inflé el pecho de aire para evitar un comentario inadecuado frente Angelo, pero la preocupación por su indiferencia comenzaba a desaparecer, para plantarse nuevamente la molestia. Me giré para verlo y continuó —. Yo le dije que tampoco te gustaba que yo comiera dulces, pero Ana dijo que su papá dice que hacen feliz a los niños y solo debo lavarme bien los dientes, la maestra sonreía y dijo que era verdad. ¿Mamá, a ella le gusta el papá de Ana?

— ¿A quién, Angelo?

— A la maestra. La tía Laura dice que cuando una persona nos gusta, los grandes sonríen al mencionarla, porque se ponen felices y nerviosos. También dijo que se hacen los importantes.

I found A girlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora