Capítulo diez.

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Adele;
Me quedé quieta una vez la vi con el arma alzada, mis ojos no se movían de sus movimientos y al escucharla apretar el gatillo tres veces seguidas, me sobresalté. Tres veces. Habían sido perfectas tres veces.

Corrió y se fue, me había visto, claro que me había visto. tendría que estar ciega para no notar mi presencia a escasos metros de ella. Permanecí inmóvil por minutos analizando la escena hasta que una bocina me sacó de trance y pestañeando repetidas veces, quité el freno de mano y avancé girando en una calle, regresando a la ciudad. Pensé y re pensé lo que iba a hacer, hasta que cuando me vi afuera de su casa, aceleré y salí de ahí. En qué estaba pensando, no entraría, no era quién. Ella no era quién. Yo era una abogada.

Colomba no era mi responsabilidad.
Colomba estaba bien.
Colomba era grande.
Colomba no me importaba.
Colomba era familiar de mi cliente.
Colomba era la mucama.

Aceptando cada uno de los puntos, me fui y llegué a casa pasada las 2am. Angelo dormía, la casa estaba en silencio y yo subí sin hacer ruido hasta encerrarme en mi habitación, me metí a la cama y di vueltas sin parar hasta que me senté y tomé el celular. No tenía el número de ella, y Pía a esta hora estaba dormida. No tenía cómo comunicarla, así que me puse de pie y abrí el computador para trabajar, debía mantener la cabeza ocupada. Tecleé por horas hasta que los ojos me pesaron y me tendí arriba de la cama sin taparme, dormí quieta hasta que sentí a Angelo en la mañana acomodarse a mi lado. Lo abracé y permanecimos así un rato, bajé a darle de comer y jugamos en pijama. Subió a cambiarse con una de las empleadas, hice lo mismo metiéndome a la ducha y cerré los ojos escuchando los disparos otra vez, di el agua fría y sacudí la cabeza.

A lo largo de mi vida había tenido el placer de vivir y escuchar una cadena de eventos traumáticos, unos disparos no me quitarían el hambre. Estaba decidido.

Así como salía de la ducha, me llamó Pía y atendí rápido. Era solo para preguntar por algún avance y respondí, tuve la intención de preguntar por Colomba, pero alcancé a arrepentir. Me vestí, maquillé mientras Angelo cantaba la introducción de las animaciones en la televisión, se acercó a consultarme algo relacionado con el motivo de su desesperación y asentí.

— ¿Podemos irnos ya, mami?

Hombre.

Tenía el día prometido con uno de sus amigos, había asegurado llevarlo a la casa de Tara, y ya estaba ansioso. Salimos de casa y una vez arriba del auto, encendió la radio, mentalmente siempre protestaba porque no era total agrado para mi el ruido que generaban los parlantes, pero lo aceptaba cuando estaba con él. Claramente, apenas nos separábamos el silencio era sepulcral. Al llegar corrió saludando a Sandro y se devolvió para despedirse, me aseguré de la hora para ir por él y manejé hasta Londres. Tenía que firmar y retirar papeles para trasladar clientes al bufete y pasar a dejar el computador de Marta. Ya tenía los datos y solo me quedaba trabajar con ellos, que resultó ser más difícil de lo que imaginaba y me veía capaz. Me estacioné en una oficina y esperé paciente en mi auto, hasta que vi desocupado el interior del escritorio con la secretaria y me bajé entrando, me puse mis lentes de sol porque se me asentaba una pequeña molestia en los ojos por la luz; saludé a regañadientes y por cortesía, pedí lo que necesitaba, firmé quedando a cargo y salí sin decir más, manejé hasta la casa de Marta, ahí estaría Pía y yo agradecía porque podría hablar con ella sin tener que interpretar cualquier término utilizado con Colomba. Con Pía podía comunicarme. Me bajé y golpeé una vez sutil la madera, apareció Azul que sonrió al verme y se tiró a mis rodillas abrazándome. Le toqué la cabeza y sonreí saludándola, corrió hacia adentro indicándome que pasara y eso hice, escuché la voz de Pía en la sala y así como me acercaba, acomodé mi abrigo, moví mi cabeza haciendo lo mismo con mi pelo y subí las gafas al puente de mi coronilla.

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