Capítulo treinta +1

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Adele;
No sé qué había pasado en estos últimos 6 días, me sentía fuera de mí misma. La casa era silencio, al menos mi habitación. Desde el otro lado de la puerta escuchaba unos pies descalzos pasar por frente mi cuarto, detenerse a la altura del cerrojo y salir corriendo hacia otra dirección; sabía bien de quién eran, sabía bien qué significaban y ni así tenía la mínima intención de pararme de la cama y verle la cara.

El día que Angelo volvió, se me había olvidado que regresaba. Si no es porque Simon me llama horas antes, hubiese estado ebria en el suelo con la ropa manchada y la casa hecha un desastre. Aunque lo estaba, la casa era un desastre cuando llegaron. Y Simon quería llevárselo devuelta, quería llevárselo para no devolvérmelo y sacó en cara el esfuerzo que hice cuando él tenía la custodia, esfuerzo en vano.

Simon quería llevarse a Angelo y Adele quería que Simon se llevara a Angelo.

Después de todo, era la última persona a la que quería ver.

Me recordaba cuán miserable era. Cada vez que le veía la cara, cada vez que le veía cada parte de la cara y me encontraba a mí misma cuando pequeña, lo aborrecía. Yo no quería hijos, no quería enamorarme, de hecho... apenas nació Angelo, dejé de querer vivir.

De ahí en adelante todo es anécdota.
Y ninguna me gustaba.

Angelo estaba afuera y su paseo constante por el mismo pasillo era señal de que quería mi presencia, y era obvio. Llevaba 6 días sabiendo que su mamá estaba ahí, pero no la veía. Mierda, cómo odiaba el "su mamá".

Podría salir de esta habitación, pero... ¿Cómo se explica? Empieza pequeño y se vuelve tan grande que me termina devorando. ¿Cómo lo explico? Si no se qué es en verdad. Si muchas veces me consume tanto que no puedo salir de ahí. Aparece y divaga en mi cabeza, gira y se agranda. Gira y se agranda. Está ahí tan presente que no me deja seguir con las demás cosas. Las opaca, toma protagonismo y entro en un loop sin salida. Termino agotada mentalmente. ¿Cómo lo explicarías? Cuando los demás te ven, te mencionan lo rara que estás, lo rara que llegas a ser. Por no saber lidiar muchas veces con tus emociones, no saber expresarlo o expresarte. Tampoco tienes la fuerza para gritarlo. Estás atrapada y los miedos te hablan.

Y cuando Angelo me mueve suave la manilla de la puerta, me atoran; ¿Pensaste en esto? ¿Y si esto sucediera? ¿Y si nunca dejo? ¿Todo será mentira? Dudo, y sé que debería seguir y dejarlo a un lado. Pero esa bola de vaya a saber qué es, se sigue agrandando. Si salgo a verle la cara, ¿cómo se lo explico? Si se siente tan adentro, tan doloroso, tan raro.

¿Cómo le explico ese sentimiento? Si solo tiene 8 años.

— ¿Señora?

Me golpearon la puerta y me metí bajo las sábanas cerrando los ojos. Si fuera por mí no tendría a nadie en esta casa, pero debido a que no quería hacerme responsable como mamá, debía permitirle al personal retomar rol en todas mis responsabilidades. Así que los pasillos eran rellenados con personas ajenas que alimentaban, bañaban, acostaban, vestían y entretenían a Angelo. Y mantenían las habitaciones limpias, todas menos la mía. Que de todas maneras no era ningún desastre, no me paraba de la cama, salvo para ir al baño de urgencia.

— Señorita Adele...

— Me dirás Señora o Señorita.

No me di cuenta cuando alcé la voz y maldije mientras me sentaban en la cama dispuesta a preguntar qué quería. Era Anne, la niñera de Angelo. Anne creo que se llamaba.

— No quiero interrumpirla...

— Ya lo has hecho.

— Lo lamento, señorita.

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