Capítulo cuarenta.

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Adele;
Recuerdo precisamente una de las tres sesiones que tuve cuando Angelo estaba recién nacido. Quien fue mi psicóloga en ese momento, Mía; así se llamaba, Mía, me detuvo cuando se suponía que ya me iba, y me pidió que para la próxima sesión, trajera en un papel anotado lo que para mí era un hogar. No volví a la siguiente cita, ni esa ni las que vinieron después. Y muchos dirán que fue cobardía, pero yo después de mucho tiempo pude darme cuenta de qué fue lo que me incomodó de ese día en particular y esquivé.

La palabra hogar, un hogar.
¿Qué era un hogar para mí?
¿Tuve uno alguna vez?

En ese entonces todas mis respuestas eran negativas.
La verdad era que no, no sabía lo que era un hogar. No sabía cómo se sentía; creo que nunca tuve uno, no sabía cómo describirlo, no sabía qué esperar, no sabía cómo conformar uno, y no quería hacerlo. Y me encerré en la duda.

En ese momento si quien estaba delante de mí pidiéndome la definición, me hubiese preguntado el cuáles son los sentimientos que conforman un hogar, probablemente me haya quedado muda y ella habría respondido por mí orientándome. Quizás ella hubiese dicho, el amor o la ternura. Y si me preguntaba por cuáles eran las personas que conformaban mi hogar, tal vez se hubiese respondido el que es la familia, los hijos, una pareja, padres, amigos, mascota. Pero yo, yo hubiese seguido sin entender cuál era el concepto de un hogar. Fuera de lo metafórico, fuera de lo físico.

¿Es el olor, son sensaciones, personas, ambiente, cosas, cuatro paredes? ¿Algo así?

Años es demasiado tiempo, un año es demasiado tiempo. Meses, puedo decir meses sin sentir que el tiempo sobra. Hace unos meses en un país que no era el mío, en un clima que me desconocía, en medio de calles con gente murmurando algo que yo no entendía, mar hacia un lado desconociéndome, bosque hacia el otro invitándome a darme a conocer; descubrí y sentí lo que era realmente un hogar.

Cumplí 40 años, pasado es navidad. Hoy estaba sentada frente a una desconocida que me miraba analíticamente. Y pienso que, fue demasiado tiempo el que anduve caminando descalza. Pero valió la pena. Encontré mis zapatos sin buscarlos y nos complementamos tan bien, que normalmente ni los siento, salvo para recordarles cuánto los amo y pedirles que me acompañen a una nueva guerra. Somos uno, desde el momento en el que acepté que eran míos, que yo esperaba por ellos y estos ansiaban por mí, se fundieron en mi piel.

Esos zapatos son mi hogar.

¿Qué descubrí teniéndolos?
Que las paredes de un hogar son las manos que lo construyen. Dos, cuatro, seis, diez. El hogar no es una casa y no cualquier casa se siente hogar. Hogar es tu energía, tu manera de ser, lo que te hace vibrar. Son tus millones de risas desparramadas por todos lados, también las lágrimas, los bailes, lo que cantas en la ducha. Hogar son las personas que amas, la música que escuchas, la caña de bambú que va creciendo en la esquina de una habitación dentro de un macetero.

Reí, tengo una así en casa. Tengo una cañita de bambú creciendo desde que esas paredes acoplan otra voz, no solo la mía. Y a Angelo le encanta, simula con dibujitos de papel que son pandas.

En fin, hogar soy yo. Yo conmigo.
Porque solos no estamos nunca y vivir con nosotros mismos, cuando no tenemos a la "soledad" es la más hermosa de las compañías.

En definitiva hogar eres tú con tus hijos, con tu pareja, con tus amigos, con tu familia, con tus gatos, con tus perros, con quien sea, con quien seas, con quien puedas simplemente ser, sin tener que parecer. Hogar eres tú con quienes se eligen mutuamente. Por eso un hogar son mis manos y las de quien se decide sumar. Hogar es el amor con el que haces cada cosa, el olor a pan horneado, que no lo conocía hasta que conocí a la abuela de Colomba, y ahora me inunda la nariz todos los domingos porque cuando Marta descubrió que me encantaba, le entró la fascinación por demostrarme así que me apreciaba. El roble que se tiñó de rojo en el fondo de mi casa, la ropa caliente con olor a sol. La canción con la que despiertas cada mañana, la frazada que tanto amas aunque esté rota, el té caliente, el amor que recibes, el amor propio y el de los demás, el amor que das, los abrazos que nos protegen de todo. Esas manos construyen, no sostienen. Y todos necesitamos ser sostenidos. En nuestra locura, o creatividad, o intensidad, o sensibilidad. Lo que fuera, sostenidos para alejar el miedo. Porque en algún momento no hemos sido sostenidos por las personas que más hemos querido y eso crea heridas. Crea inseguridad.

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