Capítulo treinta + 7

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Adele;
Abrí los ojos por inercia minutos antes de que al avión se moviera y se escuchara la voz de la cabina recalcando los cinturones de seguridad ya que aterrizaríamos. Respiré hondo sacando mi celular y alcé mis cejas rascándome la frente, ese dolor punzante que no sentía hace un tiempo, volvía a hacer presencia y me rehusaba a creer que los 40 años me hicieran sentir con creces la menopausia ya prescrita.

Al aterrizar caminé automáticamente hasta el estacionamiento. Me había asegurado de que mi auto estuviera en el aeropuerto y mis maletas llegarían a la casa. Busqué con la mirada la patente que reconocía entre todos los autos que estaban ahí y me acerqué recibiendo las llaves que me ofrecía un hombre de edad. Al verme sonrió, me abrió la puerta y antes de cerrarla, giré el rostro mirándole.

— Thank u very much.

Asintió sonriéndome y salí de ahí incorporándome en las carreteras de Londres, me escabullí entre las calles por largos minutos. La intensidad del tráfico no era algo que había extrañado de Gran bretaña. Encendí el aire porque me pesaba la cara, me puse mis lentes de sol independiente a que era de noche ya y disminuía mi campo de visualización, lo ignoraba a pesar de lo peligroso.

Apagué el motor al estacionarme afuera de la casa y acomodé el abrigo en mi espalda mirando hacia la puerta principal. Bajé del auto con las manos frías, pero ansiosa. Caminé a paso firme y fuerte hasta el tiembre y miré la hora en el reloj de mi muñeca hasta que la puerta sonó y se abrió. Elevé las gafas a mi frente sonriendo y me acerqué a los brazos abiertos que me esperaban.

— No pensé que en algún momento me iba a alegrar tanto verte.

Se rió e imité alejándonos.
Ahí estaba Marta, ese era su característico humor.

— ¿Y Colomba?

La miré y alcé mis cejas manteniendo una cara neutra. Cerró la puerta a mi espalda tomándome de un brazo para que caminara junto a ella hacia el pasillo que nos llevaría a la sala.

— Atrás. Tendría que llegar uno de estos días.

— Pensé que viajarían juntas.

— Sí. Pero al parecer las tres pensábamos algo diferente.

Le sonreí sin ganas y agotada por el viaje eterno. Al llegar al salón me encontré con el rostro de Pía escondido atrás de un tazón blanco, al sentirme lo bajó y se puso de pie para recibirme.

— Probablemente mi mamá no te lo haya dicho porque estas cosas se le olvidan, pero lo hago yo. Bienvenida a la familia.

Me sonrió alegre y desvié mi atención a Marta.

— Ay, hija. ¡Es verdad! Qué felicidad más grande es el saber que por fin, están juntas. Si el corazón les sangraba separadas.

Le sonreí con el mismo ánimo anterior y ambas lo notaron, así que al ver que se miraban con dudas, me tuve que recomponer con rapidez para actuar. Londres traía consigo el teatro otra vez.

— No pasa nada. Es solo el cansancio del viaje, discúlpenme. ¿Angelo está despierto? Me gustaría verlo.

— Duerme con Azul, pero ha dejado encargado el que se le despierte a lo que llegues, así que puedes subir si quieres.

Y eso hice, las dejé ahí moviéndome hasta las escaleras. Me afirmé en el barandal pisando cada escalón hasta que llegué a la habitación y me afirmé en la puerta viendo dos bultos pequeños enrollados entre las mantas de la cama. Me acerqué sentándome en el costado donde dormía Angelo y acaricié su frente sonriendo. Automáticamente abrió sus ojos y sonrió rascándose la cabeza.

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