Capítulo siete.

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Adele:
— Angelo, quédate dormido, miamor. Mira la hora que es.

— Es que no tengo sueño, mami.

— Haz el intento, por favor. No es bueno que estés despierto hasta tan tarde.

Lo arropé y me quedé a su lado hasta que los ojos se le
comenzaron a cerrar, mi celular vibró y asegurándome de que ya se dormía, me zafé de su agarre caminando al pasillo, era Pía y dudosa confirmé la hora, eran pronto las 3am.

— ¿Pía?

— Hola, Adele, lamento molestarte a esta hora.

Era una frase común en este tipo de oficios, rápido había decidido entender que la frase era solo una mula, porque quien realmente lo siente no te llama cerca la media noche, no a sabiendas que estás lejos del trabajo por tu familia. Ignorando el hecho, la impulsé a que me contara el motivo, y el cerebro me comenzó a maquinar una estrategia. Acto involuntario. A su mamá le habían robado y su papá estaba en el hospital, pude haber profundizado más en el tema, me veía corta de información, pero lo acongojada de su voz me hizo detenerla entre tartamudeos.

— ¿Necesitas que vaya?

— ¿Lo harías? — suspiré mirando la hora en el reloj de mi muñeca y medité mis opciones —. No quiero molestarte, te llamé porque no pensé en nadie más para este tipo de cosas, puedo...

— Dame media hora.

Corté. No era del tipo de personas que se queda a escuchar disculpas innecesarias. Llamé a Laura y en breve la tuve en la puerta de casa tocándome la puerta. Me abrazó, me besó y pidió fervientemente que me cuidara, como si mi trabajo fuera uno de alto riesgo, más no debatí y salí de ahí. Manejé con más velocidad de la habitual alejándome de la ciudad para acomodarme en carretera, y mantuve el pie en el acelerador hasta que visualicé las luces blancas que bordeaban el hospital. Me estacioné quedándome sentada, el edificio frente a mí me volvía humanamente diminuta y no era una sensación que me gustara. Aquí habían venido a deparar mis temores hace algunos años atrás. Y cada una de mis pesadillas se habían vuelto realidad.

Me bajé y así como le ponía el seguro al auto, vi una silueta negra pasarme por el costado. Por casualidad comencé a caminar atrás de ella en rumbo hacia la misma entrada, nos separamos cuando dobló hacia las escaleras y yo presioné los botones del ascensor. Llegué antes, considerando que nos reuniríamos en el mismo piso en breves, y busqué con la mirada a Pía. Al verme se acercó con apuro y yo sonreí con amabilidad, había algo en su expresión corporal que me decía que en cualquier momento se movería y escogería...

Abrazarme. Tal cual lo estaba haciendo ahora.
Y me dejé. Ella dejó caer el peso de su cuerpo en mis hombros y por instinto alcé mis brazos bajo sus codos por si era necesario sostenerla. Pía acumulaba demasiado y nunca le temblaban las rodillas, había tenido la oportunidad de presenciarlo, salvo ahora. Toqué su cabeza con cariño una vez se separó de mí y nos acercamos hacia la mamá, se mostraba igual o peor de consternada que ella, y tal vez este no era el momento de invadir al cliente en preguntas, pero soy abogada, es mi trabajo. Pedí por datos, por dónde le habían robado, artículos tecnológicos, rápido me indicaron que no traían nada de eso y me tuve que conformar con lo verbal. Hasta que apareció la silueta negra y se acomodó a mis espaldas.

Alguna de las tres parecía querer hablar, pero entró un doctor de traje verde y bata blanca, las nombró y se acercaron. Me mantuve al margen porque yo no era familiar de nadie, también desconocía lo ocurrido. Escucharon en silencio hasta que él dejó de recitar un montón de palabras que yo no oía, pero que no parecían ser alentadoras. Las caras se iban desplomando pasaban los segundos. Me di la vuelta viéndole las espaldas a las tres por el reflejo de los cristales inmensos que cubrían las ventanas y me centré en Colomba, la mucama. A la que había deseado no volver a encontrármela. La que había deseado no volver a verme la cara. La misma retrocedió bajando el cuello para mirar el suelo, por fin escuchaba algo y era a la mamá preguntar: ¿Y eso qué significa? Probablemente era esa una de las dudas más comunes dentro de un hospital. Pía tenía la misma incógnita, se le notaba en la cara, habían cuatro ojos preocupados mirándolo, pero ella... Parecía tener todo claro. Se alejaba así como el doctor traducía a un idioma más cotidiano lo que ya había dicho antes. Pía se sentó afirmando los codos en sus rodillas y cuando la mamá hizo lo mismo, me giré mirándolas de frente.

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