Capitulo ocho.

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Colomba;
Cuando llegué, supe identificar a ese Tish que había conocido en el bar, estaba arriba de una de estas típica camioneta de mafioso, vidrios polarizados y blindados, negra completa y un grandulón con anteojos de sol manejando. Me estremecí porque si esto parecía película, no quería vivirla. Aún no era tarde...

— Es esto lo que tienes que llevar. Si actúas con normalidad, nadie se detendrá a interrogarte, el trayecto es un poco largo, pero la paga siempre es recompensa. Esta es la dirección y no le entregues nada a nadie si no responde por el apodo de "El gato" es un viejo mexicano que siempre lleva un pedazo de pasto seco en la boca. Entregas el paquete, recibes el dinero y sales rápido de ahí. No es un área segura, hay mucho ladrón y drogadicto, no eres cara conocida y el ir sola te puede generar problemas — sacó de su pantalón un arma y lo miré a la cara —. Lleva esto, en caso de cualquier cosa.

— No la llevaré. ¿Cómo voy a andar con un arma?

— Son drogas.

— Prefiero que me den 15 años por droga a 30 por ir también armada. Sé defenderme.

Asintió con sarcasmo, quizá el sabía que no tendría mucha suerte en el caso de que algo así pasara, pero ya estaba. No, no sabía defenderme, esa era la verdad. Pero si me sentía atacada estaba segura de que no me quedaría atrás. Pregunté cómo lo contactaba después y me entregó un papel con coordenadas, era un galpón donde él siempre estaba. Me dejó en claro que nadie tenía que saber alguna de las dos direcciones, en ningún momento, ni antes ni después de la entrega, de alguien más estar consciente, tendría problemas. Yo tendría problemas independientemente a si sé o no defenderme. Me amenazaba. Y a mí me cargaban las amenazas.

Me subí a mi moto y manejé con el mexicano metido entre las cejas. El día no estaba de lo más agradable aunque aún fuese temprano, pero el viento me chocaba en el casco con fuerza moviéndome el pelo que quedaba al aire. Me detuve en un semáforo y giré camino a un atajo, no era primera vez que iba hacia esa dirección.  Memoricé el nombre de la calle y volví a girar una vez cerca, el ambiente cambiaba automáticamente.

No transitaba mucho auto, habían muchos niños descalzos jugando a la pelota y cordeles de ropa en las calles, latinos adaptando Europa. La mayoría eran inmigrantes, de todos lados del mundo, pero aún así, no era la zona más peligrosa de Londres. Dejaban de haber carteles indicando el nombre de las poblaciones y me levanté el cobertor del casco para ver con más claridad, me acerqué a una mujer con un niño en los brazos y pregunté:

— ¿Sabes dónde puedo encontrar al gato?

Pregunté en mi idioma segura de que me entendería, al escucharme indicó más arriba atrás de unos autos apilados haciendo barrera y me escaneó.

— Por allá. Vaya con cuidado, dama.

Sonreí agradecida y presioné el acelerador acercándome, me estacioné y sin quitarme el casco, golpeé con fuerza un portón de lata. A los segundos apareció un grandulón que me tomó de la chaqueta de cuero que llevaba y me empujó hacia adentro, me arrinconó con una pistola afirmada en mi abdomen y murmuré:

— Suéltame, weon.

Al entenderme, se alejó pero sin bajar el arma.

— ¿Qué necesitas?

— Busco al gato.

— Aquí estoy, princesa — escuché desde atrás una voz y me giré alarmada porque no lo había visto, era un hombre grande y corpulento. Llevaba una polera sin hombreras y tal como dijo Tish, un pedazo de pasto seco entre los dientes. Sonrió con deseo y malicia cuando me vio, se sobó las manos y retrocedí, yo no era carnada —. Me imagino que tú eres la paga de algún cabrón en deuda conmigo. Esta vez supieron escoger.

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