Capítulo dieciséis.

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Colomba;
Reaccioné tarde a mi cercanía con Adele, de hecho, nisiquiera reaccioné, solo me dejé estar y cuando mi cuerpo se comenzó a entumir por la ropa empapada me hice hacia atrás. Limpié mis ojos tratando de no apretarlos ya que de seguro quedarían más rojos e hinchados. Obviando el movimiento de incomodidad que hizo ella, la miré a los ojos y sus pupilas estaban dilatadas como siempre, parecía ser constante en ella; pero atrás del iris verde, me consultaba si todo entre ambas estaba bin y, sin ánimos de responder aunque su pregunta no estaba formulada, avancé pasando por su costado. Si abría la boca mi respuesta llevaría a señalar algo relacionado con el bar y no correspondía ni debía. Y entre ella y yo no había nada, así que evadía. Cuando tenías un cúmulo de emociones en el pecho, emociones que no sabías categorizar y pasabas a somatizar, era curiosa la facilidad con la que los sentimientos negativos se apoderaban de uno, sentir rabia nunca había sido tan fácil, y escupirla nunca se había sentido tan liberador. Y no era algo de lo que debería de vanagloriarme. Me callaba.

Señalé que me iría a casa y estiró su cuello, sonrió leve pero fría, no le devolví la mueca ya que me comenzaba a doler el cuerpo, nunca me gustó el duelo ni sentir la pesadez de la muerte, de sentía como un cubo de cemento quieto en la parte más débil del cuello.

— Adele...

— Sí, vamos.

Avanzamos en silencio, pero sentía sus ojos puestos en mi nuca, antes de subirme a la moto me quité el abrigo que ella recibió ignorando lo humedo que se encontraba. Suspiró y los suspiros nunca insinuaban algo bueno; encendí el motor, me acomodé el casco y presioné el acelerador avanzando, rápido sentí el viento que me congelaba los huesos, por lo que me apresuré en llegar a casa. Encontré a un gran grupo de personas sentadas en el sofá, había gente extraña que aludí como cercanos, los jefes de papá, amigos de mi madre y un montón de gente que de seguro nadie conocía, pero la muerte llamaba a varios. Mamá conversaba con una mujer de cabeza blanca que agarraba su mano con pena, Pía no era visible y avancé ignorando los ojos puestos en mí para acariciarme con compasión. Me encerré en mi habitación y apenas fui lejana al ruido y los murmuros, mis hombros soltaron el peso del día, rápido me desnudé, caminé al baño cerrando la puerta a mi espalda, largué el agua y el vapor hizo que los ojos se me llenaran de lágrimas. Me mojé, pasé la esponja con jabón por mis brazos y en mi muslo derecho, me detuve al quejarme, había un rasguño superficial pero sensible del impacto en el lago, revisé y al no ser profundo, continué. Pero la cabeza me comenzó a dar vueltas y las lágrimas se acumulaban en mis párpados, mas no caían. Me afirmé en la baranda a un costado y metí la cara bajo el chorro, respiré por la boca hondo y comencé a llorar, como no recordaba haberlo hecho antes. Mis pestañas escurrían goterones y mis mejillas se quemaban frente al líquido caliente, abrí mi boca cuando me faltaba el aire y un sonido agudo y reprimido salió de mis amígdalas, me incliné y flexioné mis rodilla hasta que tocaron el suelo y me moví en posición de feto. Recién ahora caía en cuenta: Está muerto. Allá afuera hay alguien muerto y es mi papá.

— ¿Co, estás bien?

Hablaban desde el otro lado de la puerta y solo Pía me decía así, por lo que supe reconocerla a pesar de mis dificultades al escuchar. Quise responder, pero mi boca estaba hecha agua y el intento de ponerme de pie era inservible, así que guardé silencio y me limpié los ojos. Mordí mi boca para respirar mejor, tenía que pararme, no podía quedarme quieta en la cerámica, debía hacerlo. Podía hacerlo. ¿Podía, cierto?

Dejé de cuestionarme para sentir el aire frío filtrarse por la puerta que acababa de ser abierta, las persianas de la ducha se corrieron y Pía me miró con pena en sus ojos, cerró la madera a su espalda y se puso de rodillas bajo el agua junto a mí, me abrazó y dejé caer el peso de mi cuerpo sobre sus hombros. Cerré los ojos y lloramos, hasta que limpió mis mejillas y me ayudó a pararme, no dimensionaba los minutos que habían pasado, pero ignorándolos me reí despacio. Sus ojos bajaron a mi muslo y me hice la desentendida, de igual manera ella y besó mi frente, mejillas y sin que se lo pidiera, me terminó de bañar, cosa que agradecí porque no lograba mantener el peso de mis brazos alzados ni el de mi cabeza inclinada. Me enrolló en una toalla y yo hice lo mismo en mi cabello, me acercó la bata colgada en una esquina y se alejó dándome el espacio para caminar hacia mi cama, me vestí nuevamente y comencé a secar mi pelo sin volver a pronunciar palabra, me peiné, maquillé porque no era de mi agrado independiente al dolor, verme la cara roja, los ojos tristes, hinchados y los párpados caídos. Puse mis aros, mi anillo, cadena y la pulserita de oro. Me miré por minutos infinitos en el espejo, hasta que salí hacia la habitación de mamá, allí estaba Arthur y Pía con Azul en sus brazos. Me acerqué a papá sonriéndole a los demás leve y detallé su rostro pálido, su boca morada, el traje negro de ceda que tanto le gustaba, su anillo en dedo y el cabello peinado. Me senté a su costado y tomé su mano separando los labios para hablar.

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