Respiro 1.

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— ¿Quieres un consejo de viejo?

— No, pero el viejo terminará dándomelo igual. Así que habla ya.

Se rió y le vi los ojos arrugados en el gesto, los dientes blancos mostrándome las encías con emoción y la carcajada limpia haciéndome sonreír.

— Ordenar la cabeza primero para poder ordenar la vida, las demás cosas pueden esperar.

— Sabio.

Volvió a reír y negó así como me miraba con los ojos entrecerrados, sabía que algo más tenía para decir y me quedé callada para que hablara.

— ¿Cuáles son tus fórmulas? Me refiero a tus inclinaciones a la hora de vivir. Cómo sabes después de 24 años hacia dónde girar cuando el corazón te dice "vira"

— No tengo fórmulas para nada — llevé la botella de agua a mi boca y tragué con lentitud pensando en el siguiendo sonido que harían mis palabras —. Creo con todo mi ser que la única fórmula posible es hacer las cosas con el corazón. No puedo ordenarme ni los pelos de la cabeza, menos me voy a ordenar la vida. No creo en nadie que me diga cómo vivir, cómo sentir, cómo sanar, cómo crecer, cuál es el mejor camino a seguir.

— ¿En qué crees sino?

— Creo en mis pasos y en esa gente hermosa que me acompaña, en las buenas y en las no tanto. Hablo desde lo que viví, y me he cruzado con mucha gente en la vereda de mi vida que siente igual que yo, y eso es coincidir, pero creo que todos tenemos derecho a elegir nuestro camino y nuestra manera de vivir. De vivir el amor, las heridas, los duelos, la tristeza, la alegría. La única certeza es que la vida es un instante. Es un regalo. Veamos que hacer con eso. Y que cada cual la viva a su manera según los deseos de su corazón. Después de todo, nos vamos siendo el amor que dimos. Y si somos eso, nunca nos iremos del todo.

— Se te da por huir de quienes la tienen tan clara para dar indicaciones de como vivir. Para tu desgracia, no podrás huir de mí.

— ¿En qué piensas, muñeca?

— En nada — me giré en cámara lenta recibiendo una taza de té que me ofrecía. Sonreí al ver la bolsita adentro solo con agua, Adele ya había captado que independiente a los años que llevaba viviendo en Londres, jamás en la vida tomaría té con leche. Mi taza humeaba por lo caliente que estaba y la de ella permanecía tibia —. Me acordaba de mi abuelo.

— ¿Qué crees que hubiese dicho si después de todo ese tiempo, se hubiese enterado que terminamos juntas igual?

— Se hubiese burlado de mí — sonreí —. Como tuvo por costumbre. Tenía más seguridad que yo en esto.

— ¿En nosotras?

— Sí. Siempre supo que terminaríamos juntas, siempre me lo dijo.

— ¿Le creíste en algún minuto?

— No lo sé, quizá. Pero estaba completamente negada, así que lo creyera o no, me daba lo mismo.

Permanecí quieta mirándola, ella llevó la taza a sus labios y dio un sorbo largo así como cerraba sus ojos y fruncía las cejas arrugando la frente. Me detuve a contemplarla y sonreí al ver en sus manos la pulsera y el anillo que le había regalado, no se la había quitado bajo ningún motivo, amanecía con la cadena en su muñeca marcada en la piel de su brazo y la cara, pero a pesar de que le había pedido que se la sacara para dormir, se rehusaba. Y yo había dejado de insistir. Su cabello estaba mucho más largo que el año pasado, su piel parecía aclarar cada semana un poco más, los ojos le brillaban y la pupila le crecía cada vez que parpadeaba. Había recuperado un poco de peso, era lo mínimo, y eso se lo culpaba a mi mamá, que vez que se metía a la cocina, la mandaba a buscar porque no concebía cocinar sin que la inglesa probara todos los sabores de Chile en gastronomía. Y Adele parecía encantada.

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