Capítulo nueve.

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Colomba;
Desperté sobresaltada a las 6:40am. Tish me estaba llamando y llevé el teléfono a mi oreja desconcertada. ¿Tenía que madrugar también?

— ¿Sí?

Que me levantara, tenía algo para mí. Eso hice, no sin antes protestar, después de bañarme y vestirme, salí de ahí con el casco en mi mano y las llaves en la otra, pero el arma se me había quedado. Volví y se me resbaló el pie hacia adelante cayendo de raja sobre la alfombra.

— Mierda.

Me quejé mientras me paraba y miré hacia abajo buscando en lo que me había desequilibrado, recogí un aro argolla de oro y lo dejé arriba de la mesa con rabia yendo a mi cuarto, no tenía idea de quién era, metí el arma en la pretina de mi pantalón y corrí hacia afuera subiéndome a la moto. Manejé tarareando una canción sin sentido inventada recién y llegué a la bodega, me estaba mandando al otro extremo de la ciudad y eran largos minutos de viaje, tomé el paquete y me reí así como salía por lo graciosa que me veía desde afuera con una pistola en el pantalón que no sabía usar. Lo ignoré y manejé rápido, tan rápido que el cuerpo se me entumeció por el corte del viento que estaba haciendo con mi movimiento. 35 minutos después estaba al frente de un hombre bajo y traje, rostro serio y sin expresión, me miraba de arriba abajo y esperé a que me soltara un comentario igual al viejo de ayer, pero no. Me pidió lo que llevaba, lo revisó, abrió una barra y untó su dedo, saboreó sonriendo con satisfacción y malicia. Pasta.

— Ese malnacido sabe lo que hace.

Entendí que se refería a Tish y me entregó dos fardos de billetes. Disimulé mi asombro y salí asintiendo. No tenía idea cuánto valía, pero lo que llevaba no era la gran cantidad para ese dinero, me convencí una vez más de que me convenía seguir con esto y manejé devuelta a la bodega, Tish contó el dinero, guardó un fardo y me entregó más de la mitad del otro, sentí incomodidad y no pude callarme.

— Sé que quizá el comentario está de más, pero por mucho que necesite el dinero, no quiero que me lo estés regalando. Quiero ganármelo.

Sonrió como tonto y se puso de pie.

— ¿Qué te hace pensar a ti que un narcotraficante te regalará dinero solo porque eres pobre? — callé, no me esperaba la respuesta —. Te mandé a buscar para trabajarme, no te tengo aquí haciendo caridad en busca de mi consciencia a la hora de darte la recompensa. El dinero nunca me ha faltado, pero no lo ando botando.

Daba por finalizada la conversación. Él no.

— Me pagan cinco veces lo que vale un paquete con dos gramos de lo que vendemos, me alcanza para pagarle a cada uno de ustedes y vivir cómodamente. Juan es venezolano, llegó acá sin dinero para pagar su visa con tiempo y ahora, tiene un penthouse en la ciudad, una casa a la salida y mantiene a su familia en Venezuela. Aparte, tiene su residencia y lleva dos años trabajando conmigo, nisiquiera todos los días.

Me mordí la boca y asentí. Sí, el dinero rápido.

— Así que descuida y acepta con la boca cerrada. Estás haciendo tu trabajo bien y mientas yo no me vea perjudicado, te seguiré pagando como corresponde. Pero si quieres más peso para sentirte digna de la recompensa, puedo hacerlo.

Sobó sus manos mientras se cruzaba y abrochaba los botones del traje, me dio la espalda y entregó un papel.

— Está en Tottenham, 15 minutos en tren. Quizá te demores menos en esa moto, pero ahora no vas a dejar nada, vas en busca de un encargo. Es grande, Colomba. Tan grande que anda más gente a su siga. En dinero, eso es demasiado y yo no conozco la exageración en ceros, pero cuando te digo que ese paquete vale, es porque vale. De hecho te recomendaría ir en auto, por tu seguridad y la de mi...

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