Capítulo diecisiete.

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Adele;
Manejé directo hacia mi casa, pensé en ir hacia la de Laura, pero me rehusaba. Habíamos discutido, como no tenía consciencia de haberlo hecho con ella, la saqué de ahí hecha furia sin buscarle un lado intermedio a la discusión.

Me estacioné fuera de casa y me miré, desde el pecho hasta mis pies. Sonreí, porque la traía como recuerdo y la sentía como uno, recordaba lo delicada que había sido. Pero me puse roja y fría cuando fui consiente de que estuve horas desnuda, con los ojos vendados y gimiendo incontrolablemente con su boca en cada parte de mi cuerpo. Colomba me había visto desnuda y era una de mis inseguridades, mi apariencia. Con ropa me sentía segura, empoderada y era consciente de mis curvas, pero sin las prendas que apretaban y detallaban, me sentía inofensiva. Se me olvidaba el carácter y la solidez.

Toqué mi estómago, en el área de mi cicatriz cuando estuve embarazada y mis caderas, por las estrías que estaban marcadas después de eso mismo y lo rápido que cambió mi cuerpo. Cerré los ojos y dejé de pensar en que trabajaba en eso, para enfocarme en un: ¿Habré sido su motivo de burla después?

Saqué las llaves del auto bajándome porque el pecho se me apretaba, entré pesando en Simon con su pene entre Colomba y mis dedos se aferraron al control vehicular. Me llené de coraje y celos, Simon me daba lo mismo, su pene inútil y su pecho lleno de pelos me tenía bajo presión, pero mi incomodidad era ella. Con él. Rasqué mi frente y mi celular sonó, increíblemente era el papá de Angelo y le contesté, pidió hablar conmigo insinuando ser importante y accedí, no tenía de otra. Dijo que revisaría su agenda y pasaría por mi casa cuando tuviera el tiempo, tiempo que siempre tenía porque era incompetente, pero se excusaba. Fui a mi habitación, dejé mi cartera y comencé a teclear.

El único ruido era la televisión en la habitación de Angelo, que estaba en un volumen considerable y no me interrumpía, comencé a trabajar de inmediato, iba al día con los casos, en el bufete todos trabajaban competentemente y no tenía problemas, solo hacía mi parte diaria y si me daba el tiempo, avanzaba en lo restante. Tomé mi computador, celular, carpetas y mi pluma, iba hoja tras hoja leyendo y detallando lo que correspondía, firmaba en las que debía y así estuve por horas, hasta que el estómago me comenzó a doler y le pedí a Angelo que bajara para comer, con cuidado se puso de pie y con la misma delicadeza bajó las escaleras, mientras yo iba al baño a lavarme las manos, avisé en la cocina que cenaríamos. Volví a subir encerrándome en mi habitación y até mi cabello, lavé mis manos los minutos correspondientes, las sequé y me miré en el espejo, antes de que mi cabeza comenzara a soltar riendas a los pensamientos me giré escuchando la voz clara abajo, salí rápido y bajando la escaleras me solté el cabello acomodándomelo, mientras más me acercaba, más identificaba el acento y al entrar a la sala, pude ver su espalda recta dando la orden.

— Podrás ver que ya somos tres, así que pon otro puesto, linda.

— ¿Mamá?

Se giró sonriendo y movió sus manos abriéndolas.

— Hola, cielo.

Me quedé muda, de todos los años que llevaba viviendo sola, tres veces me había venido a ver, tres con esta. Vivíamos de la misma manera, pero a ella no le gustaba salir de su mansión, ni por Angelo. Que le tenía cariño, pero no el suficiente como para moverse por él. Abuela, pero porque le tocaba.

— ¿Qué haces aquí?

— Tu padre tiene negocios y salió de la ciudad, sabes que no me gusta quedarme sola, aunque esa casa esté llena de gente. Así que he venido a verte. ¿Dónde está el niño?

Me recompuse sin decir nada y avanzamos en silencio hasta que lo vió y se acercó tocándole la cabeza, sonrió leve y dejó su cartera en un mueble de adorno atrás, sacudió sus manos y se sentó a su lado, mis ojos no la soltaban y repetí lo mismo desde el otro lado.

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