Capítulo veintiocho.

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Adele;
— ¿Crees que pueda sacar a Angelo de la ciudad este fin de semana?

— El fin de semana comienza mañana, debes avisarme mínimo con 72 horas de anticipación.

— ¿Te puedes quitar los anteojos, Adele? Te estoy hablando, pido que me mires a la cara.

Accedí a su petición con rabia y dejé las gafas pesadas en la mesa, alcé mis cejas recibiendo el sol en la cara y vi los ojos expresivos de Simon asombrados por mi aspecto, pero no dijo nada y lo agradecí.

— El fin de semana comienza mañana, debes avisarme mínimo con 72 horas de anticipación.

Repetí apática.

— ¿Según qué?

— La ley, Simon.

— ¿Estás durmiendo, Adele? ¿Sucede algo, es el dinero? ¿Te falta dinero, puedo ayudar? — lo miré desorbitada — ¿Volviste a beber? ¿Fumas?

Aparté la mirada hastiada, con indiferencia enderecé mi posición y él se acercó a la mesa recargando sus codos en el cristal.

— Adele, soy el papá de Angelo. Puedes decirme si necesitan algo, ¿él está bien?

— Sí, Simon. Él está bien, ambos estamos bien.

— ¿Entonces por qué tienes esa cara?

— Porque es con la cara que nací. ¿Quieres que me la cambie, me opero? — lo miré seria y el calló — ¡No tengo otra, Simon! Por favor evita las preguntas estúpidas, estamos ambos mayores para eso.

Elevé mi tono de voz llamando la atención de una pareja joven que conversaban enamorados al costado de nosotros. Y más orgullosa de haberles arruinado el momento no me podía sentir.

— Mira, llévate a Angelo si quieres. Pero el lunes lo quiero a primera hora en la puerta de mi casa y de pasada que dejes de meterte en mi vida.

Tomé el impulso de ponerme de pie, agarré mi cartera y puse los anteojos sobre el puente de mi nariz.

— Supongo que puedes pagar un vaso de agua y un café.

Lo miré desde arriba y al recibir su mirada de preocupación me giré para hacerme espacio entre las mesas llenas de gente sonriendo y riendo con sus parejas o amigos. Me subí a mi auto y los movimientos de ahí en adelante fueron todos con brusquedad, encendí el motor, tiré la cartera lejos, las cosas cayeron al suelo y respiré agotada. Me desvié en una avenida para manejar hasta casa, me estacioné y Angelo apreció corriendo con un papel en las manos hacia mí.

— ¡Mami! Mira lo que hice con la tía Laura, es para ti.

Miré dos manos marcadas con pintura en rojo, su nombre garabateado encima y dos sombras que aludía éramos nosotros.

— Somos tú y yo, juntos para toda la vida.

— Gracias, tesoro.

Fue lo único capaz de pronunciar que me salió de la boca, caminé hacia adentro mirando a Laura afirmada en la puerta.

— Podrías ser un poco más humana, expresiva, un poco más madre con tu hijo, ¿no te parece, Adele?

Me hice espacio entre su cuerpo entrando a la casa, dejé mis cosas sobre la mesa y fui hasta la cocina, antes de abrir cualquier mueble, Laura habló.

— Bueno, me voy. No podemos convivir en el mismo ambiente así — me giré a verla y sonreí fingida — Simon vendrá por Angelo a las 5, debes preparar sus cosas.

— Sé lo que tengo que hacer. Agradezco tu ayuda.

— Adiós.

Asentí viendo como se quedaba viéndome varios minutos, detalló su alrededor y desapareció en el pasillo cerrando la puerta principal. Vi a Angelo pasar corriendo hacia las escaleras, pronto escuché la televisión arriba encenderse y solté el peso de mi cuerpo en mis hombros. Abrí un estante sobre la encimera y estaba vacía, me giré a los muebles de atrás abriendo dos puertas más y estaban en la misma condición, me hinqué en el suelo para hacer lo mismo, pero recibí la madera vacía, fui a la parte de atrás donde estaba el bar y no había ninguna botella de cristal con alcohol dentro. Cerré ofuscada la puerta y miré hacia el pasillo porque sabía perfectamente que Laura había sido.

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