Capítulo trece.

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Colomba;
Salí de mi pieza con una bata negra y me acerqué tomando del hombro de Arthur, susurré girando la cabeza y me llevó hasta el baño.

— Pía se va a separar de Carlos. — dijo emocionado.

— ¿Por qué te causa emoción?

— Porque la perfecta de Pía sigue sumando desilusiones. Lo peor es que esto se desencadenó después del día que vino para acá a tirarle la foca a medio mundo. Carlos le dijo que no tenía derecho de meterse en la vida de sus padres por muy hija que fuera, que se preocupara de la niña y de su casa. Que no podía estar días afuera dejándolos a los dos solos con tal de solucionar los problemas que no le pertenecían. Que dejara de ser entrometida.

Sonreí leve y salimos de ahí porque el tema de conversación para mí no era cómoda, menos el planteamiento que recibía por parte de Arthur. ¿Alegrarte y reírte porque tu hermana se separaría de su pareja de años? Era inhumano. Y yo me mantenía al margen de más actos desalmados. Me senté al lado de papá y afirmé mi cabeza en su brazo, lo miré y susurré tratando de no desviar la conversación del resto.

— Compré un terreno hoy por la mañana — me miró y sonrió — . Está saliendo de la ciudad, tiene un establo grande y mucho campo abierto. Estarán cómodos.

— ¿Cuándo te los llevarás?

— Dentro de lo que queda de semana, llamaré para avisar y quiero cuadrar las carreteras para irme en ellos, pero no estoy segura...

— ¿Por qué no?

— Hace años que no monto en caballo, papá. Les entrego la vida pero aún desconfío. Además que Armani no puede galopar por si sola ahora y Terracota, le asusta el ruido, siempre le ha aterrado la calle.

— Tienes razón. Pero ahí tienen un camión con la cola, puedes pedirle que él mismo te los lleve. Somos amigos, te conoce y te tiene cariño, no te dirá que no.

— Hablaré con él...

Volví a apoyar mi cabeza en su hombro y guardamos silencio. Mis ojos se centraron en la rubia que leía con sus lentes puestos un papel que le había pasado Pia, tenía el ceño fruncido, una ceja alzada y los labios entreabiertos por la concentración. Detallé nuevamente las características de su rostro que ya memorizaba, sonreí leve y bajé la mirada hacia mis piernas. Miré a Arthur y sus ojos estaban puestos ahí mismo hacia donde miraba yo, sonreía de la misma manera, pero con picardía, quise reírme, pero no le encontraba ninguna gracia, la verdad. Hice puño una de mis manos y le di un combo en el muslo que estaba a mi lado, se quejó en voz alta nombrándome y sonreí abrazando a mi papá que me acurrucó. Por descarado.

— ¿Qué pasó? — preguntó mamá — Arthur.

— Colomba me pegó por debajo de la mesa — se rió cuando se le pasó el dolor —. Porque me encontró admirando la belleza de la abogada.

Miré a Adele, ella había alzado sus ojos hacia nosotros y me miraba, luego miró a Arthur y yo giré mi cuello en cámara lenta como en película de terror para hablarle.

— Vamos, párate, tenemos que hablar y me vas a acompañar. Después tendrás tiempo de admirar.

— No, yo no me paro de acá porque me vas a matar.

Me puse de pie pasando por entremedio de las sillas, le di un pequeño golpe en la espalda, pero no se puso de pie, me giré mirando a Adele con una sonrisa y con la misma mueca, hablé con la voz firme.

— Arthur.

— Y es la menor.

Se paró y salió a mi siga.

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