Capítulo cinco.

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Colomba;
Vi salir a Adele y marqué en la pantalla el cierre de puertas. Bajé hasta el cuarto de limpieza, tenía cerca de 20 minutos hasta que tuviera que volver a mi puesto y lo aprovecharía estudiando. Tomé mi celular y comencé a memorizar lo de mi evaluación, era demasiada información y tenía el presentimiento de que no me alcanzaría el tiempo y era una nota importante. No quería repetir el ramo y eso pasaría si no me daba el puntaje. Susurré por 15 minutos oraciones que parecían infinitas y cambiar cada vez que las leía, hasta que sonó el sensor de mi muñeca y vi el número de la habitación, era de la 203, la misma habitación del señor que se había atorado el día anterior en la cafetería, guardé mi celular y me apresuré a salir corriendo. La alarma sonaba en rojo y seguiría sonando hasta que mi tarjeta se deslizara por su puerta, era el quinto piso y yo estaba en el -3. En la escalera del piso 2 ya no me daban las piernas y opté por el ascensor, presioné muchas veces el botón que sonaba y sonaba mientras yo mordía mi boca y miraba hacia arriba rogando porque cuando yo llegara, el anciano aún estuviera con vida.

Cuando las puertas se abrieron, vi a Adele adentro afirmada de espalda con los ojos cerrados y la cabeza recargada. Me subí rápido y apreté el número muchas veces otra vez a consciencia de que no aumentaría su velocidad. Mis ojos estaban puestos en la pantalla arriba y mi corazón palpitaba a un ritmo inhumano.

— ¿Tienes la cabeza como para saber que no irá más deprisa?

La campana hizo el característico tin, mi muñeca sonando con luz roja y las puertas se abrieron, antes de tomar el impulso para correr, respondí con el amargor recogiéndome la lengua.

— No.

Corrí con el alma en un hilo hasta la habitación e introduje la tarjeta en la herradura desactivando la alarma, escuché una tos seca y el sonido característico de los bronquios tratando de soltar y aspirar aire por la boca, lo busqué con la mirada, pero no lo veía. Desconocía si había un registro científico de esto, pero indudablemente el lugar que preferían las personas para morir asfixiadas en su desesperación, era el baño o la cocina. En esta oportunidad la opción posible era solo una. Fui hasta el baño y lo encontré afirmado en el retrete, una mano en la garganta y otra en la boca. Lo primero que pensé fue: se atoró otra vez este weon. Pero el pecho le gruñía como motor sin aceite y al parecer el aire le pasaba por la tráquea, pero no salía y eso lo estaba ahogando, así que atorado no estaba. De no ser así, no podía hacer mayor operación manual ahí. Busqué en el sensor el logo de la ambulancia y maldije porque eran muy distintos a los símbolos de emergencia en Chile, y aún no me acostumbro, estos logos son... innecesarios, y te toca aludir cuál es cuál porque ninguno le hace referencia a lo que debe, al menos eso me pasaba a mi. Eso me pasaba trabajando como mucama, en un lugar donde todo funcionaba con códigos. Abrí la burbuja con el sudor en la frente y espalda y presioné el de emergencia, di tres toques indicando que era mayor urgencia y presioné tres veces más indicando que era adulto mayor. Solo me quedaba esperar.

Pero, esperar... ¿No era esa la peor tarea para cualquier ser humano?

Fui hasta los cajones bajo la cama y saqué un cilindro de oxígeno que permanecía ahí como emergencia, conecté la manguera y le puse la mascarilla Venturi. De estar azul, pasó a estar rojo/morado y los labios a estar amarillos. Estaba sirviendo, no le salvaría la vida porque no era el oxígeno necesario, pero lo mantendría hasta que la ambulancia llegara. Los ojos de él estaban llenos de lágrimas y me sujetaba una mano con fuerza, me invadió la pena cuando reconocí la angustia y miedo en las pupilas, le abracé la palma con mis dedos y me acerqué a él recargando mi cabeza en su hombro, comencé a tararear una canción que mi mamá me cantaba de pequeña cada vez que lloraba antes de dormir. Sus ojos se fueron cerrando y dejé de hacerlo, no quería que se desmayara o simplemente muriera, una vez se durmiera sabía que no despertaría, el cuerpo dejaría de hacer el esfuerzo. Callé. Creí que en esta oportunidad el silencio le salvaría la vida a alguien, pero así como pasaban los minutos, los párpados se le cerraban de a poco y me entró el desespero de la demora. De dormiría, de una y otra manera se dormiría. Se quitó la mascarilla y tomó el impulso por hablar. Lo incliné unos centímetros para que cogiera ánimo y me ubiqué frente a sus ojos.

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