Colomba;
Desde el balcón del segundo piso podía ver prácticamente toda la ciudad, o gran parte de ella. La gracia de la mayoría de las casas que estaban en la costa, era el que por la altura, la visualización era medianamente completa. Y desde ahí podía ver que el otoño ya se había llenado de colores, la ultimas flores se despedían y la calma hacía colchón de hojas.Otoño,
tímido pero ineludible
acompaña el florecer
de los azahares.Pese al viento que corría, sentía lo tibio de mi habitación a mis espaldas, adentro estaba temperado, como siempre.
La casa de mis abuelos siempre fue un refugio contra todo lo malo del mundo. Tengo que admitir que a pesar de las cosas que me sucedieron de pequeña, tuve una infancia feliz, de esas con olor a tilos, a calle de tierra, a campito donde remontar barriletes; pero la casa de mis abuelos tenía magia, toda junta en el mismo lugar.
Mi abuelo, "Don Miguel" (así lo llamaban todos) era un tipo simple, de corazón gigante, laborante, siempre con una calma de esas que ya no quedan, en un mundo que va a mil, por cualquier cosa.
A mi abuela en cambio, le gustaba quejarse por todo, pero hacía los buñuelos de acelga más ricos del mundo. En eso me parezco a ella, en las quejas, por supuesto, ya que no nací con el don de cocinar.
Ellos se querían mucho, como quien ha pasado la vida entera con quien eligió para compartirse y ha llegado al final del camino con la paciencia y la ternura de algo sólido que se construye de a dos, se complementaban a la perfección, ella rezongaba y él cantaba en mapudungun canciones alegres que yo no entendía.
La casa de mis abuelos era un refugio, el mate enlozado blanco con flores, el galpón lleno de chucherías y frasquitos con con tesoros de artilugios desconocidos, la quinta con todos los vidrios colgando para que los pájaros no se comieran los brotes de lechuga. El almanaque con las lunas para saber cuándo sembrar.
El reloj cucú, el piso calcáreo, las latas con botones.
La bendita parra con la uva chinche que dejaba siempre el piso manchado.
La vida era eso, ¿para qué más?
— Pajarito, podrías bajar a desayunar conmigo. — me giré para mirar hacia la puerta de la habitación que mostraba el rostro asomado de mi abuela, le sonreí asintiendo y cerró con suavidad devolviéndome el gesto.
A veces pienso en el mundo de hoy, tan lejano a esa armonía de la infancia, donde las cosas sencillas llenaban el corazón.
No reniego del hoy que tantas cosas hermosas me regaló en mi propio camino, porque como dice la canción, así como todo cambia, que yo cambie no es extraño.
Pero sueño eso, no me interesa la presencia que se esfuma, ni las apariencias que necesitan alimento.
Quiero eso, mi jardín, mi mate, que la persona que amo me lea "Rayuela" una tarde de domingo en la galería. Ver la lluvia, sembrar flores y esperar con paciencia que crezcan. Esa calma que existe cuando te bajas del mundo y te subes al universo.
Y ahora que lo pienso, Adele tiene mucho de eso. Un hijo que a pesar de, le alegra el alma y una compañera que, aunque le guste renegar, sonríe con la templanza de quien la ama también por eso.
Tengo mucho de eso, y de saber que a pesar de la vorágine del mundo, nunca pierdo el rumbo y nunca se me cansan las manos para seguir poniendo ramitas en mi refugio.
Decidí cerrar la ventana bajando la persiana, caía una niebla espesa pese a la hora que enfriaría toda la ciudad, independiente a la leña de la combustión. La cortina me ayudaría a que el frío no entrara del todo. Me acomodé en un buzo verde musgo y bajé las escaleras contando los pasos con leves saltitos que se detuvieron al tener a mi abuela en frente sonriendo mientras me acariciaba la frente.
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I found A girl
FanfictionEn un mundo a veces demasiado caótico y triste, existen personas que hacen la diferencia. Personas que hablan con su actuar y no solo con las palabras, que no te dan una mano, te dan las dos. Personas que se conmueven frente al dolor ajeno, que abr...