Nairi ya no podía más. Estaba segura que las lágrimas habían cavado surcos en su cara, que sus gritos habían desgarrado su garganta y que, más importante aún, que sus ganas de vivir y su espíritu habían escapado por cada una de sus heridas.
Si tuviese la opción, tomaría un cuchillo y cortaría su mismo cuello, todo con tal de no tener que seguir soportando este infierno.
Por desgracia, estaba atada e imposibilitada.
Eran las dos de la tarde. Quizá las tres. No tenía idea de si había contado bien o si había perdido la cuenta, pero era algo parecido. Habían pasado ocho tipos de tortura, quizá siete, quizá nueve. No tenía idea, pero tampoco le importaba. No tenía sentido seguir contando, no cuando la muerte estaba tan cerca. Nairi sólo quería dejarse llevar, caer en la inconsciencia y morir.
Por piedad, Ligeia, mátame ya. Que la siguiente tortura me mate, por favor. Te lo ruego.
Rezaba entre cada sesión de tortura, pero Ligeia jamás oía su plegaria. Nairi jamás había estado tan sola, ni siquiera cuando no había tenido a nadie.
El torturador subió a la tarima con un látigo. Seguía siendo un látigo normal, así que faltaban un par de horas para el anochecer, cuando sacaban el látigo con púas. Sólo que serían muchos más latigazos que la vez pasada.
El látigo era su método menos favorito porque, además de el dolor físico que infligía como todos los demás, iba acompañado de palabras que la lastimaban.
—¡Por alta traición a Su Majestad, Kshabi, el rey Athanaric de Skađi! —gritó el torturador y dejó caer el látigo sobre su espalda desnuda. Nairi gritó—. ¡Por el secuestro de Aurora de la Ciudad de Nestan, prometida del rey! —Otro latigazo—. ¡Por corromper a la prometida del rey! —Otro más—. ¡Por mantener una relación aberrante con ella!—Otro más.
Los cargos siguieron y se repitieron tres veces. Nairi sentía su piel abrirse más y más. El aire del lugar penetraba en su piel, por las heridas, y la perforaba más.
El dolor apenas la dejaba pensar en otra cosa que no fuera el dolor mismo, pero entre los latigazos, Nairi podía pensar, quizá por milisegundos, en la cara de Aurora. Sólo deseaba que fuera feliz, y que la perdonara por haberse ido lejos de ella.
Luego más dolor.
—¡Estoy aquí! —Justo cuando el torturador había terminado por esa hora, un grito proveniente de una persona que Nairi conocía bien rompió el silencio.
Sin apenas fuerza, Nairi levantó la vista y observó a Yamin, que permanecía parado en el techo de un negocio de un piso. Alzaba las manos en el aire y parecía desarmado.
¿Qué mierda se le había metido en la cabeza a ese estúpido para arriesgar su vida de esa manera?
—Exijo hablar con el rey Athanaric de Skađi sobre la liberación de Nairi de Shyama —gritó Yamin.
No seas estúpido y vete.
Todos los presentes se quedaron en silencio, expectantes para ver lo que sucedía más adelante. A la tarima subió Athanaric, que sonreía de oreja a oreja.
—Yamin de Andraste, qué honor contar con tu presencia —dijo. Nairi tembló.
—Exijo la liberación de Nairi.
—¿Ella? —dijo Athanaric señalando a Nairi—. Pero qué pérdida de tiempo, Yamin. ¡Está más muerta que viva! —gritó y soltó una carcajada que le heló los huesos a Nairi.
—Mejor aún para usted, entonces —gritó Yamin—. Porque no perderá nada al dejarla ir.
—Oh. —Athanaric juntó ambas de sus manos en un aplauso—. ¿Y qué me ofreces a cambio, Líder?
Nairi podía percibir la sonrisa en sus palabras y la condescendencia de su tono. Lo odiaba. Incluso sin energía en el cuerpo ni ganas de vivir, quería voltearse y estrangularlo. Matarlo con sus propias manos.
—Dejarte en paz. Una tregua por hoy —dijo Yamin—. Tengo gente en puntos específicos, listos para quemar tu castillo y todas tus pertenencias.
La carcajada de Athanaric debió de haber perturbado a todos. Era inquietante.
—Oh, por favor. —Rio—. No fanfarronees.
Detrás de Yamin salieron varias figuras, de la nada. Lo acorralaron y uno de ellos, antes que él pudiera hacer cualquier cosa, pasó una espada por su cuello. La sangre brotó y Yamin cayó al suelo.
No.
El caos se desató. Athanaric rio y rio, la gente comenzó a gritar y a correr por todos lados, golpeándose unos contra los otros; había humo por todas partes.
Dos personas vestidas de negro cortaron las sogas que la amarraban, la envolvieron en una manta y la sacaron corriendo de ahí. Ya de salida, Nairi pudo ver a Athanaric tirado en el suelo, inconsciente, y a varios guardias sangrando a su lado.
Llegaron a un negocio cerrado. No parecía abandonado, pero Nairi sabía, por sus misiones de reconocimiento, que ahí trabajaba una familia que había cerrado temporalmente para irse a viajar. Entraron y la dejaron en el mostrador.
—¿Qué pasa? —preguntó, pero no sabía si su voz se había entendido. Apenas podía hablar.
Aurora a su lado se quitó la pintura de la cara y besó su frente.
—Tranquila, estás bien.
—Yamin —murmuró con esfuerzo.
La cara de Aurora se oscureció.
—Lo siento.
Lloró como ni siquiera las heridas en su cuerpo la habían hecho llorar. Lloró y lloró. Dentro del lugar no se oía nada más que un eterno sollozo suyo, hasta que cayó inconsciente.
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La guerrera durmiente: la maldición © [TERMINADA]
Fantasy✨ Retelling de La Bella Durmiente, donde Aurora se salva a sí misma y es lesbiana ✨ Aurora vive encerrada en su castillo, condenada a casarse con un príncipe que desprecia y harta de sacrificar lo que ella quiere por reinar sobre personas...