A marchas forzadas y sin apenas dormir en las últimas semanas, Nairi había ahorrado mucho más dinero de lo esperado. Impartición de clases de trampas y cacería, limpieza de la escuela, venta de fertilizante, vajilla, carne y pieles. Todo realizado las veinticuatro horas del día, dejándola como una carcasa vacía, limitándose únicamente a trabajar con movimientos mecánicos. Suponía que ya había perdido la capacidad de pensar, porque seguramente su cerebro ya estaba seco.
El mundo a su alrededor parecía un sueño, la cantidad de dinero, irreal. Lo contó de nuevo. Era, una vez más, sábado en la noche. Se sentía incapaz de mover un solo dedo ya que había terminado todos sus deberes. Ningún pendiente y bastante dinero. ¿Se merecía un descanso? Pasó la vista de su cama a su horno recién apagado, y su cuerpo reaccionó mucho mejor a la idea de dormir. Pero, si iba a descansar, aprovecharía de verdad.
Tomó un puñado de monedas y las metió en su bolsillo. Saldría a tomar esa noche, a brindar con ella misma que sus negocios iban viento en popa. Se merecía una noche de farra y tranquilidad, alejada de sus obligaciones. Merecía permitirle a su cuerpo relajarse. Los músculos de su cuello y hombros estaban tan agarrotados que sentía que se iba a quedar mirando en el mismo ángulo para siempre.
Poco después de que el sol se había escondido, Nairi entró en la cantina a las afueras de la aldea. Era la más barata, y el ambiente no le molestaba tanto. Como en todos, había soldados skađianos molestando gente, ebrios, pero no solía haber ruidos terribles a los que les llamaban música.
Se acercó a la barra y se dio el lujo de pedir dos tarros de vikar. Normalmente le compraría una botella de crickar a algún vendedor ilegal, pero se sentía elegante y rica en ese momento, así que decidió consentirse un poco.
Tomó sus tarros y se los llevó a una mesa cerca de la barra pero alejada de un gran grupo ruidoso de guardias skađianos que gritaban, bromeaban y reían entre estruendos.
El vikar le sabía amargo en la boca, pero era un tipo de amargura que la hacía sentirse viva y rejuvenecida. Se dedicó a saborear la bebida trago a trago, dejando que su lengua captara su sabor antes de tragarla. Pese a que su estómago rugía de vez en cuando, su paladar estaba feliz.
Ya iba por la mitad de su segundo tarro cuando una mujer joven, muy alta, entró por la puerta. Tenía el cabello dorado y agarrado en chongos extraños a cada lado de la cabeza. Además de ser la más alta, era también la más hermosa que había visto: tenía una boca fina y de aspecto delicado, unos ojos grandes y expresivos, incluso de la distancia, que relucían su color azul con la luz de la taberna. Sus facciones eran delicadas, como de una pieza de arte, y caminaba con gracia y elegancia.
Si Nairi hubiera sido la misma persona que era cinco, o incluso tres años atrás, hubiera caminado hacia ella, presa del encanto de su belleza, y le hubiera hablado, intentando que se fijara en ella. Quizá en aquel entonces.
La mujer se acercó a la barra y Nairi presenció toda su interacción con el cantinero. Aunque no podía escuchar la suave voz de la joven, oía las carcajadas del señor. Después vio cómo ella agachaba la cabeza, decía algo y la expresión del cantinero cambiaba por completo. Sus ojos desorbitados y el bochorno de su rostro activaron una alerta en el cerebro de Nairi.
El cantinero recorrió el cuerpo de la joven de arriba a abajo, con una sonrisa que la hizo estremecer. Los recuerdos comenzaron a inundar su mente, a atacarla. Esa era la misma mirada que aquel tipo le había dedicado casi tres años atrás, en uno de los peores días de su vida. Su estómago se revolvió y el miedo la invadió, pero más que estar asustada, estaba muy enojada. Era su oportunidad de hacer algo.
ESTÁS LEYENDO
La guerrera durmiente: la maldición © [TERMINADA]
Fantasía✨ Retelling de La Bella Durmiente, donde Aurora se salva a sí misma y es lesbiana ✨ Aurora vive encerrada en su castillo, condenada a casarse con un príncipe que desprecia y harta de sacrificar lo que ella quiere por reinar sobre personas...