↠ Capítulo 43 ↞ (nuevo)

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Pasó la noche siendo torturada en los calabozos del sótano

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Pasó la noche siendo torturada en los calabozos del sótano. Casi murió ahogada diez veces, pero se guardaron la tortura más dolorosa para el día siguiente cuando, en un evento de asistencia obligatoria, sería latigueada, quemada, mutilada y decenas de cosas más delante del pueblo. Una medida de impartir temor a los pobres habitantes, un mensaje claro y directo: si traicionan al rey, sufrirán las consecuencias.

Y ella sería el evento principal.

Estaba lista para aceptar su destino. En la madrugada, aquellas dos horas antes del amanecer en las que la dejaron en paz, Nairi sólo podía pensar en todo lo que había perdido. Su futuro, a su familia, a Aurora. Todo por haber querido huir de Aurora, de sus problemas; y lo había conseguido, sólo que de una manera más permanente.

Ni siquiera lloró. Se sentía vacía, sin ganas de pensar en nada pero con pensamientos acosándola a cada segundo. Tenía que hacer la paz con su muerte inminente y con el hecho de que las últimas horas de su existencia la pasaría llena de dolor.

Sabía cómo funcionaban esas torturas: al amanecer, junto a una escena pública donde la desnudarían y la amarrarían tras una equis de madera gigante, anunciarían sus crímenes y su ejecución. Después, cada hora, una tortura diferente llegaría hasta que el sol se ocultara, cuando su cuerpo casi destrozado y en el límite de la muerte respiraría por última vez.

Al final habría paz.

Pese a que cualquier crigerlista, de cualquier rama, creía en un mundo después de la muerte, ella no. Le gustaba pensar en el paraíso natural que los crigerlistas habían planeado: un mundo en el que vivirían en una alegría constante, siendo servidos por aquellos que habían pecado, en un bosque eterno, rodeados de naturaleza; en un mundo que nunca se extinguiría.

Era un bonito pensamiento, y ella sabía que no había manera de que terminara como sirvienta en la vida eterna; después de todo, por muchos «pecados» que hubiera cometido, todos habían sido perdonables. O casi todos. Ella quería creer que Ligeia le tendría piedad.

Pero la piedad que ella buscaba no era una vida llena de alegría, sino un descanso eterno. Un sueño de verdad, sin pesadillas ni lugares oníricos, simplemente un vacío lleno de paz. Quizá ahí sentiría a toda la gente que se había ido demasiado pronto; aún sin verles, sentiría su presencia.

Eso deseaba.

Sin embargo, cuando la desnudaron y ataron a la cruz, con la cara enfrentando las miradas curiosas, empáticas o temerosas, todo pensamiento sobre paz y calma se esfumó. Sólo había miedo; no de morir, sino de sufrir antes de hacerlo.

Ella misma se lo había buscado, y era momento de asumir la responsabilidad de sus actos.

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La primera hora era la más fácil de soportar. Sólo eran cinco marcas en el cuerpo, con un metal al rojo vivo. Cada una la hizo soltar un grito que amenazó con romper su garganta. Cada marca era una letra «A». El rey la estaba marcando con su inicial, y Nairi deseó tener un cuchillo y arrancarse la piel donde el metal la había quemado: en el omóplato derecho, en el muslo izquierdo; en el costado izquierdo, justo en las últimas costillas; en la nalga derecha y en la pantorrilla derecha.

Y la dejaron ahí por el resto de la hora, viendo a los nestianos asustados, esperando los horrores de la siguiente hora.

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La siguiente hora, el torturador, un señor vestido de negro y con pintura negra en la cara, sacó un cuchillo. Se puso enfrente de ella, dándole la espalda a los espectadores, y deslizó la punta del cuchillo desde arriba de su labio superior, a la izquierda de su nariz, hasta por debajo del labio inferior.

El sabor de la sangre sería lo primero que recordaría después. El líquido brotando de la herida y escurriendo por su barbilla.

Cinco cortes más: en sus brazos, en su torso, en sus piernas. Nairi intentó morderse los labios para no gritar, pero ese mismo movimiento le sacó un grito desgarrador.

Apenas era la segunda hora.

Observó por encima de las cabezas de todos, ahí por donde corría el viento, e hizo algo que no solía hacer nunca: rezó.

Ligeia, mi señora. Ayúdame a soportar este dolor.

 Ayúdame a soportar este dolor

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La guerrera durmiente: la maldición © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora