☰ Capítulo 17 ☰

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Aurora caminaba tensa a su lado

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Aurora caminaba tensa a su lado. El día estaba soleado para pasear por el jardín privado del castillo, así que había decidido sacar, por primera vez, a su nueva prometida de sus aposentos. Desde que aceptó su propuesta de matrimonio hacía apenas dos días, Aurora no había dicho gran cosa. Athanaric comenzaba a irritarse, pero quería mantenerla en buena salud física; no le convenía que no pudiera caminar o que tuviera huesos rotos en la boda... o después, cuando tuviese a su hijo.

Así que se mantenía amable y tolerante, aunque quisiera explotar, agarrarla del brazo y rompérselo para que lo tratara con el respeto que merecía. Después de todo, él era Athanaric de Skađi, el Kshabi, el conquistador de reinos. ¿Cómo es que lo veía con repudio o indiferencia? Debería agradecer el honor de permitirle cargar a su hijo, de ser su esposa, de haberle perdonado la vida cuando no lo merecía.

Un miembro de la Guardia llegó corriendo. Jadeaba.

Kshabi, majestad —dijo mientras se arrodillaba ante él.

—De pie. ¿Por qué me molestas?

—Señor, capturamos a Leui.

Athanaric sonrió. Habían buscado a ese desgraciado por meses. Leui era un antiguo reclutador y miembro de La Resistencia, que había abandonado el movimiento por motivos desconocidos, justo después de quemar vivo a todo un pelotón de soldados skađianos. Llevaba queriendo ponerle las manos encima desde aquel día y asesinarlo con lentitud, viéndolo a los ojos para que se diera cuenta de que, incluso pese a sus esfuerzos y los de sus amiguitos los rebeldes, nadie lo podía vencer.

—Lleva a Aurora a sus aposentos —indicó—. Yo me encargaré de él.

No tardó en llegar a los calabozos subterráneos más profundos, los que estaban dedicados exclusivamente a los miembros de La Resistencia que cazaban. Entró y vio a Leui con los brazos atados al techo, y sus pies al suelo formando una equis con su cuerpo. Estaba de espaldas, con la frente pegada en la pared.

—Leui de Durga —murmuró entre dientes. Leui se irguió y Athanaric presenció todos sus músculos tensarse—. Te dije que te capturaríamos.

Les hizo una señal a los guardias a su lado, que lo tomaron de las cadenas y lo amarraron frente a Athanaric, en medio del lugar pobremente iluminado con antorchas casi consumidas. Leui lo enfrentó. Mantenía la mandíbula apretada, y sus ojos destilaban odio. No parecía ni un poco intimidado o asustado.

Se arrepentiría de no mostrar su respeto.

—¿Vas a hablar por las buenas o por las malas? —preguntó Athanaric con calma. El juego había comenzado, y en realidad esperaba que se opusiera. La tortura de esa forma siempre era más satisfactoria.

—Igual me vas a matar.

—Cierto. —Athanaric sonrió—. Pero, dime, ¿qué prefieres? ¿Dos torturas o solo una?

Leui no dijo nada. La sonrisa de Athanaric se ensanchó.

—Por las malas entonces.

Athanaric tomó un cuchillo que no había sido afilado en años. Encajó la punta en sus hombros desnudos y delineó sus huesos con mucho detalle, escarbando, como si intentara separarlos de su carne. La sangre escurría sin detenerse, bañando el torso desnudo del hombre. Leui se había quedado en silencio, apretando más la mandíbula y llorando en silencio. Athanaric lo observó con decepción. No era suficiente. Ni siquiera había gritado.

—Lo que quiero saber —dijo Athanaric a centímetros de su cara. Presionó el cuchillo en su cuello lo suficiente para perforar la piel—, es dónde está el campamento.

—Hace seis meses que me salí de ahí —escupió Leui—. Se mudaron desde entonces. No sé, pero si supiera sería la última cosa que te diría.

—¿Quieres saber lo divertido? Que no te creo. Sabes una manera de llegar. ¿Cuál es?

Leui no contestó.

Tomó un cuchillo con un poco más de filo pero que de todas formas sería brusco en sus cortes. Se dirigió al hombro de Leui, donde había cortado antes. Comenzó a quitarle la piel con el cuchillo, tan solo la capa delgada, fileteándolo. Esta vez, Leui gritó. Athanaric sonrió, complacido.

Siguió cuestionando, pero Leui no le dijo nada. Quemó la carne viva de su hombro, le encajó tenedores y lo dejó cuando se desmayó.

—Seguiré mañana. Como siempre, no se mueve de ahí, y no tiene permitido comer nada. Y, si no aguanta, que apeste a mierda, pero nadie puede tocarlo, ni limpiarlo.

El guardia al que le hablaba asintió y se arrodilló frente a él. Athanaric salió de ahí. Tenía un reino que gobernar, y nada más revitalizante como la dulce melodía de los gritos de agonía de un hombre inmundo.

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¿Opiniones sobre el rey? 👀

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La guerrera durmiente: la maldición © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora