Aurora despertó con una horrible sensación la mañana de su cumpleaños. No solo era una sensación psíquica porque, aunque sentía una gran incertidumbre y el constante sentimiento de soledad no la dejaba en paz, ahí estaban los síntomas físicos: un martillo dentro de su cabeza intentando liberarse a golpes, un baile circular en su estómago que subía hasta su garganta y, más importante, el peso de mil caballos en sus extremidades, dificultando sus movimientos diarios.
Después de que le ayudaron a ajustarse el vestido morado y la túnica dorada que le habían mandado confeccionar para la ocasión, Aurora les pidió a sus doncellas que le subieran el desayuno, que comería ahí mismo. No podía pensar en tener que bajar las escaleras hasta la Gran Cámara, ni tener que encarar a su familia. No en ese momento, no sintiéndose así.
—Pero, Su Alteza, Sus Majestades dijeron que...
—Por favor, Theresa. Silencio —dijo Aurora. Juntó sus cuatro dedos con el pulgar y respiró profundo. La voz de la joven Theresa en sus tímpanos le estaba destrozando el cerebro—. Diles que estoy indispuesta y que descansaré un poco más antes de la fiesta.
—Su Alteza, yo creo que...
—Theresa. Por favor. —dijo con voz baja, entre amenazante y suplicante. Se sentía muy mal. Se llevó una mano a la frente y se recargó sobre uno de los postes de su cama, arrugando las cortinas blancas—. Ve y diles.
Corrina dio un paso al frente y empujó a Theresa detrás de ella. Hizo una reverencia.
—Como desee, Su Alteza.
Agradeció estar sola: con sus doncellas en sus actividades matutinas y su familia ocupada con los preparativos de la fiesta, podía tener un tiempo a solas para mentalizarse de todo lo que iba a tener que hacer las siguientes horas. Era demasiada responsabilidad, demasiada presión, y Aurora no estaba lista. Para nada de ello. No podían esperar que, tras dieciséis años sin socializar, estuviera cómoda con ser el centro de atención de decenas de personas importantes que, tarde o temprano en su vida como princesa y como reina, terminarían por ser vitales para su trabajo.
Iba a vomitar.
Entró en su torre y mantuvo la mirada fija en un retrato de Julius y ella que Marie había hecho. Era exquisito y le costó más respirar. Era como si la emoción la fuera a desbordar en cualquier instante. En parte era de mala manera, con todo el asunto de la gente extraña y de ser la princesa hoy, pero también era positivo porque Julius estaría ahí ese día. Todo lo valía si lo podía ver de nuevo.
Se acercó a su librero y sacó el tan hojeado Libro de las Realidades. Cada que terminaba de leer una historia, su corazón se expandía y la invadía una oleada de calma y una extraña sensación de seguridad y esperanza. Cada que se abrumaba, como en ese preciso instante, leía un poco más. Ya casi llegaba a la mitad del libro.
Lo dejó en la mesa y se dispuso a sentarse, cuando alguien tocó a la puerta.
—Su Alteza. —Era Corrina. Aurora le abrió y observó la bandeja en sus manos—. Le traigo el desayuno. ¿Se lo dejo aquí?
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La guerrera durmiente: la maldición © [TERMINADA]
Fantasía✨ Retelling de La Bella Durmiente, donde Aurora se salva a sí misma y es lesbiana ✨ Aurora vive encerrada en su castillo, condenada a casarse con un príncipe que desprecia y harta de sacrificar lo que ella quiere por reinar sobre personas...