↠ Capítulo 61 ↞ (nuevo)

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Caelina la abrazó

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Caelina la abrazó. Lanaia, que había llegado poco después de ella, la abrazó. Nairi sólo pudo llorar.

Afuera, la batalla continuaba. Caelina tenía que llevar el mensaje de la muerte del rey, pero llevaban ahí casi horas, ninguna de las tres capaz de moverse.

Nairi no podía entender cómo era que había perdido a alguien más tan pronto.

Ni siquiera le dijo que la amaba.

El cuerpo de Aurora era más blanco que de costumbre. Casi transparente. Y estaba helado. No se parecía en nada a la Aurora que amaba, y eso le rompía más el corazón.

Caelina se excusó, tomó a Lanaia del hombro y juntas cargaron el cadáver de Athanaric como prueba de su muerte lejos del lugar. Nairi, mientras tanto, se quedó ahí, llorando sin siquiera sentir el corazón, preguntándose si en algún momento terminaría el sufrimiento.

Una eternidad después, Caelina y Lanaia regresaron por ella y la arrancaron del cadáver de Aurora. Ella gritó, rogó y peleó por quedarse a su lado, pero no le hicieron caso. Alguien más tomó el cuerpo y se lo llevaron.

Intentaron alimentarla, bañarla y ayudarla a moverse, pero todo su cuerpo estaba tan tieso como el de Aurora. Horas después, sin embargo, estaba libre de sangre y con nueva ropa puesta, sentada a un lado de una preciosa Aurora vestida de blanco sobre una mesa, siendo visitada por gente que iba a prestar sus respetos.

Ella los ignoraba. Sólo asentía, no hablaba y nadie la presionó para que lo hiciera.

Recibió centenas de visitas. La gente la apodaba La Salvadora y le llevaban regalos. Ella les quería gritar que prefería que fuera una cobarde y permaneciera a su lado, una egoísta. Pero las palabras jamás lograban salir de sus labios.

Cuando la cambiaron notaron que la herida más profunda estaba en su cadera. Ella pudo haber detenido esa hemorragia, ¿verdad? Ahora era su culpa. Ella la había tenido ahí, con vida a su lado, pero había fallado en salvarla.

Las lágrimas le supieron más amargas.

Al final de la jornada, poco después de que se cumplieron veintitrés horas de velorio, Halli entró corriendo al lugar, se encaramó sobre Aurora y le levantó la blusa.

—¡Eh! —reclamó Nairi, que ya no lloraba, presa del cansancio.

—Perdón, perdón. Sólo quería comprobar.

Nairi suspiró. ¿Quería saber?

—¿Qué? —cuestionó, preguntando más por cortesía que por interés. Sabía que Aurora fue amiga suya, cercana, y no quería tratarlo con grosería, no después de que él también perdiera a alguien que amaba.

—La herida más profunda, esta. —Señaló a una rajada en la cintura desnuda de Aurora—. No la pudo haber matado.

Una inesperada ira la embargó.

La guerrera durmiente: la maldición © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora