❁ Capítulo 12 ❁

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El viaje hasta el castillo no fue difícil

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El viaje hasta el castillo no fue difícil. Cabalgó a una velocidad que no creía posible gracias al polvo acelerador de Gyneth, y caminó lo más rápido que pudo desde el establo.

La entrada para los visitantes no era la entrada principal, tal y como le había advertido Nairi, sino que era una pequeña puerta que permanecía abierta varios metros a la izquierda de la principal. Había gente entrando, la mayoría con sombrillas y ropa que parecía más cara.

Cuando entró, notó lo diferente que era de su hogar en Eadburg. Ni siquiera parecía parte de un castillo: había un jardín muy verde y vivo, con una fuente en el centro, bajo una cúpula de cristal transparente (no opaco como en su castillo), por el que se podía admirar el cielo despejado; rodeando el jardín estaban las diferentes salas que se podían visitar, todas con puertas de madera con oro incrustado. Era precioso, y Aurora deseó tener algo así.

—Disculpe, señora, ¿en qué le puedo ayudar? —preguntó una mujer desde atrás de una mesa a su izquierda.

—Oh, buenas tardes. Quería unirme a un recorrido guiado, si es posible.

—Por supuesto. El más cercano es dentro de diez minutos, ¿se quiere apuntar a ese?

—Por favor.

La mujer le mostró un gran libro abierto y le señaló donde escribir su nombre.

—¿Podría abrir la mochila para mí, por favor? —preguntó la mujer señalando la mochila que llevaba colgada. Aurora sonrió, asintió, y le mostró el interior. Ahí estaba el señuelo envuelto en la tela negra. La mujer lo sacó y lo desenvolvió para verificar qué era.

—¿Por qué carga esto? —cuestionó, señalando el señuelo camuflado. En lugar de parecer hecho de oro, con pequeñas joyas incrustadas, parecía un vil cáliz negro.

—Oh, se lo compré a mis padres, vengo a visitarlos de Gerd —recitó de memoria—. Pero ahorita están trabajando, así que vine a dar un paseo.

La mujer asintió, volvió a envolver el cáliz y se lo devolvió. Una vez listo todo, Aurora fue a esperar, sentada en una banca de piedra frente a la fuente, a que el recorrido comenzara.

El grupo del recorrido era pequeño: tres parejas, dos hombres, el guía y ella. Caminaron por tres salas antes de entrar a la de reliquias. Aurora se mantenía hasta atrás del grupo, siempre girando para observar a su alrededor mientras fingía ver el techo o las estatuas expuestas. Antes de entrar en la Sala de Reliquias, en la esquina izquierda del recinto, verificó que nadie pareciera poner mucha atención. Como Nairi había supuesto, nadie siquiera la volteó a ver.

Una vez dentro de la sala, esperó a que sus compañeros de recorrido salieran, escondida en el punto ciego que Nairi le había mencionado, y desenvolvió el señuelo dentro de la mochila con mucho cuidado. Una vez fuera, se aclaró la garganta y murmuró:

Ibec fiaghim.

Nada. El cáliz seguía negro.

Ibec fiaghim —repitió, sin éxito.

Gruñó. Cerró los ojos y los apretó, intentando evocar la pronunciación de los labios de Gyneth. Recordó que que la entonación era más intensa al inicio de la primera palabra, y en la segunda estaba más cargada en la «ia».

Ibec fiaghim —repitió. Nada.

¿Así era como todo se iba al demonio? Se asomó para afuera, de nuevo. Había un guardia cerca, pero observando para otro lado. Todavía era seguro... si es que podía lograr transformar el señuelo.

Sujetó el cáliz con fuerza entre sus manos, que temblaban sin control, y respiró profundo un par de veces antes de volver a intentar.

Ibec fiaghim. —Esta vez suprimió «i» de fiaghim por completo. Ante sus ojos y para su alivio, la copa cambió de apariencia, convirtiéndose en una imagen idéntica al Cáliz a pocos metros de ella.

Suspiró. Con las manos sudorosas y todavía temblorosas, se acercó al pedestal, verificó que nadie estuviera mirando, tomó el Cáliz y lo reemplazó con el señuelo transformado.

Huyó hacia su esquina, su punto ciego, y comenzó a envolver el Cáliz con la manta. Los dedos le temblaban mucho, y no podía amarrar el listón alrededor del objeto. Levantaba la manta, no la aseguraba, la arrugaba... No podía hacer nada bien. Se estaba tardando mucho.

Levantó la pierna hasta recargar su rodilla contra la pared y ahí sostuvo el Cáliz mientras lo envolvía. Oyó un rechinido y brincó. El Cáliz, rodeado por la manta que Aurora sujetaba con fuerza, se ladeó, saliéndose de la manta, y cayó de su pierna directo al suelo con un fuerte estruendo.

Su mundo entero se paró. El corazón se le detuvo dentro del pecho. Sus nervios le habían ganado, su torpeza había salido a relucir.

Apenas un par de instantes después, que a Aurora le parecieron eternidades, un par de guardias llegaron al salón, para encontrarla con la tela en las manos, el Cáliz a los pies, y los ojos desorbitados.

—Esto tiene que ser una broma —dijo uno. El otro se paró a su lado y, tras recoger el Cáliz del suelo y mirar el señuelo en el pedestal, la sujetó del brazo con mucha fuerza.

—Está arrestada por robo al rey.

—Está arrestada por robo al rey

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La guerrera durmiente: la maldición © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora