↠ Capítulo 2 ↞

2.9K 277 50
                                    

Había dos cosas que Nairi no soportaba en absoluto: a los metiches y a los abusivos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Había dos cosas que Nairi no soportaba en absoluto: a los metiches y a los abusivos. No había necesidad de meterse en la vida de los demás y de decirles cómo vivirla, y tampoco estaba bien cometer injusticias o abusar del trabajo honesto. Era por eso que no le agradaba el señor Endre que, por décima vez en el último año, intentaba regatearle el precio de su ciervo.

Ahora que lo pensaba, tampoco le agradaba la gente tonta. Y él era o muy ingenuo o muy tonto si creía que, por primera vez, ganaría la negociación.

—Si no quiere mi precio, vaya y cómpreselo a los distribuidores oficiales del rey. No creí que le interesara estar en bancarrota, pero, qué se yo, yo no tengo un restaurante.

Le estaba cobrando doscientos nestios menos que el precio oficial y aún así tenía el descaro de pedir un descuento. Sabía que la veía como una presa fácil, pese a haber perdido nueve negociaciones anteriormente, solo porque era una «pobre chica». Su madre bien le había dicho que cosas así pasarían, y siempre estaba prevenida. Aún así, le molestaba tener que pasar por esto todas y cada una de las veces.

—Me lo puedes vender a ciento veinte, como antes se vendía.

—No sé quién me cree, pero no pienso cobrarle lo mismo que hace quince años. ¿Entiende que los precios cambian o debería darle una clase de economía? —Endre la observó con un gesto de abierto desprecio. No le había agradado el comentario, y Nairi entendía que se estaba pasando un poco de la raya, pero estaba harta. Tenía muchas más cosas que hacer como para estar perdiendo el tiempo—. ¿Acepta o me voy con la competencia?

Se cruzó de brazos. Ya tenía los treinta kilos de carne cruda, limpia y lista para cocinar en la bolsa, y no quería andar cargándola hasta el siguiente gran restaurante, donde no solían regatear pero donde trabajaba uno de los señores más groseros y grotescos que había conocido, con una barba sucia y mal recortada, y una mirada que recorría su cuerpo sin cesar una y otra vez. Lidiar con él era lo último que quería, pero el señor Endre no le hacía fácil preferirlo a él.

—Ciento treinta —propuso él.

Una vez comenzó a negociar, Nairi reprimió una sonrisa satisfecha.

—Ciento ochenta —respondió.

—Está bien, esta bien. Ciento cincuenta —contraofertó Endre.

—Ciento noventa.

—Bien, bien, bien, acepto tu precio inicial. Pagaré los ciento sesenta.

Nairi negó con la cabeza y sonrió. Si aceptaba su propuesta, la siguiente vez volvería a intentar regatearle. A ver si aprendía a tomar la primera oferta y dejar de perder su tiempo.

—Doscientos. Tómelo o déjelo. —Endre fijó la mirada en un punto lejano detrás de Nairi. Ella se encogió de hombros y suspiró lo más alto que pudo—. Supongo que tendré que ir con la competencia después de todo. Me retiro, buenas tardes.

La guerrera durmiente: la maldición © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora