❁ Capítulo 1 ❁

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Aurora estaba acostumbrada a que las paredes del castillo succionaran su alma de a poco, día con día, de tanto que las miraba

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Aurora estaba acostumbrada a que las paredes del castillo succionaran su alma de a poco, día con día, de tanto que las miraba. Sólo cuando veía hacia afuera, hacia el horizonte de posibilidades que ella no conocía, era que su alma tenía ganas de mantenerse en su cuerpo, aunque se rindiera poco después.

Todavía no era mediodía y ya sentía sus glúteos y piernas entumidas. Frente a ella, Charles, su profesor de francés, leía en voz alta de un libro. Oía las palabras y su familiar entonación, pero su atención estaba centrada en los pájaros negros fuera de la ventana abierta de la biblioteca, a través de los barrotes. Danzaban en el aire, cruzando y descruzando sus caminos. Cuando terminaron, se posaron en los arbustos del jardín, cerca de las flores de su madre, que aprovechaban la primavera para florecer.

El carraspeo de Charles hizo que volteara la vista hacia él, que mantenía una expresión vacía en su rostro y los labios tensos en una línea. Aurora tragó saliva y agachó la cabeza, fijando la mirada en sus manos sobre la mesa.

—Veo que no te interesa mi lección —dijo Charles. El sonido del libro al cerrarse hizo que Aurora diera un ligero brinco y levantara la mirada lo suficiente para notar que Charles no la observaba—. Estoy seguro que eres capaz de entenderlo todo. Bien. Para mañana tienes que entregar un resumen de los siguientes tres capítulos. —Se acomodó las mangas de la túnica—. Te haré llegar un cuestionario. Todo para mañana, sin excusas. Y, si vuelves a ignorar mis lecciones con tal descortesía, me aseguraré que tu padre te envíe alguien menos benevolente.

Aurora se levantó, hizo una reverencia y asintió.

—Pido disculpas —murmuró. Se aclaró la garganta e intentó elevar más la voz—. No volverá a suceder. —Aunque habló más fuerte, estaba segura que su madre la reprendería por no mirar a Charles a los ojos. Pero simplemente no podía.

Charles se fue sin despedirse o disculparla, dejando a Aurora con un estómago revuelto y la cabeza llena de pensamientos fugaces. Sin duda alguna, Charles le iba a decir a su padre y ella tendría que soportar su regaño con su característica mirada indiferente y, a la vez, decepcionada. También tendría que hacer la tarea por horas: el libro que le asignó se caracterizaba por capítulos interminables.

Y justo tenía que pasar ese día, el día que regresaba su hermana, Marie, de Ment después de tres meses y medio de ausencia. Sus planes iniciales habían sido ir a sus clases —latín, francés y danza— por la mañana, y usar toda la tarde para estar con ella.

Ahora tenía que sentarse a leer y escribir pensando en todo lo que no haría.

Estaba cansada de que sus responsabilidades inútiles y estúpidas rigieran su vida. No era como que fuera a usar su latín o francés, ni sus magistrales pasos de baile. Vivir encerrada tenía ese magnífico efecto: todo lo que aprendía se quedaba estancado en su cerebro. Observó de nuevo hacia afuera. Ahí, frente a las flores de su madre, estaba uno de los muros que la separaba de la libertad. Si no existiera, podría caminar hasta caer al agua del foso que rodeaba el castillo, nadar y huir.

La guerrera durmiente: la maldición © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora