Epílogo

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—Tres –escuché que Tina murmuró contra la almohada —, dos...

Escondí la cabeza bajo la frazada, como si eso pudiera evitar lo inevitable.

—Uno...

Dos patas cayeron sobre mí y una lengua gigante me llenó de baba la cara.

La alarma debía sonar a las siete, pero Diablo siempre me despertaba quince minutos antes, era como si supiera que iba a quedarme dormida. Primero, escuchaba la puerta de la habitación abrirse lentamente, luego sus uñas contra los cerámicos del piso y por último, el lengüetazo en mi cara.

—Nunca falla —dijo mi novia y se volteó para seguir durmiendo, mientras yo intentaba sacarme el perro de encima.

Me levanté lentamente, como si cada movimiento me costara muchísimo. Y así era. Nunca fui de las que dan un salto de la cama, yo me tomaba mi tiempo.

Me di un baño con agua bien caliente, para compensar el frío que haría afuera. Cuando salí, Tina ya se había levantado y me preparaba un café para llevar en la cocina, mientras ella desayunaba tranquila. Era la rutina de cada día que tenía clases temprano, yo corría por llegar a tiempo y ella disfrutaba de la mañana.

—¿Dónde está mi...? —empecé a preguntar —Ah, ya lo encontré —me respondí a mí misma, guardando el pendrive en la mochila.

—Si prepararas las cosas la noche anterior... —escuché que Tina decía.

—Lo dejé preparado —repliqué —, estaba arriba de la mesa.

No la vi, pero casi sentí cómo revoleaba los ojos. Ella era la organizada, la preparada, yo era la señorita último momento.

—¿Lista para hoy? —Quiso saber, en lo que yo seguía guardando cosas.

—Sí —aseguré —. Eso creo. 

Me agarró de los brazos y me hizo mirarla.

—Amor, en el caso que...

—Voy a estar bien —afirmé —. ¿Nos vemos en el centro?

—Ahí voy a estar, bañada en glitter, como corresponde.

Me reí. Era la Marcha del Orgullo. La segunda vez que iría.

Llegué a mi clase corriendo. Pamela, mi compañera de trabajo práctico y amiga, me estaba esperando en la puerta.

—¿Dónde estabas? —exclamó nerviosa —Somos el segundo grupo en exponer.

—Ya lo sé, ya lo sé —me disculpé.

Entramos juntas y nos unimos al resto de nuestro grupo. 

Salimos los cinco con las piernas temblando, esperando sacarnos una buena nota. Tuvimos que hacer un corto de dos minutos, con un inicio, problema y desenlace. Fue imposible, pero logramos algo. Ahora solo faltaba aprobar.

—¿Van a la marcha? —preguntó uno de los chicos.

Yo sola dije que sí, pero no pude aceptar ir con él, porque antes debía hacer una parada.

En la cafetería que acordamos vernos, cerca de donde me encontraría más tarde con mi novia y nuestros amigos, la esperé nerviosa y ansiosa. Esperé. Pasaron quince minutos, normal. Media hora. Una hora. La angustia de dos años atrás, cuando me alejó de su vida, me inundó de nuevo. 

Una mano se posó sobre mi hombro. Me di la vuelta, pero era Tina, lookeada para la ocasión. Me miró con cariño y yo me largué a llorar sobre ella.

—Vamos, cariño, otra vez será —dijo.

Miré hacia la puerta, todavía esperando que llegara. 

—Ven, vamos a divertidos. —Me dio la mano y me puse de pie.

Me abrazó por los hombros y salimos juntas. Nos alejamos dos metros, cuando escucho que gritan mi nombre. Voltee y la vi. Levanté la vista hacia Tina y ella me soltó para que fuera.

Me acerqué despacio. El estómago me hacia ruido y por un segundo desee que no hubiera aparecido. Pero allí estábamos.

—Mamá. —Suspiré.

Ella sonrió, o al menos lo intentó. 

—Estás muy linda. —Me acarició la mejilla —. ¿Cómo... estás? ¿Cómo te está yendo?

—Bien, ma. —Le sonreí —. ¿Querés...? —Le señalé la cafetería.

Negó con la cabeza.

—No, está bien. Yo... —Se removió en el lugar, pude notar que estaba incómoda —. ¿Estás bien?

Asentí.

—Sí.

Nos miramos en silencio. Ella todavía no estaba lista, podía notarlo. Pero estaba allí, había ido solo para ver que estaba bien. Se me humedecieron los ojos.

—¿Sabes? —dijo —Tengo un perrito, se llama Sur. Quizá se lleve bien con el tuyo. Podemos pasearlos otro día, ¿qué decís?

Se me cayeron un par de lágrimas y las limpié rápidamente.

—Me encantaría —respondí.

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