Mierda

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Sabía que tenía que ir tras ella, que no podía dejar que se fuera así, pero mis pies estaban clavados en la vereda de mi casa, mientras mis manos intentaban controlar las lágrimas.

Mierda.

Mierda. Mierda. Mierda.

¿Cómo había llegado a ese punto? ¿Cómo fui tan ciega, tan indecisa, tan imbécil, tan cobarde? Tendría que haber dejado que me bese esa tarde en su apartamento; tendría que haberla besado aquel día en la plaza; tendría que haberle dicho que no me arrepentía de besarla en la glorieta; tendría que haber hecho tantas cosas. Pero no hice nada. Y ahora tampoco estaba haciendo nada. Tina se había desarmado frente a mi y yo no había hecho nada. Seguía siendo una cobarde.

- ¿Ana, linda? -sentí que me llamaban.

Me di la vuelta y mi tía, la hermana de mi papá, estaba detrás mío. Colocó una mano en mi hombro, en un intento de consolarme.

- ¿Estás bien? -me preguntó.

No sabía qué responder. Obviamente no estaba bien, pero ¿qué explicación le iba a dar?

- Yo... Sí. No -titubeé, respirando con dificultad por tratar de contener el llanto -, no es nada. Solo... solo...

- ¿Discutiste con tu amiga?

Mi tía me miraba con cariño. Creo que comprendía lo que realmente pasaba, pero nunca dijo nada.

Asentí con la cabeza.

- Ay, linda. Bueno, seguro ya se van  a arreglar. Dejá que se enfríen las cosas ¿si?

Volví a asentir y dejé que me guiara de nuevo hacia dentro, aunque realmente no tenía ganas de estar rodeada de gente que me sonreía.

Fui directo hacia el baño y estuve ahí un rato. Me vi en el espejo y me sorprendió no verme tan destrozada como me sentía. Supongo que era bueno, así no tendría que explicar nada. Me lavé la cara, respiré profundo y salí. Ya habían cortado la torta y estaba atardeciendo, mi familia no tardaría en irse. Solo tenía que aguantar un poco más.

El hermano de mi mamá fue el primero en irse, lo siguió mi tía y mi abuelo paterno, luego mis abuelos maternos y Matias y Sandra. Los saludé a todos con la mejor sonrisa que podía fingir, pero mis dos amigos no la creyeron.

- ¿Me vas a decir qué pasó? -inquirió Matias en voz baja.

- ¿Vos querés que me largue a llorar frente a toda mi familia y Damián? -sí, Damián no se había ido.

- ¿Tan malo fue? -quiso saber Sandra.

Torcí los labios en una mueca de disgusto.

- Nunca me había sentido tan... mal -dije. Intenté que no se me quebrara la voz, pero fallé y estuve a punto de soltar algunas lágrimas.

- Está bien -me contuvo Matías -. Después hablamos ¿si?

Asentí y me despedí de ellos.

Una vez dentro, Damián se me acercó. Mi mamá estaba acomodando las cosas y no sabía dónde estaba mi papá.

- ¿Estás bien? -me preguntó Damián, acariciando mi brazo.

Lo miré de arriba a abajo y me sonreí, en verdad era lindo. Pero automáticamente borré mi sonrisa mental. Todo esto era por él. Si él no se hubiera cruzado en mi camino... No. No podía hacerle esto. Esto era mí culpa, no de él. Yo le dije que sí, yo seguí viéndolo, yo alejé a Tina de mi.

- Sí -mentí -, solo estoy cansada.

- Espero que no mucho -se rió.

- ¿Por qué? -pregunté desorientada.

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