Timbuktu II: ¿Y ahora qué hacemos?

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Conduje un rato largo en silencio, y con silencio me refiero a completo silencio: sin soliloquios mirando al retrovisor, las ventanas cerradas, la radio apagada y la mente en blanco. Solo conduje, sin pensar en nada. Mientras estaba acostada en la cama, antes de que mi mamá llegara y viera mis apuntes en el agua, decidí que quería apartar el drama de mi vida, dejar de analizar y hacerme un gran problema por cualquier cosa. Así que eso estaba haciendo ahora: no pensar, no buscar lo que estuviera mal, solo ir hacia adelante y dejar que pasara lo que tenga que pasar. Y así fue.

De casualidad, giré a ver la pantalla encendida de mi celular en el asiento del copiloto. Lo había puesto en silencio al salir de mi casa, y mi mamá no había dejado de llamar desde entonces. Pero el nombre que aparecía en el identificador esta vez no era el de ella, sino el de Tamara. Respiré profundo antes de decidir si atendía o no. Al final agarré el aparato y deslicé la pantalla para contestar el llamado.

-Hola – dije intentando sonar lo más natural posible.

-Anita, que bueno que respondes, necesito que me hagas un favor. ¿Estas ocupada?

Miré a mi alrededor, verificando conmigo misma mis ganas de hacer contacto con la gente. No pude encontrar ninguna excusa plausible y le respondí que estaba libre.

-¿Podrás cuidar a Kiara unas horas? Sebastián esta trabajando y tengo una entrevista de trabajo. Iba a cuidarla mi hermana, pero decidió que era más importante salir con sus amigas que ayudar a su hermana, y sabes que con mis padres no puedo dejarla. Si podés vas ser mi heroína toda la vida.

Yo sabia lo importante que era para Tami esto. Ella siempre había sido muy independiente. Todo lo quería era terminar el colegio para poder trabajar e irse de su casa, tener su vida. Pero entonces quedó embarazada. No pudo terminar el colegio y, sin un título y con una bebé, le fue imposible conseguir un empleo. Sin mencionar que sus padres no la apoyaron al cien por ciento con su maternidad. Básicamente le dijeron que tenía que hacerse cargo de la situación. Por lo que, si hubiese querido seguir con sus estudios o buscar un trabajo, no hubiese podido, porque sus padres no iban a cuidar a la nena, y tampoco no aprobaban que pusiera una niñera. Sí, muy contradictorio. Pero entonces Tami era chica y estaba asustada, por lo que hacía todo lo que sus padres dijeran. Así que, de querer valerse por si misma, tuvo que depender totalmente de las opiniones de sus padres y de Sebastian, su entonces novio y actual marido. Él era más grande, por lo que ya tenía un buen trabajo cuando paso todo. No podían darse todos los gustos, pero alcanzaba. Con el tiempo, Tami, fue recuperando ese anhelo de independencia y, contra la opinión de su familia, que pensaban que no era correcto que dejara sola a su hija (aunque no estaba sola porque Sebastián la cuidaba), fue a la escuela nocturna, consiguió un título y empezó la búsqueda de un trabajo. Así que, sí, una entrevista era muy importante para ella.

Realmente no tenía ganas de aguantar los berrinches de una niña de tres años. Pero, aunque no sabía bien quién era, sí sabía que quería ser alguien que esta ahí para sus amigos. Enseguida le dije que sí y me dirigí hacia su casa.

Cuando llegué, ella ya estaba lista para irse. Me dio una lista interminable de consejos y cosas que tenía que saber. Le aseguré que íbamos a estar bien y prácticamente la eché de su casa. Le dio un fuerte abrazo a su hija y se marchó hecha un manojo de nervios.

-Te va a ir bien. – le dije antes de que se fuera - ¿Para qué es la entrevista?

-Secretaria o algo así, en una concesionaria de coches. No sé nada de autos.

-No tenés que saber, vos no vas a venderlos. Solo tenés que ser vos misma y vas a estar bien.

-Gracias, sos la mejor amiga del mundo.

Una vez solas, miré a Kiarita cruzada de brazos, ella me miró con sus grandes ojos avellanas bien abiertos.

-¿Y ahora qué hacemos?

Jugamos a todos los juegos raros que salieron de extraña su cabecita. Si mi plan era no pensar en nada, lo había logrado. Era imposible que mi mente vagara por ahí sin que Kiara se me perdiera de vista. Esa nena era la mas inquieta que conocí, no sé de dónde sacaba tanta energía, pero lograba superar la mía. Recién se calmo cuando le preparé la merienda y prendí la televisión en un canal de dibujos animados. Ahí la perdí por completo, o al menos por media hora, tiempo que aproveché para ver mi celular.

Tenía unas veinte llamadas perdidas de mi mamá y la misma cantidad de mensajes. Parecía que luego de las dos horas había desistido. Lo último que había mandado era:

Al menos decime si estás bien.

Paseé mis dedos sobre el teclado, pensando si responderle. No estaba enfadada con ella, el problema era mio. Ella quería explicaciones que no podía darle. Pero, por ahora, para mí, estaba bien así. Aunque sabía que tenía razón, y que en algún momento tendría que sentarme a pensar en algo. Mas necesitaba más tiempo, todavía no quería analizar nada.

Lo estoy. Dame espacio.

Le respondí.

Luego tenía algunos mensajes de Tami, en los que decía que se moría de nervios, que había un montón de chicas que eran mejor que ella y, él último, de hacía veinte minutos, que ya estaba volviendo.

Justo cuando Kiara se estaba aburriendo de los dibujos, su mamá entró por la puerta con una gran sonrisa en el rostro. La niña corrió a sus brazos, como si fueran siglos que no la veía.

-¿Y? ¿Cómo se portó? – me preguntó.

-Muy bien, jugamos a la princesa turca.

-Ah sí, por la novela de la noche.

-Sí, me imaginé. ¿A vos? ¿Cómo te fue?

-¡Me contrataron! – exclamó.

-¿En serio? ¡Que bueno! ¿Cómo fue? ¿Te lo dijeron ahí no más?

Me relato toda su tarde, desde que salió de acá hasta que se tomo el colectivo para volver, y todos los detalles de la entrevista y su nuevo trabajo.

-Yo creo que ya no tenían ganas de seguir entrevistando, yo qué sé yo, pero ¡me tomaron! Ay, no lo puedo creer. Lo único es que no sé que voy a hacer con Kiari. El año que viene empieza el jardín, pero igualmente no me dan los tiempos. Una guardería o...

En ese momento se me prendió la lamparita. Necesitaba algo que hacer, ¿no? Y mi amiga necesitaba una mano, y Kiarita y yo nos llevábamos bien.

-Yo puedo cuidarla. – propuse.

-¿En serio? Pero, ¿no se te complica por la universidad y eso?

No. Ya no.

-No, yo... voy a dejar la carrera – escupí. Era la primera vez que lo decía en voz alta y se sentía muy raro.

-¿Qué? ¿Por qué?

Con pocos detalles le expliqué que no me gustaba la carrera, que no me apasionaba. Ella no me cuestionó ni preguntó nada en particular.
Verán, algo que tienen que saber sobre Tamara y yo es que somos amigas, sí, pero, de alguna forma, seguimos siendo amigas de recreo. Pasamos buenos ratos juntas, pero no incursionamos mucho en la vida de la otra. Sabemos lo que vemos, fin. Lo único que preguntó fue:

-¿Y ahora qué vas a hacer?

Me encogí de hombros, intentado que la pregunta no me atropellara como hacía unas horas.

-Bueno, entonces, ¡esta bien! – dijo – Obviamente te vamos a pagar, ahora que tengo trabajo – festejó, dejando de lado el tema de mi carrera.

Me fui de su casa, satisfecha de haber encontrado una respuesta más. Hasta ahora sabía que: no estudiaba medicina, que era una buena amiga y que sería niñera.

Mi mundo realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora