Escabulléndose en la ratonera

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Tamara empezó a trabajar al día siguiente, es decir que yo empecé a trabajar al día siguiente. Con Kiarita nos llevábamos bárbaro, siempre se me dieron bien los niños y esta vez no era la excepción. Llegaba a las 8.30, cuando Tami se iba; Kiari no se levantaba hasta las 10, asi que tenía un tiempo en el que podía relajarme; una vez despierta, la ayudaba a cambiarse, le preparaba el desayuno y empezaba la diversión; tipo 13.30 almorzabamos, luego la siesta y para la merienda mamá ya estaba en casa; fácil. Acordamos que me pagarían $90 la hora al final de la semana, así que, para el sábado, ya había hecho un buen montoncito de dinero.

El sábado tenía que ir a la parroquia. Quizás era porque estaba de buen humor, pero no fue tan terrible como imaginaba, hasta la pase bien. En realidad, de todos los lugares en el mundo, ahí es donde siempre me había sentido más a gusto, solo que últimamente no estuve tan convencida de que esa fuera mi vida y... bueno. No tengo que explicarles, todos vieron lo que está pasando conmigo. En fin, a la mañana nos encontramos con el grupo de siempre y a la tarde había un encuentro de post-comunión para los niños que acababan de tomarla. Como no tenia caso volver a mi casa por el tiempo que había en el medio de las dos cosas, me quedé dando vueltas por la Iglesia. En ese estaba, cuando vi a Cecilia irse tras el padre Gabriel, preguntándole si podía hablar con él.

Claro, hablar, pensé, mientras los veía entrar a la oficina del cura.

-Seguro se fue a confesar. - dijo Matias detrás mio.

-Una confesión va a necesitar cuando salga de ahí. - dije sin pensar, y antes de poder arreglarla, él agrego:

-Esa no se arregla ni con un exorcismo. Zorra fue y zorra será.

Lo miré con el ceño fruncido.

-Vamos, que te referías a lo mismo.

Asentí y volví a mirar a la puerta cerrada, seguramente con llave, del padre Gabriel.

-Él tampoco es ningún santo.

-Claro que no. Se aprovecha de su sotana para hacer de mirón. Al fin encontró a una que eso le calienta. Bueno, bien por ellos.

Reprimí una risa.

-¿No te vas? - preguntó.

-Tengo la post comunión. ¿Vos? ¿Esperás a Damian?

Hizo una mueca rara y me di cuenta que dije algo que no debía. ¿Era el por qué se estaba quedando? ¿O era por Damian? Ahora que hacía memoria, no los había visto juntos en toda la mañana. Algo muy extraño, porque esos dos eran como siameses.

-No, yo... quería hablar con vos, sobre el otro día en la plaza... - titubeó.

-Sí, ¿qué paso?

-¿Podrías no decir nada? De que me viste.

-¿Por qué? A ver, dejame adivinar, ¿esa chica no era tu novia? - Ana siendo picuda, apuesto que eso no se lo esperaba.

-No, era mi herman-hermana.

-Ah. - respondí, sintiéndome algo tonta por mi comentario. En mi defensa, yo sabía que tenía un hermano, que vivía en no sé dónde, no una hermana, y se lo dije - No sabía que tuvieras hermana.

-Sí, yo tampoco - masculló -. ¿No vas a decir nada?

-Esta bien. Pero no entiendo, ¿qué tiene de malo pasear con tu hermana?

-Eso no es tu asunto, - me contestó con dureza - como tampoco es mi asunto que hacías con esa chica.

No tuve tiempo de ofenderme con la primera parte, porque enseguida la segunda me dejó desconcertada.

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