¿te dan miedo los patos?

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El Rosedal quedaba a treinta minutos en auto, y seguramente como a dos horas en colectivo, y estaba ubicado en uno de mis puntos favoritos de Buenos Aires: los bosques de Palermo. Para los que no lo conocen, no son bosques reales, sino un montón de parques juntos. Anteriormente, por el siglo XIX, eran todas tierras de Rosas, un presidente con métodos de gobernar dudosos. Ahora albergaba, aparte de los parques, al Planetario, el zoológico y el Rosedal, y a diferencia de los bosques que no eran bosques, ahí sí habían rosas.

No sé cuántas rosas eran, pero debían de ser cientos. Por estas fechas era una explosión de colores y aromas deliciosos, las fuentes estaban prendidas y limpias, y los turistas caminaban lento sobre el suelo de piedritas rojas o se refugiaban en la sombra de los pocos, pero frondosos, árboles. Me encantaba este lugar, y la expresión de Camila en cuanto vio todas esas flores me dijo que a ella también le gustó. Ni bien entramos, corrió en su vestido de comunión hacia el primer grupo de rosas y aspiró profundo.

-Tía, ¡mira! ¡Como las de la abuela! - gritó, corriendo hacia la siguiente parcela.

Tina sonrió, satisfecha.

Nos unimos al paso lento de los turistas, siguiendo a Camila, que iba de rosa en rosa, leyendo y memorizando los nombres de cada una. Parecía una especie de pequeño ángel, entre las rosas, con su cabello rubio trenzado y el vestido blanco. Nosotras caminamos en silencio por un rato, sentía que tenia que decir algo, pero no sabía qué, así que esperé a que Tina lo hiciera.

-Le gustan las flores - me dijo. - Siempre ayuda a mi mamá a arreglar su jardín y obligó a su madre a poner plantas por todo su patio. Pero mi cuñada no podría cuidar a una roca aunque quisiera, así que Cami las cuida. Sabía que le gustaría este lugar.

-Fue una buena idea. - asentí.

-Sí. Gracias por traernos.

Me encogí de hombros.

-No es nada. Era esto o escuchar hablar a mis padres con sus amigos y... - saqué la lengua, en señal de asco. - Aburrido.

Ella se rió. Su risa era fuerte, como una gran carcajada.

-Podrías haberte quedado en casa.

-No, me habrían obligado a ir.

Me miró de costado.

-¿Sos mayor de edad, no?

-Si, tengo 21.

-Y, ¿no estás un poco grande para que tus padres te obliguen a hacer cosas?

-Anda a decirle eso a ellos. Para ser justos no me obligan, es solo que soy la clase de hija que acompaña a sus padres.

-Pero no te gusta.

-Sí, pero no sé, creo que es lo que esperan de mi.

Ella negó con la cabeza.

-No tenés que hacer lo que esperan de vos.

-Sí, lo sé. ¿Vos, ya sos mayor de edad? - pregunté, queriendo apartar la conversación de mí.

Tina se dio cuenta del desvío, pero igualmente respondió con naturalidad.

-Veinticinco, mi cielo. Totalmente independizada.

Sonreí. Que suerte.

Del lado derecho a El Rosedal, lo rodeaba un lago, conocidos como los lagos de Palermo. Eran todos artificiales, mandados a hacer por aquel antiguo presidente. Mientras que del lado de afuera estaba abierto y podías sentarte a la orilla, en donde nosotras estábamos se encontraban cercado. Aun así no era suficiente para mantener a los gansos alejados. Dios, odiaba a esos bichos. Pero tuvimos que acercarnos, porque al parecer, a Camila, sí le caían bien. Solo por las dudas, me mantuve dos pasos atrás de Tina, causando que se riera de mí.

-¿Qué te pasa? - exclamó.

-No me gustan esas cosas.

-Oh, ¿te dan miedo los patos? - se burló Tina.

-Pero son re lindos - dijo Camila, queriendo alcanzar alguno.

-No son patos, son gansos. Y pican, muerden y son malos.

-No, son buenitos - replicó la pequeña.

Mientras ellas estaban pegadas a la cerca que separaba al parque del lago, yo me quedé bastante más atrás, a donde los gansos no llegaban. Pero no duré mucho ahí.

-Dale, seño, vení, mira - dijo Camila, tomando mi mano y tirándome hacia la orilla, y a los gansos.

-Dale, seño - la imitó su tía.

No tuve que moverme dos pasos, que una de las aves emitió un graznido muy fuerte y aterrador demasiado cerca de Tina, asustándola y haciendo que pegara un grito muy agudo y saltara hasta donde yo estaba.

-Sí, cariño. - le dijo a su sobrina - Ana tiene razón. Mejor nos quedamos lejos de los gansos.

-Que miedosas - bufo Camila, caminando de nuevo hacia las rosas.

Mire hacia Tina sonriendo

-Ay, ¿te dan miedo los patos? - me burlé.

Ella me devolvió la sonrisa, con las mejillas completamente rojas.

-Callate.

Me reí y seguí a Camila.

Perdí la cuenta del tiempo que estuvimos caminando por aquel lugar. Camila nos guiaba, parcela tras parcela, enseñándonos las rosas y eligiendo sus favoritas. Con Tina intentamos sentarnos por unos segundos bajo uno de los pocos árboles, pero en pocos minutos perdimos de vista a su sobrina y tuvimos que ir a buscarla (suerte que ella era más alta que la mayoría de las plantas y no tardamos en ubicarla). Fuimos al patio de andaluz, donde había una fuente en el medio que lo mojaba todo. Y sí, me mojé. Camila quería jugar en el agua, ya que hacía calor, así que me arrastró a mí hacia el medio del parque. Al principió me resistí, pero al final terminé saltando en los charcos y escapando de las salpicadas de Camila. Tina nos miraba riéndose desde afuera, hasta que su sobrina también la agarró y acabó mojándose con nosotras. Terminamos saliendo del Rosedal muy mojadas, por lo que propuse sentarnos en el parque junto al planetario, a que el poco sol que quedaba nos secara un poco.

-¿Podemos entrar? - preguntó Camila señalando la gran esfera del planetario.

-Otro día, amor. Ya te secuestré demasiado, tu mamá ya me va a matar.

Cuando empezaron a prenderse las primeras luces del planetario, volvimos hacia el auto. Cami no tardo en dormirse en el asiento de atrás, pero antes dijo:

-Gracias tía Cati y seño.

-De nada - respondimos las dos al unísono.

Viajamos en silencio hasta que me animé a preguntarle, tenía que saberlo.

-¿Me vas a decir tu nombre?

Ella se rió.

-No. Te dije que con suerte nunca lo sabrías.

-Pero, ¿por qué?

-Porque es horrible.

-Bueno, en eso estamos en la misma.

-Ana es un hermoso nombre. Es uno de mis nombres favoritos.

-Ah, también me encanta. Ojalá ese fuera mi nombre.

Giró la cabeza hacia mi, con la mirada interrogante.

-Mi nombre es Analia - confesé. - Pero lo odio, asi que desde la primaria lo deje en Ana.

-Analia no es tan terrible.

-Decime el tuyo y lo vemos.

-No. Pero para que te hagas una idea, nunca nadie más que mi madre me llamo así. Desde bebé todos me llamaron Cati, o Cat, hasta la secundaria, que a alguien se le ocurrió Tina.

La miré intermitentemente, intercambiando con el camino.

-¿No me vas a decir tu nombre?

-Nop. - negó con la cabeza, sonriéndome desde el asiento del copiloto, con la cabeza hecha a un lado, haciendo que yo también sonriera.

La foto de arriba es de El Rosedal del que hablo.

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