Yo quería verte bailar.

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Después del cumpleaños de Tina necesité de un tiempo de reponerme. Todo lo que me había dicho Sandra no dejaba de darme vueltas a la cabeza y no podía pensar en otra cosa. Intentaba encontrarle sentido a sus palabras. Y es que podía identificarme en todo lo que dijo, pero algo no iba bien. No era tan simple.

Navegué por montones de páginas de Internet durante horas, intentando buscar alguna otra respuesta. Unas webs lo trataban con naturalidad, contaban experiencias de aceptación y respondían preguntas. Otras hablaban de experimentar y libertad sexual, lo cual me hizo sentir muy incómoda, pues eso no era lo que yo buscaba. Luego habían portales de adolescencia y psicología que lo nombraban como una etapa o fase, que no hicieron más que hacerme sentir más confundida.

Me enfoque en esas primeras páginas, en su mayoría de agrupaciones LGBT o bisexuales. Algunas tenían una especie de sección de Preguntas Frecuentes, en donde encontré muchas de las preguntas que yo misma me estaba haciendo. Como si realmente existía, si era una fase, si estaba bien, en qué consistía. Sé que pueden sonar preguntas estúpidas, pero hasta ese momento para mí la bisexualidad no había sido más que una moda, algo para llamar la atención, para ser diferentes. Y ahora la redescubría.

Cuando, en esas mismas páginas, leía experiencias de cómo se dieron cuenta y lo aceptaron, no dejaba de sentirme identificada. Recordaba cuando era niña y tenía una compañerita del colegio que me generaba algo así como atracción casi magnética; o más en la pre adolescencia, en un retiro había una coordinadora más grande, de la que no podía despegarme y me moría de celos si alguien más se le acercaba; o en montones de otras veces, antes de la adolescencia, en las que veía una chica y me preguntaba ¿me gusta? y mi respuesta era un rotundo NO, si me gustan los chicos. Creo que había anulado todo eso de mi cabeza, pero ahí estaba, siempre estuvo.

Estaba tirada en la cama, con lágrimas en los ojos, intentando procesar todo esto, cuando Tina llamó. Miré la pantalla del celular, observando su nombre con el corazón latiendo a más no poder. ¿Qué iba a ser ahora? ¿Al fin iba a mandar todo al carajo para estar con ella? Atendí e intenté mantenerme normal durante toda la conversación. Mientras hablaba, me di cuenta que no iba a ser tan fácil aceptar todo esto de una y solo dejarme sentir. Todavía no lo entendía, ni estaba segura o tenía medio de no estarlo. No podía condenar a Tina a mi miedo e inseguridad.

Esa vez me llamaba para decirme que tenía mi entrada para el recital de baile de Camila, al que había prometido ir, y acordamos en vernos para que me lo diera. Nos juntamos en la plaza de siempre y luego fuimos a una cafetería. Todo fue muy normal, o tan normal como podía ser entre nosotras. Pero para mí ahora había algo diferente, una pequeña parte mía se abría a la posibilidad que antes me estaba negando.

Me gustaría poder explicar con palabras todo lo que sentía en esos momentos, pero no las hay. Simplemente no puedo hacerlo. Por un lado, encontré una explicación a algo que al parecer había sentido toda mi vida, una explicación a lo que me pasaba con Tina, la afirmación de que era real. Por otro lado, no dejaba de ser algo extraño y que no podía terminar de creer ni encajarlo con mi vida.

El recital de baile fue la semana siguiente. Era en un pequeño teatro del barrio del estudio de danza. Al principio me agarró un ataque de no quiero ir. Debería ir sola, a un lugar desconocido, rodeada de gente desconocida y sin mencionar el ver a la cara a la familia de Tina después de haber sido cómplice del 'secuestro' de Camila.

- ¡No seas pelotuda! - me grito Matias por un audio de WhatsApp - Te chupa un huevo todo eso, vos vas por la pelirroja, punto.

Voy por Camila - le escribí.

Sí, como quieras - me respondió - Entonces no vas a querer romperle el corazoncito a una pobre niña, ¿verdad?

No podía negarme a eso.

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