El sábado por la noche mis padres volvieron de su segunda Luna de Miel, finalmente, se habían acabado mis días de soledad. Aunque soledad es un decir, ya que no estuve sola ni un día. Tina se quedó conmigo la mayoría de las noches y Matias también se quedó un par. Después de lo que paso con Damián, ninguno quería dejarme sola.
Mamá había sacado muchísimas fotos que me mostró una por una en la pantalla del televisor, mientras me contaba la historia detrás: dónde era, qué estaban haciendo, cuál comida era. Papá asentía a todo y solo se limitaba a llenar los huecos en el relato de su mujer.
- ¡Ay esa es una pareja adorable! -me contaba ella, señalando en la foto a un hombre y una mujer de espaldas. - Eran de...
- Pergamino. -la ayudaba papá.
- Sí, Pergamino. Ella es docente y él arquitecto. Divinos. Ah, y acá... - y seguía relatando la siguiente foto.
Me habían traído algunas chucherías que seguramente podría conseguir en Once a la mitad de precio de lo que ellos las pagaron, pero para qué arruinarles la ilusión.
- Y ¿cómo estuvo tu semana? -preguntó papá.
Lo miré y procuré en tardar en masticar lo más posible el pedazo de pizza que tenía en la boca. Tragué casi en cámara lenta, mientras pensaba cómo disfrazar la verdad sin mentir tanto.
- Bien -dije finalmente, fingiendo entusiasmo.
Bueno, fingiendo no, lo había pasado bien en verdad. Solo esperaba que no hicieran más preguntas.
- No hice mucho más que lo que les dije por teléfono -agregué.
Yo solo les había dicho que Tamara y su familia habían venido a cenar.
Mi mamá me miró con los ojos entornados, aparentando complicidad.
- ¿Y Damián? -preguntó - ¿Ya se arreglaron?
Cerré los ojos. No quería pelear con ella en su primer noche en casa después de más de una semana.
- No, mamá, no nos arreglamos. Hablamos -admití -, sí, pero todo quedó peor. Creeme, no es un buen tipo.
- Ay, hija, estás exagerando.
- No -exclamé, angustiada -, no estoy exagerando. No es una buena persona.
- Ana... -quiso replicar nuevamente mi madre, pero se detuvo ante una seña de mi papá.
Él fijó sus ojos en mí, serio.
- ¿Hay algo más que deberíamos saber? -preguntó.
Sentí que mi madre contenía la respiración. No se le había pasado por la que cabeza que yo no estaba exagerando, que realmente había pasado algo, y ahora que sí se le había ocurrido, no quería creerlo. Y yo contuve la respiración, sin saber si decir algo o no. Tuve miedo de que me temblara la voz, pero finalmente dije:
- No.
Tomé aire. Si se lo decía a mis padres, dejaría de ser solo un mal momento, lo convertiría en algo real y serio. Aparte, no estaba segura de que me tomaran en serio.
- Solo que no es como se muestra - agregué -. Es un egocéntrico y no trata bien a las personas.
Mi padre volvió a su estado de desinterés y mi madre volvió a defender a Damián:
- Ay, Ana. Siempre van a haber cosas que no te gusten de tu pareja, no tienen que dejar que eso los separe.
- Mamá...
- Mariana - intervino mi papá -, si ella dice que no le gusta, no le gusta.
Tenía que dejar de tratar a mi padre como un desinteresado, a fin de cuentas, era quien más me apoyaba de los dos.
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Mi mundo real
Non-FictionAna siempre fue lo que esperaban que fuera: una chica recatada, catequista, que participa activamente de su parroquia y estudia Medicina como su padre. Nunca estuvo conforme con esa vida, pero siempre tuvo demasiado miedo de cambiarlo. Entonces ll...