Ahora vas a seguir viviendo

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No sabía hacia dónde ir. La lluvia era constante, pero suave, casi no la sentía mojarme. Intentaba mantenerme entera mientras caminaba con el bolso al hombro, pero no podía contener las lágrimas. Me sentía una imbécil por llorar así en la calle. Trataba de que mi orgullo y el alivio de que ya se supiera todo superaran al dolor, mas este era más grande. No me cabía en la cabeza que mi madre fuera capaz de hacer lo que hizo, de decirme las cosas que me dijo. Yo sabía que ella era algo cerrada y anticuada, pero pensaba que, sobre todo, era buena persona y que me amaría sin un importa qué. Me decía que tal vez necesitara tiempo, que quizás lo recapacitaría, aunque me costaba creerlo.

Ya estaba anocheciendo cuando llegué al edificio de Tina sin siquiera haber decidido ir ahí, supongo que llegué por inercia. Toqué el timbre del departamento y no tardó en responder, como si hubiera estaba pegada al intercomunicador.

–¿Si? 

Me tembló la voz.

–Soy yo –logré decir.

Debió correr, porque en tiempo record estaba abriéndome la puerta. Ninguna de las dos dijo nada, ella solo me abrió los brazos y yo me derrumbé en ellos. Toda la entereza que intentaba mantener, desapareció, simplemente me desarmé y dejé que toda la angustia y el desconcierto hicieran erupción.

Subimos abrazadas, Tina intentando consolarme y yo, de serenarme. No se atrevió a preguntarme qué había pasado, supongo que se lo imaginaba. Ya en su departamento, me prestó algo de su ropa para cambiarme, ya que la que traía puesta se había mojado con la llovizna y dejó que me acostara en su cama. Preparó algo caliente para reconfortarme y se recostó a mi lado. No propuso hacer nada, ni ver una película o pedir comida, solo se quedó junto a mí, esperando a que pudiera seguir adelante. Me sentía como flotando en el aire, pero no de una buena manera, como si el viento me arrastrara en medio de un huracán. Solo hubo un momento cuando tuve que poner los pies en la tierra.

Mi teléfono empezó a sonar. Yo no lo escuché, o no lo quise escuchar, no lo sé. Tina sí, y fue a buscarlo a la mochila que había dejado en el sillón de su living. Cuando volvió, se acuclilló junto al borde de la cama, frente a mí, con el celular en la mano.

–Es tu papá –dijo en voz baja, tanteando mi reacción ante ello.

Tardé en comprender que tenía que decidir si atenderlo o no. Realmente no quería hacerlo, aun no estaba lista para enfrentarme a ninguna conversación sobre lo que había pasado, pero supuse que mi padre quizás estaría preocupado por cómo estaba, por lo que terminé tomando el teléfono de las manos de mi novia. Me senté en la cama, carraspee e intenté sonar entera.

–Papá –dije, con la voz más débil de lo que habría deseado.

–¡Analía! –exclamó preocupado y suspiró con pesadez –Lo siento mucho, hija. 

Los ojos se me volvieron a llenar de lágrimas y contuve un sollozo.

–No es tu culpa, yo fui imprudente –respondí con dificultad.

Volvió a suspirar.

–No, Ana –replicó apenado –, vos no tendrías que preocuparte por ser prudente, deberías poder vivir tu vida con tranquilidad.

Una sonrisa irónica apareció en mis labios.

–Ahora puedo hacerlo, ¿no? –Me tembló la voz.

Hizo una pausa, casi podía verlo con el ceño fruncido y los dedos en el entrecejo, abatido y disgustado.

–¿Dónde estás? –preguntó.

Volví a aclararme la garganta.

–Con Tina –contesté, aunque no recordaba si le había dicho su nombre.

Mi mundo realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora