Se llama Diablo

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A mi pequeño Diablo le quedó bien el nombre, no pude hacer que se quedara quiero en todo el trayecto desde la casa de Tina a la mía. Terminó viajando en mi regazo, lo cual quizás no fuera lo más seguro, pero ya qué. Era tan lindo, sus ojitos brillantes parecían sonreír y cada vez que los veía quería abrazarlo fuerte. No creo que alguna vez pudiera retarlo.

Llegué a mi casa poco antes de que llegara mi familia.

- ¿Quién tiene una nueva casa? -le dije a Diablo antes de bajar del auto - Pero si sos la cosita más linda del mundo.

Y no voy a reproducir todo lo que dije  porque afectaría la imagen que pueden tener de mi madurez.

Entré en mi casa sosteniendo a Diablo con un brazo y cargando la bolsa con su comida en el otro, no sin miedo a lo que mis padres dirían. El primero en verme fue mi padre. Yo le sonreí con la sonrisa más suplicante que tenía. Me sentía una niña pidiéndole permiso a sus padres para quedarse con el perrito que le había seguido a casa, y en cierta forma lo estaba haciendo. Él sonrió y negó con la cabeza, como cada vez que no podía resistirse a mis súplicas.

- Supongo que te vas a hacer cargo vos -dijo cruzándose de brazos.

- Por supuesto -respondí.

- ¿Qué pasó? ¿Llego Ana? -gritó mi mamá desde la cocina.

- Vení a mirarlo por vos misma -le contestó mi papá -. De ella también te haces cargo vos -me advirtió -. Yo voy a buscar a tu tía a la parada de colectivo.

En el momento en que él salía, mi mamá entraba al living donde estaba yo. Apenas me vió, bajó los hombros, yo creí que era a modo de disgusto, pero en lugar de eso exclamó:

- ¿Quién es esa cosita hermosa?

Suspiré aliviada.

- ¿Te gusta? -pregunté.

- Pero si es precioso. -se acercó y le acarició la cabecita y él le lamió la mano. - Ay, que lindo que sos.

- Me lo regaló Tina. Es de un refugio. Se llama Diablo.

- ¿Diablo? ¿Qué clase de nombre es ese? Debió haber preguntado antes de hacer un regalo así.

Todo eso lo dijo mirando a Diablo y acariciándolo muy encariñada, así que me resultó difícil tomarlo como regaño.

- Fue una sorpresa, mamá. Si hubiese preguntado no sería una sorpresa.

En ese momento tocaron  el timbre, por lo que no le dió lugar a replicar.

- De acuerdo, pero es...

- Mi responsabilidad - la interrumpí -. Ya sé, mamá, no tengo diez años para que me hagas esas advertencias.

- Bien -dijo -, dejalo en tu pieza, ponele una mantita o algo y después vení.

Asentí y fui hacia mi habitación, mientras ella iba a abrir la puerta. Dejé a Diablo sobre una remera sucia y le puse algo de comida.

- Esto es por ahora -le dije -. Mañana te voy a comprar una linda camita y juguetitos.

Y de nuevo, no voy a reproducir ese diálogo.

Antes de que me fuera del cuarto, él ya estaba recorriendo y olisqueando todo.

La casa no tardó en llenarse de gente. Por parte mi mamá estaban mis dos abuelos, mis tíos con sus mujeres y mi único primo, hijo del menor de los hermanos. Por el lado de mi padre, mi abuelo y mi tía con sus gemelas de ocho años. Sí, no éramos muchos, pero lo suficientemente diferentes como para nunca juntar a las dos familias. Por ejemplo, mi primo, de diez años, era el nene más callado y serio que jamás había visto; mis primas, en cambio, eran una mezcla de las mellizas de El resplandor con Fred y George Weasley.

Mi mundo realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora