Temor y nervios

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Me miré en el espejo del baño una vez más. Ya me había quitado ese vestido rosa insulso y puesto el conjunto  de entre casa más decente que tenía. Luego fui al baño, me quité el maquillaje e intenté deshacer el peinado que Laura, la peluquera, me había hecho hacía unas horas, pero no lo logré. Seguí frente al espejo. Tina llegaría en cualquier momento y me sentía una pordiosera.

La fiesta de renovación de votos de mis padres había terminado unas horas antes. Ellos se habían ido de segunda luna de miel y tendría la casa para mí sola. Le pedí a Tina que viniera porque no me sentía segura de querer estar sola, no después de lo de Damián. Pero ahora que ella estaba por llegar, Damián era lo último en lo que pensaba.

Estaríamos solas y tranquilas por primera vez desde que la besé. Podríamos hablar de nosotras, de qué pasaría ahora, de qué seríamos ahora. Creo que nunca había estado tan nerviosa y ansiosa por verla. Quería abrazarla y besarla, pero no sabía cómo. Bueno, sí sabía cómo, obviamente. A lo que me refiero es a ¿cómo sería?

Tocaron timbre. Respiré profundo y salí del baño.

Mi casa estaba llena de los restos de la fiesta: souvenirs que sobraron, centros de mesa que no se llevaron y demás. Había sido una buena fiesta, al menos para ellos, que era lo que importaba.

Abrí la puerta y ahí estaba Tina. De short y musculosa, con el cabello cobrizo arreglado en una colita despeinada, los ojos castaños le brillaban de una forma especial y su sonrisa de siempre también era diferente. O quizás allá sido idea mía y de mi propia expectación.

Nos miramos por unos segundos sin decir ni hacer nada, supongo que no sabíamos qué debíamos hacer ahora ¿Cómo debíamos saludarnos? ¿Podía besarla en la boca con normalidad o todavía no habíamos llegado a ese punto?

- Esperaba poder verte en ese divino vestido rosa -dijo.

Revoleé los ojos y sonreí, nerviosa.

Me hice a un  lado y la dejé pasar.   La guíe de cerca hacia la cocina, ya que el resto de la casa estaba ocupada por cosas de la fiesta. Tina revisó algunas cosas de la decoración, como las servilletas con las iniciales de mis padres.

- ¿Y esto? -señaló una caja llena de pequeños sobres de papel madera, con detalles en amarillo y rosa.

- Para los cubiertos.

- ¿Los cubiertos venían acá?

- Así es. -asentí.

Tina torció la boca en señal de intriga.

Llegamos a la cocina y nos sentamos. Me preguntó cómo había ido la renovación de votos y la fiesta,  y yo le conté más de lo que, creo, estaba interesada en saber. De hecho, me agarró una especie de verborragia, producto de los nervios de saber que, en cuanto dejara de hablar, el tema de conversación sería otro, seríamos nosotras.

Quería que llegara ese momento, pero al mismo tiempo me aterraba.

En cuanto ya no se me ocurrió qué decir, y sentía su mirada sobre mí, pregunté lo primero que se me vino a la cabeza.

- ¿Tenes hambre?

- Podría comer, sí. ¿Pero vos no cenaste ya?

- Eran las cinco de la tarde, no cuenta como cena.

Se rió mirando hacia abajo, como si se avergonzara de su risa. Quise levantarle el rostro y besarla sobre esa hermosa sonrisa. Pero en lugar de eso, fui a buscar mi teléfono para llamar a alguna pizzería.

¿Por qué de repente tenía tanto miedo y los nervios me carcomían? ¿Por qué no podía solo besarla como en la glorieta, como en su casa? ¿Por qué ella no podía hacerlo? ¿Por qué se comportaba casi tan tímida y nerviosa como yo?

Mi mundo realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora