La mejor barman de Buenos Aires

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Al otro día me desperté pensando en el comentario de la barman. ¿En serio había creído que yo estaba mirando a otra chica? ¿Lo había hecho? No, claro que no. A mi no me gustaban las chicas, si lo hubiera hecho habría sido por su ropa o algo así.
Intenté recordarla: era alta, cabello oscuro y ondulado, muy hermoso; con tacones altos y rojos; su vestido oscuro ajustado resaltaba toda su sexy figura. Me senté en la cama, sintiéndome extraña. Me faltaba el aire y el corazón me latía con fuerza. Debía dejar de pensar en eso.

Me había quedado en la casa de Tami, así que al entrar en la cocina me encontré a Sebastián, atendiendo a la pequeña Kiara, y a mi amiga, en pijama, preparándose un café.

-Parece que no soy la única que se acaba de levantar. - dije, sentándome en la mesa.

-Eso me encantaría, cariño. – replicó ella – Pero tengo un pequeño despertador de tres años.

-¡Ay, por favor! – replicó su marido – No te levantaste, prácticamente me empujaste fuera de la cama y seguiste durmiendo hasta hace quince minutos.

Tami lo miró con cara de pocos amigos.

-Papi, te van a retar – se rió Kiara.

Me fui después del almuerzo, sin muchas ganas de llegar a mi casa. Hacía bastante que esas cuatro paredes me incomodaban. Como dije, había una parte de mi que no me sentía como la persona que mis padres creían que era. Por suerte, ellos no estaban en casa cuando llegué. Después me enteré que era por un encuentro de catequistas al que yo debía asistir, y me comí un regaño por no hacerlo. Y para aprovechar la soledad, me tiré en el sillón a ver Netflix.
¿Ya dije que me encantaría hacer cine? Me parecía que cada película era un nueva historia, un nuevo mundo creado por alguien a su antojo. Me maravillaba la idea de poder crear mi propio mundo, con mis reglas, mis personajes, mi historia. 
Intenté, sin éxito, enfocarme en la película que había escogido, pero no podía dejar de pensar en el comentario de la chica del bar. No porque estuviera considerando que tuviera razón, solo que me incomodaba que ella hubiese pensado eso de mí. ¿Acaso era algo que todos veían? ¿Eso era lo que la gente creía de mí? No sé por qué eso me preocupaba. Tal vez porque este mundo real, al que yo pertenecía, jamás aceptaría algo así. Y si había algo por lo que yo siempre había peleado, era ser aceptada.

Casi al final de la segunda película, no pude más con la intriga e hice algo no propio de la Ana que todos conocían: algo impulsivo.
Me puse de pie y, así como estaba, en jean y zapatillas, fui de vuelta al bar de anoche, dispuesta a hablar con aquella bartender.

Sorprendentemente para mi, estaba abierto. Chau al prejuicio de que los bares abrían solo de noche. La música estaba baja y, suerte para mi look cero glamoroso, no había casi nada de gente. La vi enseguida, estaba detrás de la barra, pasándole un trapo. La luz del día entraba por los ventiluces y me permitía ver más que la noche anterior. Por ejemplo, pude notar que la bar tender no era rubia, sino de un extraño color cobrizo. Me quedé parada en la puerta, hasta que animé a acercarme. Ya estaba ahí, no tenía nada más que perder.

-Hola – logré decir.

-Hola – me respondió sorprendida.

-Soy Ana. – jamás le había dicho mi nombre – Anoche...

-Sí, sí, me acuerdo de vos. ¿Viniste a reclamar ese trago?

Clavé las uñas en la barra, e intenté tragarme los nervios. Esta persona no era yo.

-No, yo... Yo solo quería aclarar las cosas.

Se acercó a mi, recargándose en la barra.

-No tenés nada que aclarar, yo vi cualquier cosa.

Mi mundo realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora