Del lado equivocado de la mesa

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Luego de salir del baño, repetí que me sentía mal y me fui. Le ofrecí a Damián llevarlo a su casa, pero él  quiso quedarse un poco más.

Una vez que estuve afuera, respiré profundo y aproveché el viaje de regreso para intentar asimilar lo que acababa de pasar. Sandra me había aconsejado que comparara qué sentía con Damián y con Tina, y esa noche había podido hacerlo. Verla frente a mi, mientras yo estaba con otra persona, me hizo dar cuenta que estaba del lado equivocado de la mesa: quería estar junto a ella. Quería estar con ella. Ante aquella obvia epifanía, despegué una mano del volante y la llevé a mi frente. Sonreí, más bien me reí fuerte.

Estuve a punto de dar un volantazo y volver al bar, pero ahora no era tan simple como lo hubiese sido hace un par de semanas. Ahora habían dos personas en el medio y debía pensar en ellas. Lo menos que quería era que alguien saliera lastimado. Volví a respirar profundo ¿qué debía hacer entonces? Primero tenía que dejar las cosas claras con Damián, luego iría con Tina y que fuera lo que tuviera que ser. Ella tendría que encargarse de Agus. Algo me decía que realmente no le importaba mucho esa chica.

Desde que le conté a Matias todo lo que había pasado, no dejaba de insistirme en que terminara de una vez lo que sea que tuviera con Damián. Durante los siguientes días los únicos mensajes que recibía de él eran: "¿Ya hablaste con Damián?". El problema era que nunca me dijo lo difícil que era terminar con alguien sin que esa persona hubiese hecho nada malo. Por eso me estaba tardando más de lo que me habría gustado.

El día de mi cumpleaños no pensaba hacer nada, pero mi mamá planeó un asado familiar a mis espaldas, por lo que decidí que, si iba a haber festejo, sería a mi manera. Dejé el almuerzo para mi familia y para la tarde invité a Matias, Sandra y, sí, a Tina.

No le dije a Damián que venga, de hecho había mantenido muy poca conversación con él desde la doble cita. Sabía que si hablaba debía tener esa charla y aún no descubría cómo hacerlo. Aparte de que estaría toda mi familia y no iba a presentarles a alguien que ya tenía fecha de vencimiento en mi vida

Matias me mandó un mensaje de feliz cumpleaños exactamente a las doce de la noche, junto con audio de él y Sandra cantando muy desafinado 22 de Taylor Swift. Cumplía veintidós años. Dos-dos, odiaba los números pares y en particular al dos, el rey de los pares.

"Tenés problemas", me contestó Matias cuando le respondí eso mismo.

La siguiente en saludarme fue Tina. Ella me llamó.

- Te diría feliz cumpleaños -me dijo -, pero te lo voy a decir cuando te vea, así que...

- ¿Y para qué me llamaste? -pregunté, haciéndome la indignada.

- Quería escuchar tu voz de veintidós años -contestó y casi pude verla apretar los labios en una sonrisa -. Y ahora tengo que volver a trabajar, nos vemos después.

¿Los bares abrían los miércoles por la noche? Tenía tanto que aprender.

- Adiós -le dije riendo.

- Chau.

Definitivamente las cosas habían cambiado entre nosotras. No nos habíamos visto, pero hablamos cada día y todas las conversaciones tenían algo... especial, diferente. Yo no le había respondido a su "Ahora lo que vos quieras", pero creo que ella había adivinado la respuesta.

Damián no dió señales, pero tuvo razones para no hacerlo.

Mi abuelo paterno llegó primero y le mostré mis nuevas habilidades de asador. No creo que haya quedado muy convencido. Luego llegaron los papás de mi mamá. Ellos eran buenos, pero algo en su forma de ser me inquietaba, como si estuvieran juzgando cada uno de mis movimientos. La última en llegar para almorzar fue mi tía. Esta vez vino sola, pues a las gemelas les tocaba estar con el padre.

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