Me despertó el sonido del celular. Tardé un poco en entender qué estaba pasando, dónde estaba o por qué me sentía tan fatal. El recuerdo de anoche me asaltó de golpe y quise volver a estar ebria. El celular seguía sonando, lo agarré dispuesta a rechazar la llamada, pero era Sandra.
- Hola amor.
- Hola -dije, volviendo a acurrucarme en la cama.
- ¿Estás mejor? -preguntó.
- Peor -mascullé.
- Bien, ¿por qué no venís a sentirte miserable con tu amigo?
- ¿Por?
- Delfina.
Di un par de vueltas en la cama intentando decidir si tenía ganas de salir de la cama o no. Me llegó un mensaje, lo ví con temor de que fuera de Tina y de lo que podría llegar a decirme, pero era Sandra de nuevo.
"Porfa, tengo miedo que se suicide", decía.
Enterré la cabeza en la almohada y me levanté. Me vi en el espejo del baño, no sabía cómo iba a disimular mi cara demacrada. Si supiera usar maquillaje sería más simple, aunque sería sospechoso que yo me maquillara. Salí del baño luciendo lo más decente que pude. Mi madre estaba haciendo sus labores de jardinería en el patio, así que solo la saludé de lejos. Le dije que iba a ver a Matías y ni me respondió, solo levantó la mano, dandome a entender que había escuchado.
Cuando salí, vi el coche en el garage. ¿Cómo había llegado anoche?, me pregunté, ¿había conducido? Dios, estaba llegando al límite de la irresponsabilidad.
- El auto lo voy a usar yo. - Me sorprendió mi mamá detrás mío -. Anda en otra cosa - dijo con sequedad.
¿Será que ella me vió llegar anoche? Ay, por qué no podía acordarme nada. Ella nunca usaba el auto, era obvio que solo quería que yo no me lo llevara.
No repliqué nada, no quería más problemas. Le di un beso en la mejilla que no me devolvió, y me fui.
Tenía una sensación horrible en el estómago. Mi madre y yo no nos llevábamos así. Algo estaba haciendo muy mal para ella, pero no sabía qué hacer para cambiarlo. Mentira, sí sabía. Tenía que volver a ser esa niña recatada y obediente, que yo ya no quería ser. Quizás la única solución sería hablar con ella y explicarle que esto es quien soy ahora, y que soy feliz así, que por primera vez me siento yo misma.
Sin auto, tardé el doble de normal en llegar al monoambiente de Sandra y Matias.
- ¿Sabías que tengo tomar dos colectivos hasta acá? - fue lo primero que dije cuando Sandra me abrió.
- Sí, lo sabía - respondió con una sonrisita, dejándome pasar.
Vi sus cosas arriba de la mesita.
- ¿Te vas? -pregunté.
- A trabajar - contestó, mientras iba al baño a terminar de maquillarse -. Por eso te llamé, no quiero que mi hermano se tome un litro de lavandina mientras no esté.
- ¿Puedo pedir un litro también? - Me dejé caer contra una pared.
Sandra me miró con el ceño fruncido.
- Sin lavandina -dije-, entendido.
Fui hacia la pieza a buscar a Matias. Estaba tirado en la cama, envuelto en una frazada. No hacía frío, pero el verano ya se estaba yendo, y la tristeza te hace perder un poco del calor del cuerpo. Me senté en la cama junto a él.
- No podemos tomarnos la lavandina - le informé.
- Sí, la escuché -respondió, despegando la cabeza de la almohada-. ¿Qué otra cosa podemos tomarnos? ¿No trajiste una botella de vino, verdad?
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Mi mundo real
Non-FictionAna siempre fue lo que esperaban que fuera: una chica recatada, catequista, que participa activamente de su parroquia y estudia Medicina como su padre. Nunca estuvo conforme con esa vida, pero siempre tuvo demasiado miedo de cambiarlo. Entonces ll...