Me señaló la silla libre junto a mi mamá, busqué su mirada, pero mantuvo la vista fija en la cartera sobre su regazo. Respiré profundo y aparté los ojos de ella. Tal vez estaba avergonzada, quizás Gabriel no fuera tan malo y la estaba ayudando a disculparse y a aceptarme de nuevo.
-Ana, ¿cómo estás? -preguntó él con falsa amabilidad.
Así supe que nada bueno pasaría. Asentí e intenté hablar, pero no me salió la voz, asi que carraspee.
-Bien -logré decir.
Él me miró con las manos entrelazadas sobre el escritorio. Sonrió, pero no le creí.
-Tu mamá -la señaló, como si yo no supiera quién era -me contó tu... situación.
¿Situación? ¿Se refería a mi relación con una mujer? ¿Ni siquiera podía nombrarlo?
-No te preocupes -dijo, intentando tranquilizarme, obvio, no funcionó -, no hiciste nada malo.
-Ya lo sé -solté sin querer, aunque así logré que ella me mirara.
-Muchos jóvenes pasan por lo mismo -continuó él -, estamos en una era de hiperinformación, en la que todo está al alcance de todos, y eso puede confundirnos.
-Yo no estoy confundida. -¿Dije eso en voz alta?
Mi mamá al fin se dignó a dirigirme la palabra. Volteó todo su cuerpo hacia mí y exclamó:
-¡Oh, sí, cariño! Lo siento, no lo entendí cuando... te vi... ahí... -trató decir que me vio besándome con Tina, pero no le salió -, pero el padre me explicó y esta bien.
-¿Lo está? -intervine en voz baja.
Claro que no estaba bien.
-Sí -asintió con seguridad el cura -, claro que sí. Todos tenemos nuestros tropezones, pero Dios siempre nos acepta de vuelta.
¿Por qué me parecía que esto no iba por el buen camino que aparentaba?
-Nosotros podemos ayudar -aseguró.
Se quedaron viéndome, esperando alguna reacción mía.
-¿Ayudarme? -pregunté pronunciando silaba por silaba.
Gabriel se inclinó sobre su escritorio.
-Hay un retiro -dijo -, que es justo en unas semanas, que es para personas, jóvenes, que están pasando por lo mismo que vos y quieren volver nuevamente al camino correcto.
Ahora yo los miré.
-¿Camino correcto? -repetí.
Ellos asintieron, mi madre ilusionada.
-O sea... -Intenté ordenar las ideas en mi cabeza -. ¿Qué? ¿Cuál es... ? -Miré a mi madre con una sonrisa de incredulidad en mi labios -. ¿Qué? -volví a decir.
-Sí, cariño. -Acarició mi brazo -. Estás... confundida, como una enfermedad, y ellos pueden ayudarte.
Me aparte de ella, sin dejar que siguiera tocándome. Pude notar como la esperanza escapaba de su mirada y de mí también. Mi madre estaba intentando "curarme", así de mal me veía. Sentí las ganas de llorar agolpándose en mi garganta, pero ahora no estaba triste, estaba furiosa, así que empujé la angustia hacia abajo. El calor me subió por la espalda, apreté los puños y me puse de pie empujando la silla. Todos los discursos que había pensado para esta situación se disolvieron en mi ira.
-¡Yo no necesito ayuda! -escupí, con los ojos puestos en ella -No estoy confundida, mamá, soy bisexual, ¡y eso no es una maldita enfermedad! -grité -. La pedofilia es una enfermedad -solté mirando al cura.
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Mi mundo real
Non-FictionAna siempre fue lo que esperaban que fuera: una chica recatada, catequista, que participa activamente de su parroquia y estudia Medicina como su padre. Nunca estuvo conforme con esa vida, pero siempre tuvo demasiado miedo de cambiarlo. Entonces ll...