Timbuktu

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Esa noche llegué a mi casa con demasiado olor a cerveza. No estaba borracha, pero tampoco muy sobria. Como pude, escapé de las preguntas de mis padres y me encerré en mi habitación. Literal: cerré la puerta con llave. Nunca había usado esa llave.

Me acosté vestida sobre el acolchado y me quedé mirando el techo por un largo rato. Sentía la cabeza llena de cosas, pero al mismo tenía la mente en blanco; como si la sobrecarga de emociones pusiera en cortocircuito a todo mi cerebro. Al final me quedé dormida, aunque no dormí muy bien. Cuando me desperté, tenía esa para nada desconocida sensación que algo estaba mal.

Eran pasadas las nueve cuando me levanté. No sin antes cerciorarme de que no estuvieran ninguno de mis padres. Saqué el cacao de su escondite en mi ropero y me preparé una rica chocolatada. Mi mamá tiene una especie de obsesión con la alimentación y jamás me dejaba tomar leche con chocolate o comer galletitas Oreo. A los quince fui lo suficientemente inteligente y valiente como para animarme a comprar mis propias provisiones calóricas y mantenerlas escondidas en mi armario. Asi que desayuné mi chocolatada con galletitas de chocolate, sentada en el piso del living, pensando qué estaba mal ahora. En serio, ya estaba harta de mi misma. Llegué a la conclusión de que solo era más de lo mismo: más de no estar conforme con lo que era, con lo que las personas querían o esperaban de mi. Estar con los amigos de Tina y que ellos solo vieran que era un ratón de iglesia me había recordado que eso era yo para el mundo. Y decidí que ya había tenido suficiente drama sobre el asunto. Tina había dicho que íbamos a averiguar cómo ser yo misma, y eso iba a hacer.

Una ola de satisfacción y adrenalina me invadió. De repente quería quemar todas mis cosas y empezar una nueva vida en Timbuktu, donde fuese que eso sea.
Mas debía respirar: una cosa a la vez Ana. Me puse de pie. Debía prepararme para ir a la universidad, pero en lugar de eso, agarré todos mis apuntes, los metí en la bañera, abrí la ducha y me senté en el borde de la tina, a ver cómo la tinta de los resaltadores se borraba. Y de esa forma dejé mi carrera. Tiré tres años a la basura, o mejor dicho, los tiré por la cañería.

Lo que paso después fue un completo desastre.
Estaba acostada en mi cama, con la luz apagada y los ojos cerrados, intentando no preguntarme qué iba a hacer de mi vida ahora, cuando mi mamá llegó. Como siempre, lo primero que hizo fue ir al baño. Y supongo que vio las fotocopias nadando en la bañera, porque acto seguido entró en mi habitación gritando:

-¿Qué fue lo que hiciste?

-No sé de que estás hablando. – respondí con los ojos aún cerrados, intentando mantener la calma y disimular mi corazón latiendo a más no poder. Nunca me había enfrentado a nadie en mi vida.

-¡De tus apuntes en la bañera, Analia!

-Ah, me pareció que estaban sucios y los mandé a bañarse.

-Pero, ¿qué te pasa?– exclamó afligida. – No vas a la Iglesia, no ves a tus amigos de ahí, te va mal en la facultad, llegás tarde oliendo a cerveza y ahora esto. ¿Qué te esta pasando?

-Nada, mamá. Estoy perfecta.

-¿Es por esa nueva amiga tuya?

Abrí los ojos y la miré. Con la luz apagada no lograba ver bien su expresión, pero si podía notarla parada en la puerta con los brazos cruzados.

-No. – contesté – Es por mi.

-Seguro es por ella. ¿Creés que nadie sabe del asunto de la nena, sobrina de esa chica? Que vos y ella se llevaron. La madre habló con el padre Gabriel, Analia, y él habló conmigo ayer.

Respiré profundo. Me había imaginado que la cuñada de Tina hablaría con alguien de la parroquia, y había pensado en cómo responder, pero no dije nada.

-¿Y qué vas a hacer ahora, eh? ¿Te vas a quedar ahí acostada, viendo el techo, toda la vida?

Volví a cerrar los ojos y no le respondí. Ella solo se quedó ahí, esperando una respuesta que no podía darle. Pensé que se cansaría, pero no lo hizo. Pasaban los minutos y podía sentir su mirada inquietante desde la puerta. ¿Qué quería que le dijera? No tenia idea de lo que iba a hacer. Acababa de lanzar mi futuro a la tina porque  evidentemente, ese futuro no era el que quería. Fin. Eso era todo lo que sabía acerca de mi. Pero siguió disparándome esa pregunta con su mirada: ¿y qué vas a hacer ahora, eh?. Hasta que me dio justo en el pecho y la adrenalina del momento dejó pasar a la angustia.

- ¡Arg! ¡Mierda! – grité, saltando de la cama –. Mierda, mamá. No sé que voy a hacer, pero no me importa. Y a vos tampoco te importa. Dejá de controlar mi vida. Siempre hice lo que me dijiste, dejame hacer un poco de lo que yo quiero. Y no, no tiene nada que ver con Tina. Solo que es agradable estar con alguien que no espere que sea una idiota niña buena.

Salí disparada de la habitación, con mi mamá detrás chillando mi nombre y preguntándome qué me pasaba.

-¡Esta no sos vos!

-Ese es el maldito problema, - respondí dándole la espalda y yendo hacia la puerta - ¡no sé quién mierda soy!

Agarré las llaves del auto y salí de la casa. El sol del mediodía me vislumbro, haciendo que me detuviera por un segundo. Tiempo suficiente como para que me preguntara ¿qué mierda estoy haciendo? Me di la vuelta y me encontré con mi madre, mirándome llorosa desde la entrada. Ella no iba a salir a la calle a hacer un escándalo y que todos viesen que su perfecta familia no era perfecta en lo más mínimo. No podía permitirse perder su reputación, ni siquiera para detener a su única hija. Quise gritarle algo, mas solo la mire un largo rato. Intentaba decirle que no sabía cómo había llegado a esto, que mi intención no era tratarla de esa manera, que las palabras salieron solas de mi boca. Dio un paso hacia la vereda, pero antes de que pudiera dar otro, me subi al auto y me fui.

Mi mundo realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora